El otro de Hitler
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- Juan Pablo Bertazza
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Por Juan Pablo Bertazza para Radar Libros
En los últimos años aparecieron diversas novelas y películas que buscaron un ángulo de mira distinto para abordar el tema del nazismo, en general haciendo hincapié en relaciones humanas que resaltan, por ausencia o por presencia, la crueldad sin límites de uno de los peores genocidios de la historia: la brillante película El lector (2008), de Stephen Daldry, sobre la novela de Berhard Schlink que hablaba de la culpa inmanejable de Hanna, una mujer madura que se involucraba con un joven algo conflictuado; El niño con el pijama de rayas –novela del irlandés John Boyne que también tuvo su versión cinematográfica– que indagaba en la amistad prohibida entre un pequeño judío encerrado en un campo de concentración y un niño alemán que termina quedando del otro lado; y la estupenda última película de Quentin Tarantino, Bastardos sin gloria, que sugería y desarrollaba una venganza, un ajuste de cuentas contra los jerarcas nazis en el contexto de un cine con algo de paradisíaco. ¿Cuántos puntos de vista llevará entender lo que sucedió en esos años de la Segunda Guerra Mundial? El objetivo, en todo caso, ¿es entender?
Aunque no las responda de manera directa, el último libro de Hans Magnus Enzensberger –poeta, ensayista y dramaturgo tan brillante como polémico que obtuvo, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias–, Hammerstein o el tesón, resulta una obra fundamental para pensar estos temas y, a la vez, constituye algo así como una culminación de lo que significa indagar en distintas relaciones sociales y afectivas que surgieron en el seno del nazismo; en este caso a partir de la historia del barón Kurt von Hammerstein-Equord, jefe de alto mando que se opuso desde el vamos a las ambiciones sin límites del nazismo. En cierta forma, este libro empieza con lo que fue el cargo de canciller que le permitió a Adolf Hitler confesar sus tremendos planes secretos: exterminar el marxismo y a los judíos, invadir Europa y gran parte del mundo, expulsar de sus tierras a los pueblos eslavos, con los que Alemania venía de tener una relación importante y enterrar para siempre la República de Weimar para hacer nacer un Estado totalitario que pudiera devolverle a Alemania el lugar que la pureza de su raza merecía en el mundo. Momento cúlmine y, al mismo tiempo, iniciático de lo que terminaría siendo uno de los regímenes más cruentos en la historia de la humanidad, ante el cual nadie, desde adentro, osó oponerse, excepto por él: el barón Kurt von Hammerstein-Equord que percibió, en ese mismo instante de revelación, una especie de náusea espiritual que traería diversas consecuencias para él y para la historia. Hammerstein fue, entonces, el único oficial superior alemán, dentro de los que llegaron a alcanzar los puestos de máxima responsabilidad en el Reichswehr, que se opuso frontalmente al nacionalsocialismo y a Hitler desde que el Nsdap comenzó a contar en la política nacional de la República de Weimar, y que en cierta forma siempre fue respetado como el último escombro de humanidad y criterio de un grupo de hombres que se salieron totalmente de los márgenes de la razón y también de la locura, a tal punto que en septiembre de 1938, durante la “crisis de los Sudetes”, el cuartel general de la Wehrmacht quiso volver a contar con él.
Sería inexacto decir, sin embargo, que el libro de Hans Magnus Enzensberger, escogido por la revista Lire como la mejor obra del año 2010, y que sorprendentemente no apareció todavía en inglés, versa sobre la particular vida, obra y genio de Hammerstein porque más bien constituye, entre otras cosas, una novela familiar sobre la incidencia que tuvo este valiente general en toda su familia y aquello que puede despertar su reacción aun hoy en todo el mundo. Firmeza, constancia e inflexibilidad son las tres palabras y acepciones que definen la palabra tesón, esa palabra algo molesta pero clarificadora del subtítulo de este libro que incluye esquemas, cuadros genealógicos, cartas, documentos históricos y diversas fotografías, entre las cuales puede verse por ejemplo a Hitler junto a Hammerstein o el momento en que lo despiden con bombos y platillos del ejército.
Hammerstein o el tesón es un texto tremendamente vivo y multiforme que es consciente de que los documentos no resultan suficientes para acceder a la verdad de un hecho histórico de la magnitud del nazismo; es decir, que la imaginación y la ficción también pueden ser fundamentales para la historia siempre que se las emplee de manera inteligente, lo cual plasma, por ejemplo, a partir de lo que él llama “diálogos póstumos” con los principales protagonistas de esta historia, incluyendo claro al propio Hammerstein, a quien Enzensberger consigue hacer hablar ofreciéndole lo que más amó en vida: un atado de cigarros. Entrevistas con sexto sentido desde un más allá que aporta sus claves para entender un pasado que sigue latiendo en el presente.
Y si bien los logros de este libro son demasiados para enumerarlos todos, resulta también notable cómo Enzensberger exhibe la principal similitud entre este personaje histórico y Hitler, una similitud que, en el fondo, esconde su máxima diferencia: mientras muchos le endilgaban el adjetivo de “vago” por su desprecio hacia el trabajo burocrático, la historia demostró que Hitler encarnaba la combinación explosiva de pereza, ambición y crueldad; es decir, el abismo entre una pereza surgida de la megalomanía y en el noble tedio de un militar pacifista.
La conducta irreprochable y valiente de Hammerstein se extendió incluso a sus hijos, pese a que no era especialmente afectuoso con ellos: no sólo de su familia jamás salió un solo nacionalsocialista (lo cual constituye casi una excepción entre las familias alemanas) sino que además sus hijos mamaron y profundizaron su pensamiento, identificándose con el sufrimiento del pueblo judío, la clase obrera y con las promesas utópicas del socialismo. En cuanto a Hammerstein, tal vez la única persona allegada que intuyó y predijo la caída irremediable del nazismo, ni siquiera pudo ver cumplida su profecía, ya que murió de cáncer el 24 de abril de 1943. Tal vez no era necesario que lo hiciera.