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Jonathan Franzen: "La derecha se ha apropiado de la palabra 'libertad'"

Periodista:
Antonio Lozano
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Desde que se estrenó el siglo XXI, Jonathan Franzen (St. Louis, 1959) posee el don de escribir la novela de la década, si por esta entendemos aquella que concentra unanimidad crítica, alcanza las listas de más vendidos, genera alguna polémica extraliteraria, resucita la esperanza en la ficción narrativa y es leída por, al menos, un presidente de los Estados Unidos. Lo consiguió en 2001 con Las correcciones, y de nuevo en 2010 con Libertad, que el sábado publican en España Salamandra y Columna. Este libro lo condujo a la portada de la revista Time y, entre medio, apareció en un capítulo de Los Simpson. El lector acompaña a los cuatro miembros de la familia Berglund por un laberinto de conflictos morales. Libertad recupera la ambición de una obra del XIX, a nivel de estructura e introspección psicológica, para interrogarse acerca de los desafíos del ser humano y el papel de la novela en el XXI.

Tras el éxito de Las correcciones, ¿en qué estado mental afrontó la escritura de Libertad?

Las emociones que me embargaban eran las menos saludables para encarar una novela. Llevaba años sintiendo rabia hacia los demás y pena de mí mismo. Me dolió que gran parte de la opinión pública me tomara por una mala persona a raíz, sobre todo, del hecho de declinar la invitación al show de Oprah Winfrey. Puesto que una novela te empuja a tus zonas de guerra emocionales, esa impotencia y victimismo se convirtieron en asuntos que deseaba afrontar en el libro, lo que no era una iniciativa acertada. Por tanto, el desafío a corto plazo consistió en dejar atrás esa ira, darme cuenta de lo privilegiado que había sido desde un punto de vista profesional y replegarme a la esfera privada, recuperar el silencio, para escribir en paz.

Parte de esa rabia, sin embargo, se acabó filtrando contra la administración de Bush Jr. y la guerra de Iraq. De todas maneras, el personaje con más encanto es el joven hijo de los Berglund, Joey, que es republicano, al tiempo que los demócratas no están libres de pecado.

Durante un corto periodo de tiempo escribí artículos sobre política para The New Yorker desde Washington y no paraba de conocer a republicanos que me caían fenomenal, que eran afectuosos, generosos, divertidos, apasionados... Me resultaba desconcertante pensar que jamás pudiéramos llegar a ser amigos por lo distanciadas que estaban nuestras ideas políticas. Tanto estadística como filosóficamente, parece muy improbable que toda la buena gente de mi país sea aquella con la que concuerdo en política y la mala se limite a aquella con la que disiento. Es más plausible concluir que una y otra estará dividida de forma bastante proporcional. ¿Qué haces con esto en una novela? Intentar lanzar la sospecha de que convertir a la política en el guía más fiable a la hora de orientarte por esta vida quizás no resulte inteligente.

En Libertad el concepto de libertad adquiere múltiples sentidos, pero uno de los más relevantes es cómo en Estados Unidos es instrumentalizado por la derecha para servir a sus intereses. ¿Le preocupa esta manipulación, con el Tea Party a la cabeza?

Por primera vez en nuestra historia nos enfrentamos a límites en áreas muy serias como la del crecimiento económico o la de la relevancia en política exterior. Además, para una nación que no dejaba de expandirse y de progresar generación tras generación, resulta traumático que los hijos no vayan a disfrutar de mejores condiciones de vida que sus padres. Los Estados Unidos fueron fundados sobre los cimientos de la libertad, por gente del Viejo Mundo que llegó aquí para que la dejaran tranquila de cara a hacer lo que quisiera, ya fuera llevar armas o profesar religiones extrañas. Cuando de golpe esta libertad topa con obstáculos, la derecha responde apropiándose y desvirtuando su significado, convirtiéndose en algo así como un adolescente histérico que grita "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer". De forma que un concepto que había sido positivo y sano a lo largo de la historia deviene tóxico. Somos un país joven y ya se sabe que los jóvenes concentran muchos rasgos positivos, como su idealismo y su refrescante inocencia, pero también de detestables, como la superioridad moral y, ya puestos, una noción nada realista de lo que supone la libertad.

Al igual que usted, Walter, el patriarca de los Berglund, canaliza su preocupación por el medio ambiente luchando por la preservación de los pájaros.

Durante mucho tiempo mi indignación por los atentados contra el medio ambiente amenazó con costarme la salud, hasta que conseguí relajarme al concentrarme en una causa: las aves. Por eso formo parte del consejo de dirección de la Liga por la Conservación del Pájaro Americano y dedico mucho tiempo a propósitos como encontrar la manera de mejorar la vida de las aves migratorias que pasan los veranos en Estados Unidos y los inviernos en América central y del sur. El amor me motiva como nada en este mundo. Pasé gran parte de mi juventud luchando con lo que estaba bien o mal, obsesionado con mis prioridades. Ahora que tengo 52 años y soy consciente de mis limitaciones, me encuentro que ayudando a algo tan adorable como un gorrión soy capaz de cumplir con una de las numerosas causas que exigen nuestro compromiso en este mundo y ser feliz gracias a ello. Será la edad...

Sus personajes topan con multitud de encrucijadas morales que tienen un efecto profundo sobre su autoestima y felicidad. ¿Se considera moralista?

Decir que no significaría renunciar a una de las mejores armas de las que goza la ficción: acceder al interior de las personas y moverse de forma fluida por diversas perspectivas de cara a retratar la complejidad moral de una situación determinada. En otras palabras, intentar averiguar cómo diablos se debe vivir. Ahora bien, escritor moralista lleva la connotación de que el autor sabe más que sus criaturas...

Era así en Las correcciones...

Sí. Mi anterior novela fue escrita por alguien que pecaba de suficiencia, se reía de sus personajes. Esta es obra de alguien que no sabría decirles lo que está bien y lo qué está mal, que se ve arrastrado por su misma lógica, inmerso con ellos en un ejercicio colectivo de sonambulismo moral.

En la meticulosidad con que explora la conciencia de sus personajes uno ve un esfuerzo por recordar al lector, en estos tiempos de redes sociales, lo excepcional que es la literatura a la hora de reflejar cómo somos las personas desde dentro.

Es significativo que debamos acompañar nuestros emails con unos emoticonos para que el receptor descifre nuestro estado emocional y no se ofenda. A la literatura a veces le basta una simple palabra en medio de una frase para captar un sutil cambio de tono. En esto, como en el reflejo del paso del tiempo y la gradación moral de un conflicto, dispone de una ventaja descomunal.