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“La cena”: el costumbrismo con una magistral crueldad

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Es una cena de familia, de esas que tienen cada muerte de obispo, y rezan a diario para que ninguno obispo se muera. Se han encontrado por razones de fuerza mayor, pero no van a empezar por esas sinrazones. Son gente educada, así que empiezan comentando la última película de Woody Allen. Pero el lado oculto de cada uno, y del que los ha convocado, comienzan a asomarse hasta explotar. Una explosión educada, calculada, como corresponde, eso sí. Aunque Paul, que cuenta la historia, hará saber de a poco de sus impulsos violentos, de sus trastornos mentales, eso sí, leves, comprensibles hasta en la buena gente. Y que acaso sea un problema genético que ha trasladado a su hijo Michel, y eso explique lo que le pasó.

En realidad lo que les pasó a Michel y a su primo Rick, el hijo de Serge, la noche que quisieron sacar plata de un cajero automático y había un indigente durmiendo ahí, y le tiraron un tarro de nafta para que se fuera, un chiste de quiceañeros, y el pobre se incendió. Un mero accidente, como dice Claire, y no otra cosa. Además, cuando pasan por televisión a los presuntos asesinos, a los chicos ni se lo ve. La macana es que Beau, el chico de Burquina Faso que adoptaron por imagen Serge y Babette grabó todo y anda jugando a la extorsión, aunque a los chicos nadie los pueda identificar.

Con una escena central de dos parejas cenando, que recuerda a las que en el cine lograba Claude Chabrol para contar de un crimen. Con un compás de perfecto menú: aperitivo, entrada, segundo plato, postres, digestivo y propina, que permite los flashbacks que informan de la historia de ese grupo de gente. Herman Koch, el exitoso escritor holandés, logra en su séptima novela una obra extraordinaria, de magistral crueldad y hasta un cierto cinismo compasivo. Con feroz ironía, con sarcasmos y codazos cómplices con el lector, plantea qué podría hacer la «gente como uno» al enterarse de que sus «hijos de familia bien» han asesinado a un mendigo, cuando por divertirse robaron algo en el super, agarraron a trompadas a un tipo en el subte o a la salida de una cancha. Una demoledora comedia de costumbres que muestra salpicando humor hasta donde la violencia está más cerca de lo que se supone, y la responsabilidad moral atañe hasta los que la habitualmente la pontifican como si fuera un tema de otros.