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El arte de volverse invisible

Periodista:
Ivana Romero
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"Yo no creo en las crónicas interesadas en el qué pero desentendidas del cómo. No creo en las crónicas cuyo lenguaje no abreve en la poesía, en el cine, en la música, en las novelas. En el cómic y en sor Juana Inés de la Cruz. En Cheever y en Quevedo, en David Lynch y en Wong Kar-wai, en Koudelka y en Cartier-Bresson. No creo que valga la pena escribirlas, no creo que valga la pena leerlas y no creo que valga la pena publicarlas. Porque no creo en crónicas que no tengan fe en lo que son: una forma de arte", escribió Leila Guerriero en 2007. El texto se llamó "¿Dónde estaba yo cuando escribí esto?". Fue leído en un seminario de escritura creativa en Colombia primero y publicado después en la revista El Malpensante. Ahora forma parte de Zona de obras, una recopilación de columnas, conferencias y ensayos que la periodista hilvanó en torno a su oficio. Se trata de trabajos publicados en diversos medios –por ejemplo, en la revista Sábado de El Mercurio de Chile, donde Guerriero tiene una columna mensual– o leídos en encuentros literarios de América Latina y España. De todos modos, quien abra este libro –editado por Anagrama– no va a encontrar fórmulas de éxito asegurado. Tampoco, análisis académicos que eleven el periodismo a una ciencia exacta. En ese sentido, las palabras de estos textos son como pequeñas bombas molotov que van dinamitando certezas e implantando preguntas. Aquí se indaga la escritura de no ficción. Y también, la escritura a secas. De ahí, la necesidad de un lenguaje que se nutre vorazmente de otros. De ahí la idea de que el periodismo no es un género menor sino un género literario en sí mismo.

–¿Cómo surgió este libro?
–Hace un tiempo me empecé a dar cuenta de que había escrito muchos textos indagando, justamente, de qué está hecha la escritura. Así empezaron a aparecer, dispersas, no sólo cosas que había escrito por encargo sino también motu proprio, en las que se habían contrabandeado estas ideas sobre el periodismo: por qué escribimos, para qué escribimos, lo que estamos dispuestos a ver, lo que no. Me pareció que esos textos, escritos entre 2006 y 2013, podían configurar un libro. Un día me llamó Juan Cruz Ruiz desde España –él es escritor y periodista, uno de los fundadores de El País– y me dijo que estaba colaborando con una pequeña editorial llamada Círculo de Tiza. Ellos querían publicar textos de escritores sobre su escritura. Querían arrancar con un libro mío y otro de Manuel Vicent. Eso calzó perfecto con el libro que tenía medio pensado y les dije que sí. Ese libro se publicó en España. Y finalmente ahora Anagrama lo publica en México, Colombia y Argentina.
–Uno de los primeros textos incluidos en Zona de obra se llama "El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de La Pampa". Habla sobre el hambre de escribir, sobre la imposibilidad de decir todo, sobre la enorme cantidad de tiempo que puede llevar decir algo que ocurre en pocos minutos. Ahí escribís: "Entonces, un día de un mes de un año que no sé precisar, mientras regresaba del periódico o me apuraba para llegar al cine o cocinaba arroz o quién sabe, la mejor amiga de mi infancia caminó hasta la trastienda de la farmacia de su marido, hundió la mano en un pote de arsénico y comió, comió, comió." ¿Cuál es la importancia que tienen para vos las palabras, y también los silencios, el modo en que un texto respira?
–Barthes decía: "Su texto tiene que probarme que me desea." Un texto tiene que ser eso, un gran grito lujurioso en la cara del lector que diga "Yo te deseo." Porque es periodismo, tenemos que dar datos, información, contenido. No puedo pedirle un acto de fe al lector y escribir, por ejemplo, un perfil donde asegure que tal señor es un asco, es un antipático pero sin mostrar jamás a ese señor. La manera de demostrar eso tiene dos momentos. Uno es el modo en que se mira durante el reporteo. Y luego, cómo se dice lo que se quiere decir al momento de escribir. Esa forma y ese fondo tienen que estar completamente imbricados, porque si no, todo se viene a pique. En ese sentido, la caja de herramientas más importante para un escritor es la puntuación. La respiración de Saer no es igual que la de Alan Pauls o la de Piglia. Pero también le vas dando carácter a un texto a través, por ejemplo, de la cantidad de puntos y aparte que pongas. O de los guiones en los diálogos, del modo en que el texto acepta esos guiones o no. Es importante tener un sentido estético, visual, del texto.
–¿Por qué?
–Porque en eso consiste dar forma a la voz propia. Por eso creo que un periodista debe modelar su voz leyendo literatura o poesía o comics, mirando cine, escuchando música, más que leyendo sólo libros de investigación periodística.
–¿Eso también ayuda a mirar?
–Sí, totalmente.
–Para "mostrar" a alguien, como decís en "La imprescindible invisibilidad del ser, o la lección de Homero", tu recomendación es lograr hacerte invisible. ¿En qué consiste esa invisibilidad?
–Es necesario entrevistar a la gente varias veces. Incluso, cuando se trata de perfiles, tratar de conseguir otros testimonios además de lo que pueda decir el perfilado. El asunto es tener una escucha atenta, buscar entender más que sostener tus ideas previas. Aunque al momento de escribir, tenés que saber qué querés decir. Por ejemplo, cuando escribí un trabajo sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense, trabajé todo el texto en tercera persona. Yo estoy invisible. Y, sin embargo, quien lo lea advierte claramente lo que pienso. Pero a la vez, muestro eso que veo para que cada uno saque sus conclusiones. También colabora quedarse mucho tiempo en el territorio en el que estás navegando. Me parece que es una cuestión de paciencia, de saber mirar en los intersticios, en las cosas no tan evidentes. Cuando la gente te ve, te ve, te ve, finalmente olvida que estás ahí. Además lográs que el otro entienda que te importa lo que estás contando, que no estás dos minutos con el grabador, vas y escribís. Bueno, también podés hacer una entrevista de tres horas con una persona y resolver una nota. Pero en los reportajes más largos, la tarea de estar ahí es una tarea de mucha paciencia, de tedio incluso, esperando que pase algo. Porque incluso si no pasa nada, hay algo ahí, en ese silencio, que quizás merezca ser escuchado.
–¿Cómo es eso?
–Si te armás de paciencia, siempre volvés con una perlita al final del día. Por ejemplo, años atrás escribí acerca de Jorge Busetto, un médico cardiólogo, cantante y doble de Freddie Mercury en una banda argentina tributo a Queen. Me intrigaba saber cómo es eso de mimetizarse con el triunfo ajeno más que asumir el riesgo del fracaso propio. Lo acompañé al gimnasio, al hospital, a los recitales. El día del show los músicos fueron a cambiarse a su casa. Y el baterista se encerró en el baño, preso de una diarrea fulminante. Busetto, con el bigote, el chaleco de cuero, los Ray Ban y el pantalón ajustado, salió casa por casa a buscar una pastilla de carbón entre los vecinos. Aunque eso fuera una sola línea en el perfil, eso dice más de las diferencias acerca del clon y el original que cualquier cosa que yo hubiese podido teorizar al respecto.
–Un gesto como el que contás de Busetto también da cuenta de los matices.
–Sí. Yo no sé si son los lectores o más bien los medios los que apuestan a cierto reduccionismo, o sea, a pintar el mundo en blanco y negro, decir "estos son los buenos" y "estos son los malos". Me parece que, en realidad, todos tenemos nuestras cosas. Yo soy súper vil en algunas cosas y vos también lo serás, y seremos maravillosas en otras. Con lo cual, si puedo ver eso en mí, ¿cómo no voy a pensar que la gente es así también? Yo creo que esa dicotomía parte de una idea falsa. Y es al periodismo que se le pide la revelación de alguna verdad. El periodismo de investigación tiene esa voluntad. Si empezás un trabajo sobre las cuentas en Suiza de equis funcionario público, obvio que lo tenés que demostrar. Sin embargo, no todo el periodismo tiene esa vocación. La premisa es que no inventa. Pero el periodismo es una mirada sobre la realidad. O sea, es subjetividad pura. El problema es que la gente confunde subjetividad con deshonestidad y no es lo mismo. La subjetividad tiene que ser honesta, ese es el punto. Y si tenés una mirada inteligente y una subjetividad honesta nunca vas a ver el mundo en términos reduccionistas.