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Ardiente impaciencia

Periodista:
Leonardo Martínez
Publicada en:
Fecha de la publicación:
País de la publicación:
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En el punto inmóvil fue el primer título con el que el escritor Alan Pauls pensó publicar su primera novela, que presentó a concurso a principio de los 80, cuyo manuscrito fue rechazado por el jurado. Entre ellos se encontraba el editor Enrique Pezzoni quien, no acorde con el veredicto, lo llamó y le mostró interés en publicar la novela, pero exigió otro título. Así nació la segunda opción: El pudor del pornógrafo. Ahora más sexy (apreciación del editor), el nuevo título indicaba el extraño oficio que ejercía el protagonista de la historia. Pauls tenía entonces 25 años. Hoy, 30 años después de su publicación, Anagrama reeditó este breve tratado sentimental, que incluye un importante posfacio inédito. La historia: un hombre solitario, recluido en un departamento, trabaja en una revista erótica respondiendo cartas que hombres y mujeres le escriben desde el naufragio pasional. En los paréntesis de esta labor que lo consume cada vez más, sale al balcón a encontrarse con su amada Úrsula (ejercicio vital que lo renueva), quien siempre aparece en el mismo lugar del parque. Ambos mantienen una primitiva comunicación por señas; se leen a la distancia, como cartas escritas en el cuerpo. Un día ella decide hacer un cambio de posición. Se mueve a otro punto del parque (el punto inmóvil es ese), que renueva la arquitectura óptica que los relacionaba a la distancia: ahora él la ve sin ser visto. Rota la reciprocidad visual que los unía, se pone en evidencia que es ella quien pone las reglas; así, le envía un misterioso mensajero vestido de traje con cartas que ella escribe, y él responde con urgente pasión, al acecho de los signos (todo lo interpreta, todo lo sospecha, a todo le teme). Obsesionado por descifrarlo todo (en ella, en el mensajero), ya no lee las cartas: las interroga. Son el mapa que lo guía a su propio laberinto pasional. Es un detective, un semiólogo enamorado.

Novela epistolar, el libro es una reflexión sobre las obsesiones que despiertan el amor y la escritura. El pornógrafo es un héroe que no tiene nombre, pero la llegada de Úrsula define su identidad. Que no es otra que la identidad fatal del enamorado: el que espera. “¿Estoy enamorado?”, se preguntaba Barthes en Fragmentos de un discurso amoroso (música de fondo de esta novela). “Sí, porque espero”. ¿Qué espera en verdad? Las cartas de su amada, único territorio del placer.

© Leonardo Martínez, Debate