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Aprendiz de brujo

Periodista:
Jean Rouaud
Publicada en:
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Hace diez años, en su novela La disciplina de la vanidad, el peruano Iván Thays retrató a un grupo de compañeros de taller literario, obsesionados con su obra y el futuro. La recién editada Un sueño fugaz, una suerte de continuación, reencuentra a los aprendices de escritores que, adultos, se enfrentan con aquellas expectativas juveniles y con las diferentes formas del trabajo y el éxito.

Por Damián Huergo para Radar Libros, Página 12

 

Los grandes capocómicos se caracterizan por crear frases que funcionan más allá de su contexto original, tanto por sus efectos humorísticos como por su aporte reflexivo sobre el tema que abordan. Es el caso de uno de los cientos de latiguillos que dejaron más de veinte temporadas de Los Simpson, donde un Homero adolescente, flaco y con corte de pelo Beatle, le pregunta en un sueño al Homero obeso, calvo y bruto que conocemos todos: “¿Cómo dejaste que me convierta en ti?”. El mismo interrogante, que contrapone las expectativas juveniles con el puzzle –siempre– incompleto de la vida real, sirve como eje organizador de Un sueño fugaz, último libro del limeño Iván Thays. Allí, todos los personajes adultos se definen en relación con la posible respuesta, o –mejor dicho– con las coartadas que inventan para esquivarla, como si en ese balance final no soportaran la vara del juez que observan al enfrentar el espejo.

 

 

Un sueño fugaz brota de una novela publicada por Thays diez años atrás, La disciplina de la vanidad, donde un grupo de aprendices de escritor se mortifican por preguntarse quiénes serán los que escuchen ese canto de sirenas que es el “éxito”, en su versión literaria. Como si fuese una caja china, en su interior aguardaban ensayos breves y múltiples historias. Entre ellas, la de una joven promesa de la literatura que desapareció de las primeras planas como las fotos de los empleados del mes en McDonald’s. Luego, ese fracaso se extendió como una mancha de petróleo por el resto de los pilares de su vida. El puente que crea Thays entre ambos libros es el prólogo de Un sueño fugaz. En párrafos cortos e intensos el narrador retrata a los integrantes del taller literario Centeno, cargados de energía y de la ambición del aventurero que recién arranca su viaje. En esas páginas, como si fuese un espejo invertido de lo que vendrá, los talleristas exhiben y excitan sus cuerpos jóvenes, hablan con irreverencia de obras ajenas y disfrutan pasar las horas con otros marcianos que sienten que la literatura lo es todo en el mundo.


Del otro lado del puente, en los siguientes relatos que estructuran Un sueño fugaz, vemos al narrador –ya maduro– instalado en Italia. Lejos de los planes que auguraba en su juventud, debe lidiar con apuros económicos, insatisfacciones conyugales, la pérdida de un hijo, el deterioro físico y con su impotencia sexual y literaria. Con una prosa contemplativa, Thays plantea en la primera parte de la novela, como Cortázar en Rayuela, un itinerario bohemio del escritor latinoamericano por Europa (cambiando París por Venecia, Trieste y Roma). Su acierto está en quitarle al periplo el aura romántico-consagratoria que marcó a los escritores de esta región durante la modernidad. Al punto que el protagonista, como signo de época, retorna derrotado a Perú “para escribir”.

 

 

En la segunda parte, el narrador se encuentra en Perú con sus viejos amigos. Pocos mantienen los sueños fugaces que los amontonaron años atrás. Algunos viven lo que denominan “su segunda juventud”. Thays indaga con sutileza la reinvención de cada uno, por ejemplo en Mercedes como actriz amateur o en Esteban como galán maduro. En ellos señala los matices, las desviaciones que hay entre sus primeros deseos en el Centeno y su abandono. Sin embargo, la misma profundidad no se observa cuando retrata a sus amigos escritores. Como si armase un inventario, recurre a la antinomia del escritor con talento que el mercado ignora y al celebrado mundialmente que no tiene el reconocimiento de sus pares, representado por Tomás, con quien el narrador tendrá una pelea en un ring de boxeo, en un intento (que recuerda a Bolaño) por materializar el duelo abstracto de los discursos.

 

Un sueño fugaz revuelve las diferentes formas del fracaso y del éxito. No las antepone ni las encumbra. Tampoco las toma como formas definitivas. Por el contrario, Thays las hace funcionar como estaciones –necesarias y efímeras– de ese viaje disperso entre la juventud y la vejez. De las piezas sueltas que quedaron en el camino está hecho este buen libro; de los restos de vida que fueron componiéndose mientras no pudieron ser.