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Martin Amis: Envejecer es una experiencia aterradora

Periodista:
Luis Aubele
Publicada en:
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POR DIEGO SALAZAR, Para Revista Ñ

 

Son las seis de la tarde de un jueves lluvioso y Martin Amis atiende a la prensa en Barcelona. El “niño terrible de la literatura británica” es ahora un hombre mayor, de 62 años, al que una vida agitada ha dejado marcas visibles del paso del tiempo. Las sienes canas, unas profundas entradas, la vista cansada, la voz tenue y pausada.

 

El tiempo se acorta, Amis lo sabe, y la sola idea lo aterroriza. Al punto de que el paso del tiempo, la vejez y la construcción del propio pasado se han convertido casi en sus únicos temas en los últimos años. Sin ir más lejos, La viuda embarazada , su última novela nació como una autobiografía velada pero rápidamente se convirtió en un agridulce retrato generacional que narra los sinsabores de la llamada revolución sexual. A la que recuerda con una nostalgia crítica, algo desapasionada, pero que se manifiesta en el temor o, quizá, falta de comprensión que Amis siente hacia el tipo de relaciones paridas cincuenta años después por esa misma revolución, las relaciones sexuales/amorosas que mantienen los jóvenes de nuestros días. Eso y, claro, el miedo a la muerte.

 

El miedo de Amis, que empezará esta charla con una cerveza y terminará con una copa de chardonnay, tiene además una causa concreta. Su gran amigo, el ensayista Christopher Hitchens, se encuentra aquejado de un severo cáncer de esófago. “He perdido una hermana, una madre y un padre. Pero no he perdido todavía un mejor amigo”, dirá Amis, tragándose alguna lágrima.

 

Hace unos años dijo que no volvería a leer sus libros. Sin embargo, para “La viuda embarazada” volvió a “El libro de Rachel”.

 

Bueno, lo intenté. Estaba escribiendo acerca de un hombre de 20 años, así que quería volver a meterme en la cabeza de un hombre de 20. Pero no pude, no fui capaz de leerlo, la lectura fue demasiado angustiante.

 

 

¿Fue una cuestión de estilo?

 

Ha pasado demasiado tiempo, ese libro tiene 40 años. Solía gustarme releer mis libros, una velada con una botella de vino y un libro mío era mi idea de pasar un rato fantástico. Sin embargo, ese placer desaparece porque al hacerte mayor no quieres revisitar el pasado, quieres mantenerte concentrado en lo que vendrá, básicamente porque el tiempo se te empieza a acabar.

 

¿Y piensa que la gente de su edad pasa demasiado tiempo mirando hacia atrás?

 

No, la verdad que nunca se me ha ocurrido algo así. Pienso que pensar en el pasado es bastante agradable. Es con respecto a su propio trabajo que uno no quiere mirar atrás. En mi caso, incluso corregir las pruebas de mis libros se convierte en un suplicio, porque ya está, está hecho y quiero pasar al siguiente. El tiempo se acorta.

 

 

Al principio del libro, el narrador señala que cuando uno se hace mayor la vida se convierte en una película de terror de serie B. ¿Es el personaje el que está hablando o es usted?

 

Soy yo, sin duda. Aunque también él de alguna forma. Si bien no es una novela escrita en primera persona y no queda del todo claro que sea él, aunque sí está narrada desde su punto de vista. Envejecer es una experiencia bastante aterradora. Yo estoy aterrado. La idea de que este es el último fragmento, el último capítulo... creo que todos aquellos que sobrepasan los 60 sienten algo, tienen dentro algo que antes, con toda certeza, no estaba ahí. Quizá porque lo que viene es inevitable.

 

¿Y ver a su amigo Christopher Hitchens enfermo ha contribuido a ese temor?

 

Eso ha sido bastante horroroso. Ya ni siquiera verlo, la sola idea de que está enfermo me resulta horrorosa.

 

 

¿Porque el primer pensamiento es “podría ser yo”?

 

Sí, claro. Y el cuerpo es bastante despiadado, tu primera reacción es “Yo no”. Pero claro, imagino que uno va asimilándolo según pasa el tiempo y los casos. He perdido una hermana, he perdido una madre y he perdido un padre. Pero no he perdido todavía un mejor amigo, un amigo de hace tanto tiempo. Como dije una vez en la televisión, nuestra relación es algo así como un matrimonio homosexual no consumado. Incluso en lo que a la atracción física respecta. Es el mismo tipo de sensación que uno tiene cuando conoce a una chica maravillosa, cuando piensas “nunca imaginé que existiera alguien así”, cuando piensas que esa persona existe sólo para ti, que tiene la respuesta exacta a todas tus necesidades. Y sabes, no muchos amantes o parejas duran 40 años.

 

Keith es un álter ego extraño: una especie de Martin Amis que no llegó a convertirse en Martin Amis.

 

 

Bueno, él quería ser poeta, no novelista, y terminó trabajando en publicidad y siendo realmente infeliz. Podría haber sido poeta, uno de cierto éxito incluso, si ese verano no hubiera tenido lugar. Porque todo ese torrente de emociones terminó jodiéndolo. Pero querer ser poeta es muy distinto de querer ser novelista. Y en cierto sentido se deja entrever que él es el autor del libro, en cierto sentido, o sea que aunque siguiera escribiendo no llegó a ser un poeta. Los poetas son, ya sabes, unos tipos intensos, fieros a su modo, los novelistas tienen otro tipo de talento. Auden, en un poema llamado “El Novelista”, dice que los poetas “Visten su talento como un uniforme... Pueden maravillarnos como un relámpago, o morir tan jóvenes, vivir solos durante años. Ir hacia adelante como húsares”. El de los novelistas es un oficio completamente distinto. El novelista es una especie de comediante, no un tipo impactante. Por lo que, una vez más, no creo que Keith sea justamente como yo, es un tipo un tanto pasivo, demasiado cauto y que además no cuenta con ninguna de mis ventajas como, por ejemplo, tener a un escritor reconocido como padre. Tuve que retirar por completo cualquier idea de privilegio de su vida, lo que supuso un esfuerzo por mi parte cuando empecé a reescribir el libro para convertirlo en una novela en lugar de una autobiografía encubierta, que era el plan original.

 

Le he leído hablar de lo difícil que resulta escribir una escena sexual, pese a lo cual escribió una en este libro. ¿Tuvo en algún momento miedo de ser nominado al Bad Sex Award?

 

Mi mujer fue nominada hace unos años. Estoy bastante orgulloso de esa escena, la verdad. Creo que resulta inesperada, y que es bastante fiel y creíble.

 

 

¿Existe algún escritor cuyas escenas de sexo le hagan pensar “Ok, sí, esto funciona”?

 

No, creo que no. Me parece que las mujeres son un poco mejores que los hombres en esto. Los hombres están siempre atrapados por esa necesidad de demostrar que son grandes amantes, fanfarroneando. Las mujeres conocen sus limitaciones de una manera que los hombres no. Cuando uno escribe una novela tiene una relación endiosada con aquello que está creando, puede hacer lo que quiera, y eso no casa bien con la prepotencia masculina. Esa prepotencia del creador no puede ir junta a la prepotencia del personaje, tienes que renunciar a tu poder de alguna manera y hacerte vulnerable. Creo que el sexo fallido, el fiasco sexual, es un tema perfectamente válido, pero el sexo exitoso no.

 

En esa línea, ¿cree que las mujeres deberían ser mejores novelistas que los hombres? Nabokov decía: “Soy exclusivamente homosexual en mi gustos literarios”.

 

 

Sartre creía que las mujeres no podían ser novelistas porque no llevaban el peso del mundo sobre sus hombros.

 

¿El peso del mundo?

 

Bueno, pero eso no es verdad, sí lo llevan. Y el mejor novelista de la historia de la literatura inglesa es una mujer, George Elliot. Con Jane Austen pisándole los talones. Y las hermanas Brontë, claro. Dicho esto, debo decir que no leo tantas escritoras mujeres como hombres, leo mujeres pero no tantas. Estoy seguro de que las mujeres leen más novelistas mujeres que novelistas hombres. Me parece que uno como lector en cierto punto desea tener, desea sentir, cierta identificación con el novelista, no con los personajes. Hay un crítico que hacía la distinción entre “sinceridad real” y “sinceridad literaria”, estaba hablando de Milton y de sus elegías a los muertos, de quien dice que tenía que haber practicado en cada cadáver con el que se cruzó, porque sencillamente quería escribir una buena elegía, lo importante era el cadáver, no la persona. La diferencia está, decía, en que cuando escuchas acerca de la muerte de un amigo puedes estallar en lágrimas pero no entonar un canto. Creo que es una observación brillante. Sin embargo, creo que hay algo más de canto en la escritura de las mujeres, creo que se encuentra más cerca del corazón, que es más sincera. Hay algo más directo, menos autoconsciente. Y no tiene esa insistencia, ese persistente tonillo de macho, ese constante alarde. Las mujeres no van al bar a alardear de su vida sexual. Quizá lo hagan ahora, pero no solían hacerlo.

 

 

Usted dijo que, como en el porno, las relaciones sexuales habían sido vaciadas de sentimientos. ¿Lo cree?

 

Creo que esa es la dirección hacia la que nos encaminamos. Todavía estaban atadas a lo sentimental en los años setenta, y ese fue quizá el primer paso tomado por la revolución sexual: hacer del sexo un asunto más recreacional, como una forma de diversión. Eso era imposible antes de la píldora, porque existía siempre esa angustia ante la posibilidad del embarazo.

 

¿Y no cree que es mejor haber perdido esa angustia y esa idea sacralizada del sexo?

 

No creo que esa clase de sexo haya sido nada buena, pero tampoco creo que el sexo sin componente sentimental sea algo bueno. Es divertido. Pero, ¿y qué más? Mira, había una especie de acuerdo para la gente de mi generación, y ese acuerdo pasaba por dedicarse completamente a la promiscuidad hasta los 32 o así, y a partir de entonces te olvidabas de eso y te hacías monógamo. El fracaso, evidentemente, fue mayúsculo, y de hecho muchos se hicieron adictos a la variedad. Pero no me gustaría haberme hecho adicto a una variedad carente de sentimientos, a una variedad de compañeras de cama de las que no pudiera siquiera imaginar que me enamoraría. De verdad creo que enamorarse es cada vez más difícil, aceptar la idea de enamorarse. Porque no queremos comprometernos, no queremos salir heridos. Incluso las mujeres. Y una vez las mujeres están de acuerdo con esto, significa que de verdad algo ha cambiado. Tengo un par de hijos de veintitantos, dos hijas pequeñas y una hija mayor casada, creo que ellos estarán bien, que sabrán enamorarse, pero algunos de sus coetáneos rehúyen de ello.

 

 

¿De alguna manera se siente feliz de no tener que lidiar con ese cambio?

 

Sí, me siento bastante aliviado. Me gusta el hecho de poder recordar cómo era antes, porque ninguno de ustedes puede, ustedes no lo han vivido.

 

Hace unos meses, con el historiador Philip Blom decíamos que la lucha por la igualdad de los sexos y la revolución sexual habían llegado a su fin, al menos en Europa. ¿Está de acuerdo?

 

No lo creo. Creo que la igualdad tardará en llegar todavía un siglo. Resulta que es bastante difícil conseguir un acuerdo decente entre hombres y mujeres. Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro.

 

 

Bueno, se puede. Quizá tome algo más de esfuerzo.

 

Sí, pero hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado...

 

 

¿Y cree que eso es malo? ¿No es quizá sólo diferente?

 

No, creo que es malo. Creo que la incapacidad para comprometerse en una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma.

 

¿Todas estas quejas no son excusas para esconder pereza?

 

Creo que está ocurriendo un cambio real. Quiero decir, el cerebro alfabetizado es físicamente distinto al cerebro analfabeto. Y el cerebro educado digitalmente es diferente del cerebro alfabetizado. Ese es un cambio real.

 

 

Puede ser, pero tenemos que esperar a ver qué nos dicen los estudios acerca de ello. No existen conclusiones todavía.

 

Tenemos que esperar los estudios, pero el cambio no va a disminuir.

 

 

Volviendo al libro, la novela es bastante divertida, pero al final se va haciendo más triste. Así lo vieron personas de su generación, ¿usted lo ve así?

 

Creo que es gracioso, como todos mis libros. Incluso el que transcurre en un gulag. Si bien hay cosas que no son tan graciosas, creo que en conjunto La viuda embarazada es un libro bastante gracioso. Agridulce quizá.

 

Normalmente, según uno va haciéndose mayor, el interés por la ficción parece decrecer y uno como lector prefiere otras lecturas, ensayo, historia. ¿Le ha pasado esto?

 

En cierta forma. Me encanta la historia, leo muchos libros de historia. Todavía leo mucho ficción, pero no leo demasiadas novelas. En realidad, hay muy pocos novelistas a los que todavía leo, la mayoría de los que todavía me interesan son autores que ya he leído. A partir de cierta edad lo que uno hace es releer.

 

 

Bret Easton Ellis decía en una entrevista que, a diferencia de lo que le ocurría antes, ya no leía novelas para entender el mundo, para eso leía no ficción. ¿Está de acuerdo?

 

Pienso que las novelas tienen un lugar a la hora de buscar comprender el mundo, y esa es la razón por la que uno termina leyendo no ya a sus contemporáneos sino a la generación anterior, para de esa manera enriquecer nuestro mundo. Creo que eso es lo que hacen las novelas. Como sabes, mis dos referentes principales son Bellow y Nabokov. La obra de Nabokov es enorme, mucho más que la de Bellow, y contiene por lo tanto excesos bastante más obvios. Sin embargo, Nabokov no se interesó ni por un segundo en la modernidad, en el mundo moderno, mientras que Bellow sí estaba interesado en él, su obra está mucho más relacionada con el mundo moderno, tiene esta especie de autoconciencia acerca de la cultura de masas. Pero en todo caso, no creo que eso sea lo importante en ninguno de los dos: lo importante es el disfrute artístico.

 

¿Espera pasar el resto de su vida en Estados Unidos?

 

No creo. Mantendremos el piso de Londres, imagino que mis hijos pasarán mucho tiempo en Inglaterra, lo mismo que nuestros amigos.

 

 

Entiendo que el traslado está relacionado con la salud de los padres de su mujer, ¿pero es esa la principal razón o tiene ganas de dejar Inglaterra?

 

Sí, es una cuestión de necesidad. Los padres de mi mujer están mal. Y aunque a veces parezca lo contrario, le tengo mucho cariño a la gente de Inglaterra, disfruto de esa mezcla de excentricidad y tolerancia. Por supuesto, depende del barrio y el nivel económico. Pero, vamos, es el país de Shakespeare del que estamos hablando.

 

¿Podría contarnos algo de su próxima novela?

 

Está terminada. Es muy cruda, violenta, centrada en los bajos fondos y en la que un joven criminal, Lionel Asbo, gana mucho dinero en la lotería. Asbo es un acrónimo de Anti-Social Behaviour Order , que es la orden judicial que se extiende para controlar a personas violentas. Es una sátira bastante dura sobre la sociedad inglesa actual. Creo que no se lo van a tomar muy bien.