Novela que cabe en un proverbio
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En el siglo I Lucio Anneo Séneca tradujo al latín una frase que había acuñado un médico griego, Hipócrates, cuatrocientos años antes: Vita brevis, ars longa, occasio praeceps, experimentum periculosum, iudicium difficile. La traducción más frecuente al español de nuestros días es: la vida es breve, el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, riesgosa; el juicio, difícil.
No hay s í n t e s i s más apropiada que ese proverbio clásico para dar cuenta de la última novela del británico Ian McEwan: la historia de una jueza de menores al borde de los 60 que e n f r e n t a una crisis total. Ante la falta de sexo en la pareja su marido le pide permiso para tener una relación extramatrimonial y en plena conmoción por el pedido debe fallar de urgencia en el caso de un adolescente testigo de Jehová al borde de la muerte. Tiene que decidir si se le suministra una transfusión de sangre contra su voluntad y la de sus padres para salvarle la vida. El desenlace de ese caso pondrá en tela de juicio su concepción de la justicia y la forma en la que la había llevado a la práctica hasta ese momento.
Fiona Maye, que así se llama la protagonista, había dedicado todas sus horas al arte de juzgar y era respetada por sus pares, pero se ve inesperadamente amenazada por el fracaso. Creía tener un matrimonio bien avenido, con una vida social satisfactoria, una posición económica cómoda y un sólido éxito profesional, pero c o m p r o b ó que todo es una fachada.
La experiencia con el adolescente también le demostrará que no dominaba como creía la difícil tarea de aplicar las leyes. El haber sacrificado su vida a su profesión no resultó s u f i c i e n t e para dominarla.
No alcanza la vida para lograrlo, como reza el proverbio, si no se comprende profundamente a quien se juzga, si no se lo compadece al mismo tiempo.
ERRORES
La trama tiene todos los componentes de una tragedia. El error de haber reemplazado el desarrollo personal por el éxito profesional y el error de reprimir los sentimientos con la razón. Esa ceguera dispara dos conflictos que la jueza no ve venir. El de la reacción del marido que no quiere quedar reducido a pieza de decorado social y el del adolescente al que intenta mantener a distancia tras haber fallado en una causa que creía resuelta con la simple aplicación de la ley de menores (The Children Act) que da el título en inglés a la novela.
Como en toda tragedia el conflicto refleja una situación general. La jueza representa en buena medida a las clases educadas británicas, su estilo de vida, su racionalidad laica, su sentimiento de superioridad intelectual frente a culturas con las que debe convivir como consecuencia de la historia colonial, su muda reprobación de la vida turbulenta e incivil de las clases bajas, su desatención a los sentimientos.
El precio que pagará por esta hybris será proporcional a su ceguera. El lector asiste a los procesos mentales de la protagonista contados en tercera persona y a escenas breves que hacen progresar por momentos demasiado morosamente el argumento hacia un final que, por contraste, puede ser considerado demasiado abrupto.
La complejidad psicológica de los personajes es mínima, si se la compara con lo densidad del tema. Abundan los detalles superfluos de presunta sofisticación cultural y social. En otras palabras, abunda el relleno, porque la creatividad escasea ?