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Inventario de recuerdos

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Puede que el lector lo haya sospechado hacia el final del primer volumen de Mi lucha, La muerte del padre , después de atravesar las muchas páginas en que el noruego Karl Ove Knausgård pormenoriza con rigor maníaco la limpieza de la casa sórdida en que el padre ha muerto. Y quizás lo haya confirmado en el segundo, Un hombre enamorado , otras seiscientas páginas sin más trama que la vida de un hombre corriente que escribe, se muda de país, se enamora y cría hijos, desplegada en un flujo continuo, sin ningún arreglo aparente a jerarquías o síntesis. Pero quizás sólo en el tercero, La isla de la infancia , ha caído en la cuenta de la ambición desmesurada de una novela autobiográfica en seis volúmenes que quiere componer un catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo, inventariar todo el parque humano que desfila por una vida, contarlo todo con lujo de detalles, incluidos los que la literatura desecha por inú-tiles, destinados a perderse.

No se trata sin embargo de mero afán objetivista, sino de acercarse a “la realidad concreta y física” de las cosas y expandir el tiempo de la lectura hasta el límite del tedio, para que el que lee lo acompañe, y aloje allí mismo su propio surtidor de recuerdos. Porque cuando el lector llega a La isla de la infancia , ya ha acompañado al Karl Ove adolescente en los preparativos clandestinos para emborracharse en una fiesta de Año nuevo, y también al Karl Ove adulto mientras hace las compras para la cena, lava los platos, ve nacer a su primera hija, sobrelleva una fiesta infantil de cumpleaños y vela al padre, y ha hecho un acuerdo con ese “yo” desmedido que quiere contar su vida “verdadera” a cualquier precio. Le cree y hasta cree conocerlo.

Y aunque Karl Ove confiese ahora que no tiene recuerdos de infancia (“yo no recuerdo nada de esa época”), lo acompaña mientras recupera uno a uno los paseos por los bosques de la isla de Tramoya, los castigos severos del padre, las burlas de sus compañeros por sus gustos femeninos, y las muchas veces en que llora sin consuelo, y acaba por dar por cierto que en realidad todo había quedado grabado en la memoria “con precisión y exactitud, como con una especie de oído absoluto de los recuerdos”. Ha seguido leyendo hipnotizado incluso cuando se aburre, la lectura lo absorbe al tiempo que lo distrae, y en el tiempo holgado que le deja la descripción frondosa de juegos, amigos, paseos, castigos, lecturas, también él empieza a recordar los juegos, amigos, paseos, castigos, lecturas de su infancia.

Tensando los límites de la autobiografía, Knausgård ha creado una forma extrema de la ficción que quiere franquear un límite, vencer una resistencia del lenguaje y hacer que el aire de una vida, cualquier vida, fluya alrededor de las palabras. Con su naturalismo mnemónico, ha venido a demostrar que aún en la extenuada tradición del realismo, la novela sigue viva y es capaz de renovarse.

Para 2016 se promete el cuarto volumen. Ya lo estamos esperando.