Secretos de la eternidad peronista
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- Héctor Pavón
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El peronismo en todas sus caras, momentos y tramas es un objeto que el sociólogo Marcos Novaro ha desandado a lo largo de su carrera y producción escrita. Ahora se acerca al diálogo intenso y variado con un libro titulado Peronismo y democracia (Edhasa), un proyecto que dirigió y donde participan otros notables intelectuales de varias latitudes. Juntos trazan el mapa de un territorio frondoso, complejo y, a veces, inabordable, que es el peronismo desde el 45 hasta el presente. En esta entrevista, Novaro analiza la tensión permanente que ha acompañado al peronismo. Y al país.
-Ante las redefiniciones ideológicas del kirchnerismo, los límites que impone a los peronistas no aggiornados y al enfrentamiento muy concreto que lo separa del peronismo federal, por ejemplo, ¿se puede plantear una definición sobre el peronismo actual?
–Creo que el kirchnerismo fue, entre otras cosas, un intento de definir al peronismo, y tras definirlo, de superarlo. La definición tenía que ver con una versión estilizada y actualizada de lo que la izquierda nacional populista había planteado: el gran problema del primer peronismo es que no se había definido por el orden o la revolución y había que forzarlo a definirse. Esta recuperación era estilizada no sólo porque ahora no se utilizarían las armas, sino porque lo que se entendía por revolución era algo bien distinto, no incluyó la opción por el socialismo, sino por un capitalismo de estado, fuertemente intervencionista claro, pero capitalista al fin. Y tampoco incluyó la alteración formal de las reglas de juego democrático, sino la formación de una coalición estable de gobierno que asegurara un control muy amplio de los resortes de poder del estado, sin afectar los derechos de las minorías. Simplemente porque se habría asegurado de que seguirían siéndolo y no tendrían forma de amenazar dicho control. Ambas metas se realimentaban entre sí, porque el control del estado aseguraba que éste podría asignar rentas en la economía, distribuir el ingreso en forma sustentable, y con ello reproducir la coalición de apoyo de una mayoría imbatible.
–¿Qué ocurrió con ese intento?
–Esa apuesta por redefinir y superar al peronismo que animó a los líderes kirchneristas suponía entonces ante todo saldar una disputa interna que en la interna del partido seguía estando tan inclinada en contra del ala izquierda como en los 90, pero que podía ser influida y alterada desde la opinión pública, donde gracias a la crisis de 2001 había surgido una invalorable e inesperada oportunidad para hacer avanzar las ideas nacionalpopulistas, tanto en lo político como en lo económico. En este aspecto, el kirchnerismo no innovó en los instrumentos aunque sí en los fines: igual que Cafiero que salió del PJ para desde la sociedad redefinir al peronismo como socialdemócrata, o Menem que no salió del PJ pero se alejó de su dirigencia, para recoger las demandas de cambio de la sociedad y luego redefinir al partido como fuerza modernizadora y promercado, Kirchner mantuvo distancia del peronismo institucional mostrándose como un líder de opinión en sus primeros años, incluso forzó quiebres en la disciplina partidaria, el más importante en la provincia de Buenos Aires en 2005, para recoger los votos necesarios para imponerse al grueso de los peronistas como su líder indiscutido, y expulsar tanto de la fuerza como del estado a la minoría que siguiera resistiéndolo.
– ¿Tuvo éxito?
–A medias y con el paso del tiempo cada vez menos. Por un lado, por lo que pasó en el PJ. No tanto por la sobrevivencia del peronismo anti k, el llamado “federal” y otros, que efectivamente cumplieron una función útil al proyecto como expresión de la minoría que en el pasado había empujado a la fuerza hacía el conservadurismo, y cuya derrota y excomunión probaba lo acertado de la opción por volver a dar la batalla. En verdad, por ese lado la cosa funcionó bastante bien, Duhalde hizo el papel que el kirchnerismo le tenía asignado, por decir así. Pero por donde la cosa funcionó mal fue por el lado de todos los demás peronistas tradicionales que se acomodaron a las condiciones que el kirchnerismo impuso. Esos peronistas siguieron siendo más parecidos a los pocos disidentes que a los líderes que apoyaban, y éstos pudieron hacer poco y nada por cambiar las cosas.
–¿Cómo se componía ese apoyo kirchnerista?
–Aunque parte importante de los votantes y los grupos de interés acompañó a Néstor Kirchner en su apuesta por renovar la dirigencia pejotista en las grandes ciudades, los votantes progresistas de sectores medios siguieron viendo a Néstor Kirchner como demasiado peronista, parecido a los típicos políticos profesionales en los que nunca había confiado y confiaba aún menos después de 2001, y siguieron votando a otras fuerzas pese a todos los beneficios materiales que el oficialismo les brindaba. Por otro lado, muchos de los que sí votaron al gobierno, no tanto en las grandes ciudades, pero sí en la zona pampeana, en el interior profundo, o en las nuevas ciudades prósperas del interior, lo hacían no porque lo vieran como un líder de nuevo tipo y adhirieran a su proyecto ideológico, sino porque no le prestaban atención a nada de eso, y lo consideraban muy parecido a Menem, un modernizador capitalista y un proveedor de redes de contención social ante la exclusión que generaba esa modernización.
–¿Quiénes y por qué sostienen que el peronismo es un fenómeno único?
–El peronismo es un caso comparable con muchos otros en el mundo, esa comparación es necesaria para entenderlo, aunque claro, como a todos los fenómenos políticos, su comprensión no se agota cuando se le pone un nombre, sino cuando se encuentran sus especificidades que tiene igual que todos los demás partidos del mundo. Me refería recién a la categorización del peronismo como partido de poder, también hay una discusión sobre sus características “populistas”, y por supuesto una rediscusión sobre sus afinidades con el fascismo, que Loris Zanatta encara en su capítulo utilizando el concepto de “holismo”, y Samuel Amaral la trayectoria de Perón desde la revolución de 1943. En cuanto a quienes siguen sosteniendo que el peronismo es único y excepcional, creo que se trata en gran medida de un esfuerzo por evitar las comparaciones y esquivarle el bulto a los problemas que para el desarrollo económico y la democracia de un país ha supuesto, supone y seguirá suponiendo en el futuro la actuación de PJ. Es además el reflejo de un sentido común nacional más amplio, sobre la excepcionalidad argentina, que es parte de nuestra cultura de la decadencia: no es que tenemos que aprender de los demás a los que les ha ido en muchos aspectos mejor que a nosotros sino que somos únicos, no seguimos modelos de nadie ni pertenecemos a ninguna categoría de países y si se dice que nos va mal es que nos estamos midiendo con la vara equivocada, con una que no se ajusta a nuestra esencia y excepcionalidad. Es un lindo consuelo, aunque sea uno bastante costoso y perjudicial. Cuando alguien dice “no me catalogues” está claro en su derecho, pero tiene que saber que los demás lo seguirán haciendo y le agrega a los motes que ya recibía los de caprichoso, sordo o necio.
–¿De dónde surge esa “notable disposición y capacidad del peronismo para mutar y reinventarse a lo largo del tiempo”?
–Bueno, puede decirse que todo el libro gira alrededor de esta pregunta, el peronismo cambia, muta, pero ¿no sigue acaso siendo en algunos aspectos esenciales siempre igual a sí mismo? Esta capacidad de mutación ¿es una reacción a la inestabilidad argentina, hasta hace tres décadas inestabilidad de regímenes políticos, ahora inestabilidad de regímenes económicos y de preferencias políticas? ¿O más bien lo que sucede es que al contrario la inestabilidad argentina es en parte al menos resultado de la mutabilidad peronista, de la tendencia de este actor central de la política a romper o alterar las reglas de juego vigentes, utilizar hasta el agotamiento los recursos económicos y fiscales disponibles, siempre con miras a reproducir y ampliar un poder político que no reconoce límites?
–¿Por qué se dice que el peronismo genera antiperonismo?
–Creo que lo generó en sus primeros tiempos, pero luego cada vez menos. En verdad, ya en los comienzos de los 70 estaba clara una máxima que hoy sigue vigente en el ánimo de la mayoría de los no peronistas: para frenar al peronista que parezca más amenazante nada mejor que buscar otro peronista, que sin resultarle agradable sirva para hacer el trabajo que hay que hacer. Eso ha sido favorecido claro por el faccionalismo interno y por la crisis de las distintas variantes del antiperonismo, civiles y militares, más reaccionarias o más progresistas. Como todas fracasaron, hoy el no peronismo en una altísima proporción busca el candidato peronista que le parezca menos malo o menos alejado de sus intereses y preferencias. Y el antiperonismo está en extinción, pese a todos los intentos del kirchnerismo de reflotarlo, y de descalificar a sus adversarios como gorilas, lo que es una verdadera antigüedad. Lo que sigue existiendo en cambio creo es la polarización política. Hay tanta heterogeneidad de intereses y opiniones que para ordenar la competencia es preciso polarizar, organizarla en campos contrapuestos. Eso sí funciona. Aunque también diría que en grados bastante más moderados que en otros países, y no sólo pienso en Venezuela: hay menos polarización hoy en la Argentina que en EE.UU.
–¿Cómo caracterizaría la idea de democracia que adoptó el peronismo en sus distintos gobiernos?
–Es muy interesante seguir esta noción porque ha estado en disputa casi permanentemente en la política argentina. En la que muy pocos se asumieron alguna vez como “no democráticos”, hasta los que usaron los métodos autoritarios o totalitarios más salvajes lo hicieron con “fines democráticos”, para crear “una democracia auténtica” o cosas por el estilo. En el peronismo incluso, claro. La democracia real contrapuesta a la formal, o la popular opuesta a la liberal, o la popular por oposición a la “de partidos”, son contraposiciones en las que esa disputa se procesó, y el peronismo fue uno de los grandes promotores de esas lides, no el único, claro, porque la izquierda, en particular la antiliberal, y la derecha también participaron de estos debates. Desde 1983 en que el consenso en torno al régimen político se afirmó estas discusiones se moderaron pero no desaparecieron, basta recordar cómo Saúl Ubaldini actuaba como vocero de la oposición a Alfonsín utilizando la vieja contraposición entre formal y real, si el pueblo no come no hay democracia decía el jefe de la CGT, y en alguna medida el propio Alfonsín le había dado la razón cuando prometió que con la democracia se iba a comer.
–Usted concluye que fue el peronismo el que se adaptó a la democracia y no al revés. ¿Cuándo cree que ocurrió esto y en qué contexto?
–En realidad el peronismo se adaptó después de 1983 hasta cierto punto, a partir del cual lo que empezó a suceder fue lo opuesto, reconquistada la mayoría y el poder del estado, fue adaptando la democracia a sus necesidades. Lo que incluyó la cooptación de otras fuerzas políticas, el fortalecimiento y ampliación de cotos electorales exclusivos en provincias y municipios y la colonización de las instituciones, en particular de la Justicia. Esto creo que es lo que explica los límites con que chocaron los intentos de partidización del peronismo, y su creciente hegemonía electoral. El punto de quiebre está a fines de los 80, y tal como lo analizan Luis Alberto Romero y Vicente Palermo, se expresó en la temprana crisis de la renovación peronista.
–¿Ni Perón ni Menem ni los Kirchner pudieron definir claramente un sucesor? ¿Por qué ha sido así?
–Creo que de los tres los que mejor entendieron el problema y más cerca estuvieron de hallarle solución fueron los Kirchner. Perón se ocupó de volver imposible la sucesión. Menem confió demasiado ciegamente en que el cambio estructural que había hecho lo liberaba de ocuparse de esos menesteres, porque siempre que quisiera iba a poder volver al poder. Los Kirchner entendieron que tenían que encontrar una fórmula que se acomodara a las reglas de juego y que resolviera el problema del personalismo. La sucesión matrimonial fue una buena idea. Pero en verdad era también una forma de evadirlo más que resolverlo. Tal vez si hubieran confiado en que su proyecto podía perdurar a pesar de no haber conquistado a las clases medias metropolitanas y de que el peronismo no se había kirchnerizado en la medida que esperaban, hubieran podido avanzar hacia la partidización de la fórmula matrimonial, ampliando la familia. No tuvieron ni la disposición ni el tiempo necesario para lograrlo, en cuanto aplicaron por primera vez la fórmula matrimonial todo cambió, y como decía antes, se quedaron sin proyecto. Más que el de insistir con el que había fracasado. La inesperada muerte de Néstor y la acelerada reactivación de 2010-11 los llevó a creer que habían estado en lo cierto al insistir, y a redoblar los esfuerzos con los que habían venido fracasando, esperar que luego de la reelección de Cristina la hegemonía kirchnerista liquidaría la autonomía de los peronistas fue una apuesta animada por esta creencia y una condena desde el principio al fracaso. Igual que la idea de que los desequilibrios económicos se disiparían con más crecimiento.