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Un homenaje a la novela gótica y de terror

Periodista:
Armando Capalbo
Publicada en:
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Por Armando Capalbo para ADN

 

Sarah Waters (Neyland, Gales, 1966) se ha especializado en ensayo sobre sexualidad femenina, género y feminismo, además de haber recibido excelente acogida crítica por sus novelas El lustre de la perla , Falsa identidad y Ronda nocturna , entre otras. Destacada por la prestigiosa revista Granta , finalista del Booker Prize y galardonada con el Somerset Maugham, Waters traza una inflexión respecto de su narrativa anterior, que se abocaba a la temática del ámbito cultural de las minorías sexuales, para dedicarse en El ocupante a retomar la tradición gótica y fantástica de las literaturas inglesa y estadounidense, instalando por debajo del aspecto más entretenido del espanto, fantasmagórico y sobrenatural, el revisionismo de esa tensión entre lo cambiante y lo perenne que dentro de la literatura inglesa ya había tratado Virginia Woolf en Orlando .

 

El clan familiar compuesto por la viuda Ayres y sus hijos Roderick y Caroline habita la ruinosa mansión Hundreds Hall, en el condado de Warwickshire, en la inmediata posguerra de finales de la década de 1940. La antigua familia patricia ha conocido tiempos de gloria, aunque el presente es justo lo contrario: madre e hija se ocupan de gran parte de las tareas de la casa, ayudadas únicamente por la criada adolescente Betty, mientras Roderick, veterano regresado de la guerra con una de sus piernas casi inutilizada, administra los pocos bienes que les quedan a los Ayres, que no alcanzan para solventar los gastos de la otrora espléndida y enorme propiedad. En medio de una lenta y visible agonía de la prosapia familiar y de la casa, Faraday, el joven médico de la localidad, es convocado para curar las dolencias de Betty, quien, a solas, le confiesa su horror por percibir noche a noche el susurro de un fantasma. Sin embargo, es la nostalgia y la fascinación por la decadencia la que hace regresar varias veces a Hundreds Hall al modesto médico, en cuya infancia su madre, amiga de las criadas de la mansión y sirvienta también ella, logró una tarde de fiesta mostrarle al niño el lujo de los interiores de la residencia. Aquella tarde inolvidable, robó el chico un pequeño relieve de la mampostería ornamental de uno de los muros del salón de recepción. El recobrado encantamiento del médico se posa por segunda vez en una delicada pieza que parece también aferrada a la casa, Caroline, de la que también intentará apropiarse. Sin embargo, algo más poderoso que la voluntad se interpone, una inmaterial presencia siniestra que hará todo lo posible por separarlos.

 


El muy conocido embrujo fantasmal del género gótico triunfa como emblema del relato, atravesado también por lo decididamente ambiguo y atávico. En una audaz vuelta de tuerca respecto del intertexto clave de El ocupante -el cuento de Poe "La caída de la casa Usher"-, la etérea y maligna presencia que se aloja en las sombras de Hundreds Hall es, además de la síntesis del miedo, la provisoria explicación inverosímil de la extraña enfermedad mental que aqueja a Roderick. Su progresiva locura, su pérdida de referencias y el cada vez más insoportable dolor que le causa la herida de guerra en la pierna recrudecen con el acecho y la venganza del espectro que visita su dormitorio. El doctor Faraday, si bien encarna el necesario punto de vista escéptico, al vincularse sentimentalmente con Caroline, se suma a la atmósfera inquietante de la mansión Hundreds Hall y, al pretender curar las enfermedades del lugar, queda expuesto a creer en el maleficio y a combatirlo para salvar su amor. En el relato de Waters resuena una mezcla de decadentismo y melodrama que recupera lo mejor de la narrativa de las hermanas Brontë, particularmente Cumbres borrascosas , y evoca, sin titubeos, a Rebecca , de Daphne du Maurier. La temporalidad y la encrucijada del pasado en el presente que invade y cristaliza casi toda la prosecución narrativa, excepto el final, es también un atributo tomado de Poe, aunque el horror tangible y los deterioros físicos y mentales debidos a los espantos fantasmales recuerdan a H. P. Lovecraft. En el centro de la novela, más allá del emotivo y explícito homenaje al género gótico, se cuece una amalgama entre horror psicológico y alusiones sexuales que emparentan Hundreds Hall con aquel inolvidable castillo de Bly en el que se corroían los personajes de Otra vuelta de tuerca , de Henry James.

 


El crescendo del miedo, paradójicamente, afirma la intensidad melodramática y la refinada teatralidad con la que Waters imbrica el enlace entre demencia y registro gótico, esgrimiendo una dramaticidad de la decadencia que le permite explorar la tradición genérica, a la vez que examina la contradicción entre modernización y tradición, propia del ruralismo inglés de mediados del siglo XX pero que ya aparecía en las novelas victorianas de Thomas Hardy, como Lejos del mundanal ruido , de la que el texto tampoco disimula ciertas referencias. Las nuevas tendencias que vivifican la posguerra están representadas por el doctor Faraday, quien, no obstante, se deja arrastrar por la atmósfera de nostalgia y encantamiento. Junto con lo gótico, entonces, late un fascinador fresco sociocultural que apunta a revisar los orígenes de las líneas políticas de transformación que atravesaron la Inglaterra de aquellos tiempos.

 


La equidad entre lo visible y lo invisible, la remoción de la cordura por la confusión, el sopor de un decadente letargo que parece no tener fin, la sombría perspectiva de posponer indefinidamente la salvación por el amor y la definitiva dislocación de la realidad sustituida por el ensueño hacen de El ocupante un relato que sólo en apariencia se dedica a entretener refinadamente con múltiples tributos a la tradición literaria del miedo. En lo profundo, se vislumbra una reflexión que busca cifrar la vigencia de un espacio antagónico del realismo que exponga simbólicamente la incertidumbre cultural del presente.