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San Lucas, novelista

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“Te abandono, Señor. Tú no me abandones”.

Los que hemos sido seducidos por los relatos híbridos que ha construido magistralmente Emmanuel Carrére en la última década, esperábamos con ansias la traducción de El Reino, la última de sus proezas narrativas. La nueva obra del francés al que la escena literaria mundial no le pierde pisada desde la publicación de El adversario (2000) se escurre de las clasificaciones y pone en el ojo de la tormenta el origen del cristianismo con una vuelta de tuerca inesperada: poner a lo narrado por encima de lo real. Es destacable el catálogo de recursos de los cuales se ha valido Carrére para elaborar El Reino, sumado a la minuciosa investigación que ha realizado durante años sobre los evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Podríamos atribuirle un mal timing epocal para publicar una obra sobre el origen del cristianismo cuando el primer lugar en el podio de las religiones populares le ha sido arrebatado en las últimas décadas por el Islam, pero El Reino empuja la frontera dogmática de la religión cristiana hasta el precipicio de los interrogantes y, lejos de ser un relato moralizante, será bienvenido por cualquiera que disfrute del manejo excepcional de las formas narrativas.

A grandes rasgos, El Reino se desarrolla sobre tres ejes: la crisis personal que el autor sufrió a principios de los ’90, la que lo llevó a involucrarse apasionadamente en el estudio y la práctica de la religión cristiana.

A grandes rasgos, El Reino se desarrolla sobre tres ejes: la crisis personal que el autor sufrió a principios de los ’90, la que lo llevó a involucrarse apasionadamente en el estudio y la práctica de la religión cristiana. En aquella época, Carrére llevaba un diario sobre sus lecturas del Evangelio de San Juan que fueron archivadas en el momento en que se desprendió de su fe, y recuperó para la elaboración de El Reino, una investigación que nace con el objetivo de comprender el sentido de su conversión. En sus palabras: “No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos, pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me perturba, me trastorna”. El segundo eje del relato es la historia de Pablo de Tarso, el apóstol revolucionario y seductor con impronta dostoievskianaque, sin haber conocido a Jesús de Nazaret, comienza a predicar en favor de su divinidad y al que Carrére apoda “el Terminator judío”. En este apartado el autor reconstruye el origen de las primeras comunidades cristianas y la tarea revolucionaria y comprometida de Pablo confirmando que, como decía Borges, la teología es la rama más excelsa de la ciencia ficción y que la reconstrucción de la imagen de estos santos con aureola impresos en estampitas omite las contradicciones y las miserias que persiguen a la humanidad desde que el reloj del tiempo moderno empezó a contar.

Lucas no sólo fue el compañero inseparable de Pablo sino el cronista de los orígenes de cristianismo.

Por último, Carrére hace entrar en escena a Lucas, el evangelista. Lucas no sólo fue el compañero inseparable de Pablo sino el cronista de los orígenes de cristianismo. El Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles, del mismo autor, son los textos sagrados de los cuales se nutre la investigación del francés, en un intento por comprender no sólo el sentido de su conversión, décadas atrás, sino la cuestión de la fe y por qué se cree. Con el protagonismo de Lucas, en tanto narrador y cronista de los hechos, Carrére se sitúa como un doppelganger posmoderno que viene a afirmar el poder de la literatura. La fuerza del cristianismo no proviene solamente de su doctrina sino del  poder del relato que la religión ha sabido construir. Hasta la aparición de Lucas el compromiso de Carrére parece ser con la historia del cristianismo y con la verdad de los hechos. La introducción de Lucas, como su tibio alter ego –ni del lado de los creyentes ni del lado de los ateos- y con todas las dudas a cuestas sobre la fe y la condición de lo humano, le permite comprometerse con la ficción y con la construcción de un relato, ya no verdadero, sino verosímil. A través de este artificio el autor desestabiliza el piso firme por el que avanzan sus lectores con un volantazo que restituye el poder de lo narrado por sobre lo real, en una indagación sobre las construcciones de sentido más arraigadas en la sociedad occidental.

El héroe no es el autor, que con valentía narrativa se coloca en el paredón frente a la progresía ilustrada al relatar su etapa mística; tampoco es Pablo, un auténtico soldado de la causa; sino Lucas, el narrador.

Llegando al final del desarrollo del apartado de Lucas y ante la ausencia de fuentes cronológicas que le permitan continuar con el relato, Carrére decide rellenar una elipsis de dos años en donde, a través de la ficción novelada, convierte a Lucas en un novelista: “Me lanzo solo. Soy a la vez libre y estoy obligado a inventar”. Esta obra inclasificable le hace honor a las formas por sobre el contenido en tanto sirve para pensar el poder de la literatura y el relato, revisando la construcción de las primeras narraciones con un ritmo actualizado y pop a través del sentido del humor (no duda en relatar como sus hijos, ya adultos, se burlan de sus antiguas costumbres religiosas), la picardía (Carrére inserta constantemente referencias modernas como: “Lucas es un poco esnob, proclive al name-dropping”) y la vigencia (compara la expansión del cristianismo con la del yoga en la actualidad en las sociedades occidentales) La fuerza de El Reino radica en la propuesta: la literatura es una herramienta poderosa y fundacional. El héroe de la obra no es el autor, que con una valentía narrativa se coloca en el paredón frente a la progresía ilustrada contemporánea al relatar sin tapujos su etapa mística; tampoco lo es Pablo, un auténtico soldado de la causa que dejó su vida en lo que creyó que era su misión y colaboró en la expansión de la doctrina cristiana; sino Lucas, el narrador, el documentalista, el novelista, cuyo evangelio contiene los detalles y las escenas que perduraron y se transmitieron a lo largo de los siglos; las escenas y los hechos capaces, por su fuerza narrativa, de fundar una religión///////PACO