Novelas para el invierno
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Por Silvia Hopenhayn, para La Nación
En el cine se paga lo mismo más allá del tiempo de viaje, dado que el valor de una entrada no cambia con la duración del film. El problema en el cine es que si uno se duerme la salida se malgasta, mientras que con un libro los párpados van a la par que las páginas, se puede seguir leyendo en otro momento; nadie te echa de la sala. Se recomienda, pues, animarse a novelas largas, desde En busca del tiempo perdido , de Proust, hasta las casi mil páginas de la nueva edición de La montaña mágica , de Thomas Mann (Edhasa).
La más oportuna -no por ello actual- y menos conocida es Invierno , de Anthony Powell (1905-2000), publicada por Anagrama. Se trata de la última entrega del longevo novelista inglés (guionista de la Warner y editor de la veterana revista satírica Punch), que forma parte de una inmensa obra escrita a lo largo de veinte años, titulada Danza para la música del tiempo , a su vez integrada por cuatro trilogías: Primavera, Otoño, Verano e Invierno . El título es homónimo de una enigmática pintura de Poussin, de cuatro figuras humanas que bailan entrelazadas dándose la espalda y al ritmo de una música interpretada por un ángel anciano con una lira y un niño pequeño.
El tomo referido al Invierno consta de tres novelas, de sugestivos títulos: Los libros sí amueblan una habitación, Reyes temporales y Escuchando armonías secretas . Cada una de ellas puede leerse y tiene sentido en sí misma. Todas son contadas por el protagonista y narrador, Nick Jenkins, un periodista y escritor dedicado a la literatura del siglo XVII, más especialmente a Robert Burton, autor de Anatomía de la melancolía (dato pintoresco: el libro de Burton, de ¡1621!, es casi un tratado, arcaico y maravilloso, que rastrea "las causas no necesarias, remotas, externas, adventicias o accidentales" de la melancolía, sobre todo en el plano amoroso). Volviendo a Powell, las novelas del invierno cuentan las desventuras del matrimonio Widmerpool, integrado por Kenneth y Pamela, cuyas vidas turbulentas (arte, droga, sexo) se entrelazan con políticos, aristócratas, militares y bohemios de mediados del siglo XX. Como en el cuadro de Poussin, todos los personajes danzan juntos, al tiempo que se dan la espalda; lo que vale aquí, en lugar del pincel, es la pluma del autor: sarcástica y afinada. Digna de estos tiempos.