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“Peste & Cólera”, de Patrick Deville

Periodista:
Elisabeth Philippe
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Del hotel Lutetia, en París, al Majestic de Saigón, pasea su figura desgarbada a lo largo de tiempos pasados, de épocas que se han ido. En Peste & Cólera, las apariciones del “fantasma del futuro” son fugaces. Cigarrillo en la boca y libreta Moleskine en la mano, registra el pasado, sus rastros más ínfimos, sus menores residuos. Ese espectro elegante es Patrick Deville. Más que libros de viaje, sus novelas son extraordinarias máquinas del tiempo y del curso de la historia.

Su libro de 2011, el magnífico Kampuchéa, una travesía por Camboya desde el descubrimiento de los templos de Angkor hasta la revolución de los Jemeres Rojos, funciona como antecedente de Peste & Cólera. Los dos libros forman una suerte de díptico, una inmersión desdoblada en los meandros de Indochina y de la colonización francesa. En Kampuchéa, el explorador Henri Mouhot servía de hilo conductor a este viaje hacia atrás, a lo largo del Mekong. Esta vez el guía se llama Alexandre Yersin, investigador de origen suizo nacido en 1863, formado por Pasteur y descubridor del bacilo de la peste. Antes que permanecer encerrado en un laboratorio detrás de su mesa de trabajo, este admirador de Livingston prefirió salir a ver el mundo. “No es una vida no moverse”, le escribe a su madre Fanny. Lejos de los honores y de los salones parisinos, el genio solitario se instala en Nha Trang, Indochina francesa, actual Vietnam, y hace de su dominio un inmenso laboratorio a cielo abierto, un “imperio dentro del Imperio”. Se apagará en 1943, frente al mar, mientras que otra epidemia devasta a Europa: la peste negra del nazismo.

Como balizas, los nombres de Rimbaud, Cendrars o Céline permiten conectar los puntos de la novela, abrir camino en esa primera mitad del siglo XX tan densa como una jungla.

Deville sabe mejor que cualquier otro deshilvanar el ovillo de los hechos a partir de un destino individual. “La vida de un hombre es la unidad de medida de la Historia”, señala. Una unidad que permite establecer lazos entre los acontecimientos y darles sentido. Como trasfondo de la vida de Yersin se dibujan las luchas imperialistas, las mutaciones científicas e intelectuales… Como balizas, los nombres de Rimbaud, Cendrars o Céline permiten conectar los puntos de la novela, abrir camino en esa primera mitad del siglo XX tan densa como una jungla. Una exploración al mismo tiempo grave y aérea, trazada por una lengua de elipsis iluminadas que bastan para decir un mundo.

Todo es imagen en Deville, impresiones sutiles que arrojan nueva luz sobre el pasado. Con él, la historia se escribe en función del hombre: “Se puede calcular que en total ochenta mil millones de seres humanos vivieron y murieron desde la aparición del Homo sapiens. Es poco. El cálculo es simple: si cada uno de nosotros escribiera aunque sea diez vidas en el transcurso de la propia, ninguna sería olvidada. Ninguna sería borrada. Cada una alcanzaría la posteridad, y sería justicia”. Esta es la misión que Patrick Deville parece haberse asignado. Y la viene cumpliendo con una gracia infinita.