Piedra libre al policía bueno
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- Mauro Libertella,
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La policía, los grupos de tareas y las mafias detrás de las fuerzas de seguridad son los ejes de esta nove la policial, la tercera de la cordobesa Eugenia Almeida. Es Licenciada en Comunicación Social, y el dato curricular no es azaroso: la novela La tensión del umbral es la reconstrucción de un hecho impactante (una chica muerta en la calle, con un arma en la mano), a cargo de un periodista que no sabemos muy bien por qué se involucra, por qué sigue buscando, por qué sigue preguntando cuando las cosas se complican cada vez más y las ollas que destapa muestran un trasfondo turbio y siniestro. Siempre hay en el policial alguien así.
Alguien que en algún momento debería parar e irse cómodamente a su casa, alguien que abre una puerta incorrecta y en vez de cerrarla con prudencia se mete, la atraviesa, y arranca la trama. Ese hombre en este libro es Guyot, un hombre lento y querible, que investiga qué pasó con esta mujer en una ciudad que podría ser Córdoba, como indica Almeida, pero podría ser también cualquier otra ciudad de la periferia porteña, porque el libro es un libro argentino que sin embargo no está saturado de referencias, que todo lo implica sin denotarlo: la época, el lugar, la subtrama histórica.
–Arranquemos con la génesis del libro. Contame cómo surge.
–Yo venía con una idea, que era antes que nada una primera escena. Las novelas en general se me presentan así, con una primera escena de la que no entiendo mucho, pero a la que me quedo mirando a ver qué pasa. No tenía en claro que iba a ser un policial, por lo pronto. En general no trabajo con un plan ni con una programática, lo cual es muy divertido para escribir, pero también en algun momento se puede volver desesperante porque no sabés adónde vas o si se te fue o si va a volver. No sé hacerlo de otra forma. En este libro, por lo pronto, a diferencia de los demás, tuve que volver en un proceso de corrección muy puntilloso; en otro me permitía que quedara algo flotando, un detalle, una imagen: acá todo tenía que tener un porqué y un lugar en la estructura general.
–¿Cúal fue esa primera escena?
–Una mujer tirada en el piso, en una calle, con un disparo en el pecho, con un arma en la mano y la certeza de que de esa arma había salido el disparo.
–¿Y el tono lo capturaste rápido?
–Sí, en general lo que espero para poder arrancar es un tono, que no necesariamente tiene que ver con el género. Un ritmo, cierto sonido. Eso es lo que te da la confianza; como dicen en la religión, la providencia traerá. Una vez que aparece eso, hay que mantenerse entusiasmado, trabajando, corrigiendo y no dudar en sacar lo que hay que sacar.
–Entonces, tenías esta primera escena. Y aparece luego el periodista, Guyot, que es un personaje pero por la cercanía con que se lo narra, parece casi el narrador. ¿Cómo aparece ese personaje?
–En esa escena que te contaba aparece alguien. Había mucha gente alrededor de ese cuerpo, pero había alguien que estaba particularmente afectado. Ahí es cuando lo veo a este personaje, que trabaja como un periodista pero esa no es su característica principal. Por diversas circunstancias él llega a ese trabajo, trata de hacerlo lo mejor posible, pero su principal afán no es llegar a la verdad o convertirla en noticia, hacerla pública, denunciarla. Lo suyo es más de la órbita de lo privado: quiere entender algo. Quizás es algo más acotado, qué pasó ahí, por qué esa muejr murió ahí. Necesita darse una respuesta privada. De hecho, cuando toda posibilidad de investigar sobre eso se cierra, el tipo sigue, pero sigue para él.
–Sí, es cierto, y no queda muy claro, cuando ya vemos que hay gente pesada implicada en todo eso, por qué el tipo sigue y se mete en complicaciones.
–Sí; y por otra parte él no tiene una extrema lucidez respecto del dominó que está provocando. El percibe algunas señales de que hay mucho peligro, pero es como si dijera “a mí me importa lo que le pasó a la chica, y nada más que eso”, y no ve que lo que le pasó a la chica es el nudo de un ovillo que se conecta con todo lo otro.
–Los dos puntos de conflicto del libro podrían ser la policía y el periodismo, y allí parece estar también tu propia lectura sobre el presente y la coyuntura actual.
–No, eso empezó a aparecer en la historia y a mí no me extrañó en lo más mínimo. La historia transcurre aproximadamente en 2008. Vivo en Córdoba: que me digan que la policía tiene prácticas de lo más nobles o que hay herencias del pasado que todavía trabajan ahí, no me sorprende. Que me digan que los medios de comunicación u otro tipo de empresas tienen comportamientos non sanctos, no me sorprende porque es algo que pasa. Esta novela, efectivamente, tiene un abordaje de la realidad en términos sociales, y yo no me puedo imaginar un texto en el que la policía sea algo impoluto, porque en efecto no lo es. Esas cosas juegan. En Córdoba hay una policía muy reñida con los derechos humanos. Ahí rige por ejemplo el código de faltas, que pena el merodeo, un policía te puede detener por merodear. Si nosotros merodeamos, estamos paseando, comprando cosas. Pero otra gente no puede pasear o no puede llegar a ciertos lugares del centro. Hace mucho tiempo los organismos de derechos humanos están reclamando que eso choca con la Constitución, con garantías individuales. Esa es la vida cotidiana. Hoy en esa provincia ser un pibe villero o pobre te deja casi sin garantías. Es tremendo. Esa es mi cotidianeidad, y eso se vuelca en el libro. A mi generación las fuerzas de seguridad le generan escozor, sabemos por qué, hay razones históricas. La historia que cuento es ficción pura, pero el escenario me resulta verosímil, digamos.
–Hablando de Córdoba, cuando escribís, ¿pensas en la posibilidad de plasmar un idioma cordobés? –un idioma muy marcado y particular.
–Deliberadamente no lo busco. Si el personaje es cordobés y dice una cosa cordobesa, yo la defiendo. Pero nunca he ido a buscar el cordobés típico. En esta novela no hay alguien así, pero por ejemplo, cuando ya estaba en la etapa de corrección, la correctora me señala con mucho tino que yo había puesto “un choro”, y ella me dice “quisiste decir chorro”. Y le dije que no, que nosotros decimos “choro”. Ahora se empieza a decir chorro porque los noticieros que nosotros vemos son de Buenos Aires, pero el cordobés diría choro. Pero siemplemente en eso, en respetar esas cositas. Nosotros a veces usamos los tiempos compuestos, “he comido” en vez de “comí”. No aparece todo el tiempo eso, pero si el personaje lo dice y a mí me suena, queda. Pero en la novela, si te fijás, no hay nada que diga que esto es Córdoba.
–Pensaba recién, en otro orden, en los modos que tiene Guyot de investigar, que son un poco analógicos, a la vieja usanza.
–El es un poco así, está un poco descolocado con el tiempo, tiene una forma más antigua de averiguar. Al mismo tiempo, lo que él tiene para buscar sólo lo puede buscar así, chamuyando con alguien, no son datos duros. Y lo que él busca en papel es de una época en que no está digitalizado todavía. El otro día tuve que ir a un juzgado a hacer un trámite y cuando terminé les pedí si me podían dar un papel que indicara que yo había estado ahí haciendo un trámite. Y el tipo metió un papel en una máquina de escribir y se puso a tipear. Una máquina enorme, pesada. Yo estaba fascinada. Pero también es verosímil, no me terminó de descolocar, es algo que todavía subsiste en ciertos lugares. Y en la novela, pensemos que la mayoría de los personajes ya están crecidos, son grandes, vienen con otros registros.
–¿Cómo ves la actualidad de la literatura cordobesa?
–En mi provincia hay una vitalidad literaria tremenda. Y lo bueno, me parece, es que es todo muy diverso. Podés encontrar popes como Perla Suez o María Teresa Andruetto, Cristina Bajo; algunos escritores de mi generación, o más jóvenes, como Federico Falco, Martín Cristal, David Boloj, Sergio Galteri. Hay recorridos muy diferentes. Hay mucha producción de poesía y buenas editoriales que están haciendo un trabajo a conciencia. Es un muy buen momento para la literatura de Córdoba.