Retrato del ensayista cachorro
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- Juan Pablo Bertazza
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No hay duda de que el de los ensayos misceláneos era un terreno más que propicio para que Michel Houellebecq desplegara todas sus armas provocativas. En ese sentido, Intervenciones, que reúne artículos desde 1992 en adelante, no defraudará a sus seguidores aunque pueda resultar, por momentos, un poco previsible a la hora de seleccionar aliados y enemigos.
Uno de los grandes ejes en torno del cual gira la literatura francesa de los dos últimos siglos –una de las que más acudieron, dicho sea de paso, a los Tribunales para dirimir cuestiones públicas del arte– es la relación con el otro. Desde el lema de Sartre (“el infierno son los otros”) hasta su refutación por el último Nobel francés, Le Clézio (“los otros son el paraíso”), pasando por la frase atribuida a Flaubert (“Madame Bovary c’est moi”), la apatía con que Meursault mata en El extranjero al árabe, las biografías ficcionalizadas de Pierre Michon y Jean Echenoz y, claro, ese fenómeno puramente de otredad llamado Michel Houellebecq.
¿Cómo y qué son los otros? ¿Cómo los nombran y se apropian de ellos los escritores franceses que, en las últimas décadas del siglo XX (sobre todo desde la caída del Nouveau Roman), comenzaron a erradicar ese hábito histórico de moverse en manada, para empezar a tener una voz tan individual como pública y de peso en la escena mediática?
El problema, en todo caso, constituye en detectar si un escritor cree en lo que dice en la televisión y en los diarios o, más bien, utiliza a sus personajes para hablar detrás de sus máscaras.
Aunque sus primeras novelas tuvieron una repercusión notable, Michel Houellebecq se transformó, según decretó Le Nouvel Observateur, en “la primera star literaria desde Sartre” con la publicación de Plataforma (2001), una novela que, a los motes de “enfant terrible”, “cínico” y “pesimista”, vino a agregarle el de “islamófobo”. Si bien nadie podía iniciarle una causa por lo que le hacía decir a su protagonista, en una entrevista publicada en Lire en 2001, manifestó sin ningún tipo de mediaciones ni tapujos que “el Islam es la religión más idiota del mundo”. El juicio, del cual terminó absuelto, lo catapultó a la fama y a un exilio autoimpuesto. Hasta el día de hoy, en el que tuvo que afrontar otra polémica tras haber ganado finalmente el Premio Goncourt con su última novela El mapa y el territorio (pronta a aparecer en español), ahora por plagiar algunas descripciones de Wikipedia, cargo que reconoció el mismo escritor. Sin embargo, el juicio nunca tuvo lugar por el uso libre de Wikipedia y como extraño corolario un bloguero colgó la novela en Internet aduciendo que sí, se trataba de uso libre pero sin lucro.
Intervenciones, título de lo más acertado porque la escritura de Houellebecq parece adecuarse a cada una de sus acepciones (tomar parte en un asunto, interponer autoridad y, sobre todo, por el significado médico de intervención quirúrgica) muestra a la perfección qué fue de Houellebecq, con toda la vaguedad que eso implica.
Compuesto de entrevistas, el texto de una instalación de Gilles Touyard, ensayos y artículos breves publicados en Le Figaro, Les Inrockuptibles, Paris Match y hasta la 20 ans, donde trabajaba la Isabelle de La posibilidad de una isla, podemos decir que el otro Houellebecq, es decir, el Houebellecq ensayista es el mismo que el novelista pero distinto. Es decir, también en este rol Houellebecq despliega su artillería, su fábrica de agresión innecesaria, algo pueril pero inteligente y lúcida. Algunas de las víctimas se repiten: la izquierda y el cine francés, otras son de cosecha más reciente como el pobre Jacques Prévert, a quien le pega sin asco. La diferencia radica en que el Houellebecq ensayista logra crear la sensación de que aun el oprobio más caprichoso responde a un proceso reflexivo. Al respecto, sobresale el artículo “Salir del siglo XX”, donde dice que “la literatura no sirve para nada”, y es literalmente sólo el comienzo, el punto de partida para despreciar a todos los pensadores del siglo, en especial Adorno, por formular una pregunta tan imbécil como si se puede escribir poesía después de Auschwitz; y encima proponer “la verdadera pregunta del siglo XX”: ¿Se puede escribir ciencia ficción después de Hiroshima?
Por el contrario, también hay lugar para las loas, en especial a Neil Young (“me ha acompañado en el sufrimiento y en las dudas”) y su admirado Balzac a quien, además, utiliza como punta de lanza para desmarcarse de su íntimo enemigo Alain Robbe-Grillet (“él decía que Balzac corresponde a un período de esterilidad y glaciación en la literatura francesa, yo lo llevaba a la cima”; “él se quejaba de la pérdida de las ambiciones formales de la literatura pura, yo afirmo la preeminencia en mi obra de la sociología”). Claro, como todos los enemigos, tienen algo en común y es que ambos escritores se recibieron en el Instituto Agronómico Nacional a tal punto que, según Houellebecq, Robbe-Grillet nunca soportó haber dejado de ser “el único ingeniero agrónomo de la literatura francesa”.
Una mención aparte merece el artículo “La fiesta”, donde Houellebecq parece plagiar al Boris Vian de las surprise-parties, aunque con su inconfundible sello de cinismo: “El objetivo de la fiesta es hacernos olvidar que somos seres solitarios, miserables y condenados a vivir. Una buena fiesta es una fiesta breve”.
Tanto las novelas como los ensayos coinciden mayoritariamente en sus temas: el capitalismo, la sexualidad, el amor y la tecnología; pero en este compilado sobrevuela como un mantra o un remix insistente ese slogan de Houellebecq acerca del Islam como la religión más imbécil del mundo.
Si las novelas de Houellebecq lo transformaron en el enfant terrible de la contemporaneidad francesa, sus ensayos revelan los engranajes más bien aceitados de su madura adolescencia.
Por Juan Pablo Bertazza, para Radar Libros (Página 12)