Pablo y Franco Bernasconi: una sociedad creativa de padre e hijo
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- Natalia Blanc
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Pablo Bernasconi y su hijo Franco, de 10 años, publicaron este mes Quetren Quetren (La Brujita de Papel), su primer libro creado en conjunto. Es un álbum ilustrado con textos en rima que tiene un formato especial: se despliega como un acordeón y en cada página hay un vagón de colores que forma parte de un maravilloso tren. En el reverso aparecen los coloridos trenes que Franco viene dibujando desde que tenía 2 años.
Cuenta Bernasconi padre que Franco es tan fanático de los trenes que a los 7 se hizo hincha de Ferrocarril Oeste. "Yo tenía la idea, desde hace varios años, de generar una línea de tiempo de los cientos de dibujos que hacía Franco sobre los trenes, revisando la evolución y la búsqueda desde los ojos de niño, y contraponerlo con mi propia visión, como adulto (o casi...)", dice el autor de Mentiras y moretones y El zoo de Joaquín, entre otros libros para chicos. En este caso, explica, "más que una imagen o concepto, lo que surgió fue un deseo, una pulsión fuerte que magnetizaba a Franco desde muy chico alrededor de los trenes, y por consiguiente a mí mismo. Cuando un género tan atractivo se pone enfrente de cada posible proyecto, lo mejor que podemos hacer es encararlo y ver qué nos devuelve. Y lo cierto es que rápidamente nos encontramos con un material lleno de posibilidades".
Juntos crearon las rimas, en un juego de asociación libre que les resultó muy divertido. "Quetren quetren/ lleva noticias/ buenas y malas/ chismosas, discretas/ cambia secretos/ por bicicletas", dice el primer verso.
¿Qué surgió primero? ¿El texto o los dibujos? Responde Pablo: "Si descontamos la tonelada de dibujos que ya teníamos guardada, primero apareció el texto y lo escribimos juntos. Es curiosa la forma que tienen los chicos de ensayar las rimas, el verso, cuando se impone cierta rigidez o estructura para conservar la métrica. Yo anteponía la idea, la raíz conceptual de lo que cada vagón podría significar, y luego ensayábamos formas y palabras con total desparpajo, de la manera más lúdica que podíamos. Franco era una ametralladora de rimas, el trabajo más grande fue decidir qué se quedaba y qué se iba".
El resultado de ese juego creativo entre padre e hijo es un relato desopilante sobre todo lo que podría cargar un tren. "Nunca planteamos la idea de que sería un trabajo, sino un juego que podía (no lo sabíamos) terminar en un libro. Ya habíamos probado algo similar en La verdadera explicación, donde mi atención se centró en investigar el mecanismo que usaba Franco para responder cualquier cosa que uno le preguntara sin titubear, y tratar de replicarlo con mi propia lógica y ante nuevas preguntas. Pero ahora ese mecanismo de origen tenía que ver con observar el mundo desde la ventana de un tren, desde la óptica ferroviaria. Franco convive con mi profesión de manera natural. El juego, los experimentos y el caos son parte de nuestra vida cotidiana. A veces me cuesta hacerle entender que éste es mi trabajo (todavía nos peleamos por los crayones). Tener un padre que pasa su tiempo dibujando, escribiendo y coleccionando chirimbolos es tan atípico como atractivo, para cualquier niño. Pero saltar dentro de este mundo y participar supone aceptar ciertas reglas, que tuvimos que pactar cuando el proyecto tomó otra seriedad."
¿Qué tienen los trenes en especial que le atraen tanto a Franco? ¿Por qué le gusta dibujarlos? "La verdad es que es todo un misterio. Cuando Franco cumplió dos años, mi hermano le regaló un tren de madera hecho por él. Y a partir de ahí su mirada no paró de relacionar todo con las vías, las estaciones, las bielas. Es notoria la persistencia que tuvo en todos estos años, en donde a pesar de contar con diversos estímulos, sigue fijando su atención en este universo. Si uno presta atención al reverso del libro, donde se multiplican los trenes que dibujó durante su vida, se puede notar no sólo la evolución de su dibujo, cada vez más detallado y realista, sino la incorporación de la perspectiva, como una forma de apreciar el tren en profundidad, como si se tratara de un organismo vivo. Creo que su pasión viene de mucho antes, de algún abuelo, o bisabuelo, de alguna herencia familiar que selló su alma con vapor caliente".
Padre e hijo están felices con el trabajo compartido y, también, con el libro terminado. Cuenta Franco: "¡Me gusta! Lo llevé a la escuela y les conté a mis amigos, y me encanta que sea un libro estirado, igual que un tren. Me gusta dibujar con papá, aunque él no me enseñó... aprendí mirando... Y las rimas fueron bastante fáciles, ¡nos salían muy rápido!"
El formato desplegable, que tanto atrae a los chicos, estuvo definido desde el inicio del proyecto. "Cuando propuse a la editorial hacer un libro de trenes con Franco, a todos nos pareció que era una buena oportunidad para desplegarlo en un acordeón, formato perfecto por lo horizontal. El problema es ahora que salió el libro, mi otra hija, Nina, quiere que haga uno igual con ella... ¡de princesas!"
Más allá de las disputas por los crayones, padre e hijo disfrutaron del proceso: "Nos llevamos muy bien y fue un ejercicio dinámico y muy nutritivo. Aprendimos a tolerar los tiempos del otro, que son diferentes. Sincronizar la atención y concentración de un adulto con respecto a la de un niño es un ejercicio que sólo pudo equilibrarse desde el juego. Nuestro mayor desafío tuvo que ver con disolver la ansiedad y potenciar su energía, atravesar un proyecto de libro supone una mirada con tanta perspectiva como paciencia. Ni Franco ni yo somos perfeccionistas, nos gusta avanzar y después corregir si hace falta. Esa impronta puede ser arrolladora desde lo creativo, pero requiere una autocrítica inmediata que muchas veces puede erosionar la pulsión, la iniciativa. Yo estoy acostumbrado a eso, pero Franco no tanto. De igual manera, esa misma observación minuciosa necesita de un motor que se desentienda de los detalles, que pueda ponerse en marcha en cada momento que se le exija. El juego hace eso".
Los Bernasconi van a presentar el libro juntos en el centro cultural Estación Araucania, de Bariloche. Será el 7 de septiembre, día del cumpleaños de Franco, con trenes eléctricos recorriendo el salón, proyecciones de El general, de Buster Keaton, la película preferida de Bernasconi junior, y varias sorpresas sobre rieles y chimeneas humeantes.