Eficacia del juego sucio
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- Betina González
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Una de las reglas del policial aconseja evitar el narrador en tercera persona: rara vez convence el artificio de una voz que lo sabe todo sobre un crimen y, sin embargo, lo oculta. Más aún si se trata de un policial negro, donde la inmersión del detective en un juego sucio hace al peligro. Si además, la acción se ubica en la Argentina de hoy, más riesgos corre el escritor. Después de la dictadura, quedó claro que la policía no sólo es la que comete los crímenes más terribles: los ha vuelto rutina en un mapa ilegible que combina bandas mixtas de policías, ladrones y hasta presos. Como recuerda Carlos Gamerro en un irónico ensayo, esto hace que “una ficción policial argentina encuentre grandes dificultades en permanecer realista, porque la realidad de la policía argentina es básicamente increíble”. En La tensión del umbral , Almeida asume esos riesgos. No sólo sale airosa del desafío sino que su novela trasciende el género e ilumina esa Argentina dominada por el juego sucio.
Un día de sol cualquiera, una chica va a un bar y ve salir a un hombre. Ella le dice algo que nadie oye, después lo apunta con un arma; parece que va a dispararle pero no: la vuelve sobre sí misma y se pega un tiro en el pecho. El suicidio público de la joven apenas motiva a la prensa, el mundo no se detiene. Nadie contesta a la pregunta que no termina de formularse. Excepto Guyot, un periodista que quiere entender y empieza a investigar por su cuenta las razones de esa muerte. En cuanto desenrede la madeja que incluye varios crímenes, policías corruptos, periodistas oportunistas y una omnipresente dejadez, Guyot va a llegar a ese umbral donde el tiempo se detiene. Es “el momento previo a la comprensión”, el instante en el que saber también es transformarse en otro.
Lejos de las recetas del policial estadounidense y de la violencia espectacular pero más o menos ordenada que los escritores nórdicos han puesto de moda, La tensión del umbral concentra el suspenso en el relato de los intercambios cotidianos de los personajes, en los chismes, en las traiciones y, sobre todo, en los pocos gestos éticos (por eso mismo, valientes) que les quedan a aquellos que aún se sienten interpelados por el dolor ajeno. A quienes conocen a Almeida desde El colectivo , no les sorprenderán estas elecciones. Pero en este libro la apuesta es mayor porque la historia es más compleja. Es una novela que sorprende por su intensidad y su composición impecable: todo se pone en boca de los personajes en cuadros breves que el narrador apenas hilvana para armar no una trama sino una urdimbre de historias que se cruzan.
El verdadero estilo no revela al autor sino que lo esconde. Tercera novela de Eugenia Almeida, La tensión del umbral produce la ilusión de que lo que se narra es tan brutal, complejo e inconmensurable como la vida. Una ilusión que sólo la particular transparencia del estilo de esta escritora puede lograr.