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¿Qué es un artista?

Periodista:
Nicolás Mavrakis
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La pregunta sobre qué significa ser artista es una trampa de tenor casi teológico cuyos mecanismos convierten cualquier respuesta en variaciones de lo que Agustín de Hipona decía sobre el tiempo: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Por supuesto, los tiempos cambiaron y lo que se espera como respuesta a cualquier interrogante por el estilo también. Por esos 91 caracteres, digamos, hoy Agustín podría ser acusado de frívolo y duramente aleccionado sobre la naturaleza científica del tiempo por cualquier “tirapostas” en Twitter. Y, sin embargo, ¿qué es un artista? ¿Pueden los artistas saberlo? ¿O corresponde a los críticos de arte?

Esa es una parte del proyecto que Sarah Thornton (Canadá, 1965) lleva adelante en 33 artistas en 3 actos (Edhasa, 2015), y que provee el impulso para un relevamiento etnográfico de la vida, las reflexiones y los mecanismos productivos de artistas internacionales como Jeff Koons, Ai Weiwei, Maurizio Cattelan, Damien Hirst, Marina Abramovi? y Yayoi Kusama. Pero como historiadora del arte especializada en sociología -y crítica de arte contemporáneo de The Economist-, el registro de los artistas funciona también como una taxonomía -a veces poco amable, como cuando Thornton se burla del compendio con el que Koons se describe a sí mismo-, y en ese punto 33 artistas en 3 actos funciona entonces como una lectura crítica de la conciencia de una elite global y de su intermediario material clave, el marchand d’art. Desde ahí, es el conocimiento del campo del arte y de las reglas de su mercado lo que posibilita a Thornton no tanto una descripción valorativa del arte -porque aún con el más diplomático tacto ella revela, por suerte, cuáles son sus preferencias personales y cuáles no-, sino el análisis intelectual de sus agentes y sus mecanismos, algo que ubica al libro en un afortunado paso más allá de los soliloquios, las descripciones climáticas y el regodeo soporífero “en la experiencia directa” con los que la habitual “crónica periodística” suele malograr casi todos sus temas (algo sobre lo cual podría avanzarse y concluir que, en la medida en que se publiquen buenos ensayos, escritos por verdaderos conocedores de su tema, los periodistas van a tener que volver al periodismo y abandonar la mala literatura impresionista).

Hábil para intercalar voces que sirven como plataforma teórica para ideas propias con otras que, por desinterés o estilo, se resisten a pensar en voz alta -dos extremos en los que la verborragia de Ai Weiwei contrasta las evasivas de Damien Hirst, mientras se mezclan las retóricas de asociación libre de Abramovi? y Kusama-, Thornton recurre a académicos (además de artistas) como Martha Rosler cuando necesita poner ciertos puntos sobre las íes. “¿Qué es un artista? ¿Cómo diablos voy a saberlo? Alguien cuya sensibilidad se deja traslucir de tal manera en sus manifestaciones que el público reconoce el sentido y la composición”. Lo que ocurre y termina de dar sentido al motor de todo el libro, sin embargo, es que aún perfectamente sólida y erudita -y en 132 simples caracteres-, Thornton sabe que en el medio millón de personas que vieron a Abramovi? en el MoMA durante su famosa performance El artista está presente, ni siquiera una respuesta perfecta por el estilo agota los límites, ni mucho menos los efectos sociales y culturales, e incluso los misterios de, para usar una palabra fuerte, tradicional y terminante, la creación artística.