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El señor lector

Periodista:
Dolores Curia
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Por Dolores Curia - Revista Debate

 

De paso por Buenos Aires, la ciudad que visitó por primera vez en 1974 y que desde entonces no ha parado de frecuentar, recibe a Debate en el Hotel Alvear, su preferido. Habla de sus libros y autores de cabecera con una pasión que mantiene intacta luego de cuarenta años de trabajo, durante los cuales se ha dedicado a descubrir a los mejores escritores y a escoltar su crecimiento. Anagrama, que nació a fines del sesenta con nombres que sacar a la luz durante el franquismo resultaba un acto contestatario en sí mismo -Rosa Luxemburgo, León Trotsky, o los situacionistas franceses, así como corrientes de pensamiento, como el estructuralismo o la antipsiquiatría-, hoy es una de las editoriales más prestigiosas de las letras hispanas. Es también, un referente de la edición independiente y de las pocas que se resisten al magnetismo de las editoriales monopólicas. Herralde, además de ser el ideólogo de un catálogo que ya ronda los tres mil títulos, es autor. Publicó libros sobre su actividad como editor pero jura que nunca tuvo interés en convertirse él mismo en literato “más allá de algunas veleidades de juventud”, replica con su humor catalán y sonrisa permanente. En esta charla habla, entre otras cosas, de Ricardo Piglia como un “clásico en vida”, de la densidad de talentos por metro cuadrado que observa en la Argentina y México y de la escena literaria española, que hoy muestra un nivel “bastante menos arriesgado y mucho menos interesante” que la latinoamericana. Y, también, confirma su retiro.

 

 

¿Es verdad que ya no será más dueño de la editorial?
Sí, dentro de cinco años Feltrinelli adquirirá la editorial. Mi deseo es darle continuidad a Anagrama pero, por una cuestión de edad, las alternativas se reducían a venderla a un gran grupo, cosa que no era de mi agrado, o buscar una editorial independiente que fuera lo suficientemente solvente como para hacer la compra. Con Carlos Feltrinelli y con su madre tengo una relación de amistad estrechísima. Es una editorial que está en la misma línea nuestra en cuanto a calidad literaria, curiosidad intelectual y mucha potencia económica. Ellos tenían ganas de salir del corset de Italia y empezar una aventura en español.

 

¿Cómo es el proceso de selección antes de la publicación? ¿Es usted quien lee los libros? ¿Tiene lectores de confianza?
Nosotros recibimos, literalmente, miles de manuscritos. Hay un proceso de selección y los que quedan llegan a mí, que hago la última lectura de autores nuevos como pasó con Carlos Busqued, como ejemplo más reciente, que era desconocido incluso en la Argentina. A los que ya son autores de la casa los leo directamente yo. La decisión final siempre la tomo yo pero sólo puedo hacerlo porque tengo un gran equipo de colaboradores-lectores con instrucciones severísimas de no hacerme perder el tiempo (risas). A mis colaboradores los elijo intuitivamente. Algunos de ellos trabajan conmigo desde hace muchos años.

 

 

¿Cómo ve el panorama de las letras hispanas en términos comerciales y en cuanto al nivel de innovación y de riesgo que van asumiendo los nuevos escritores?
Creo que el nivel en España, en estos momentos, es bastante menos arriesgado y mucho menos interesante que en las diversas literaturas latinoamericanas sobre todo México y la Argentina. Eso aparece reflejado en nuestro catálogo. Yo empecé a viajar por América Latina en los setenta. Ya en aquella época, publicábamos a autores argentinos peculiares como Copi, Rodolfo Wilfo, Oscar Masotta, José Bianco. Lo hacíamos pero era esporádico; a partir de la década del 2000, tuvimos un progresivo ingreso de escritores latinoamericanos. Ya están fijos entre los grandes autores de nuestro catálogo escritores como Ricardo Piglia, Martín Kohan, Alan Pauls, Martín Caparrós. Piglia en España era un desconocido hasta el año 2000, algo incomprensible. Hemos ido publicando todos sus libros y su última novela, Blanco nocturno, tuvo el éxito que sabemos. Hoy, Piglia es un clásico en vida. El pasado, de Alan Pauls, también se ha convertido en una obra de referencia indiscutible. Él está por terminar Historia del dinero, que es el tercero del tríptico que incluye Historia del pelo e Historia del llanto. Éste es un momento muy intenso en el que se suman muchos factores, entre ellos, una crisis económica global que afecta mucho menos a América Latina. Hay que pensar que en medio de todo este desastre económico aparecen muchas editoriales independientes. Ése es un fenómeno que se está dando en España pero también en Argentina y Perú. Esto indica que hay una vitalidad cultural a pesar de todas las trabas que van apareciendo. Hay un deseo de dar a conocer los talentos y las nuevas voces del tiempo en el que vivimos.

 

¿Le interesan los escritores jóvenes argentinos?
Está apareciendo una serie de escritores interesantes como Fabián Casas, Pola Oloixarac (yo uso una regla mnemotécnica para recordar su apellido porque al revés es “Caraxiolo”). Por supuesto, no los puedo seguir a todos. Hay un escritor argentino muy interesante que descubrí hace poco que aún no se conoce en España: Juan José Becerra.

 

 

¿Cómo definiría el olfato que el editor debe tener para percibir en un autor minoritario un clásico en potencia?
Hay un escritor que dice que, si bien se habla mucho del olfato de los editores, se omite que a menudo están resfriados. Son las decisiones las que van configurando un catálogo, por eso no creo tanto en el olfato. Pero sí creo que tanto el editor, como el crítico o el lector común pueden percibir en una voz literaria nueva algo que palpita, que se apoya en la tradición y al mismo tiempo la da vuelta. En Anagrama sólo publicamos por criterios literarios y artísticos y no por criterios comerciales, entonces, el resultado es un catálogo que está lleno de grandísimos autores que, si bien tienen pocos lectores cuando empiezan, luego van incrementando sus seguidores por razones obvias de calidad. En ese sentido hay casos espectaculares como el de Roberto Bolaño, por ejemplo. También, Ryszard Kapuscinski, Antonio Tabucchi, Vila-Matas y muchos otros que empezaron siendo autores de culto y fueron adueñándose del alma de muchísimos lectores. Tuvieron un editor que confiaba en ellos, que los fue acompañando a lo largo de su carrera.

 

¿Qué tipo de libros, qué autores o qué tipo de géneros cree que jamás publicaría?
Nunca publicaría una de esas novelas históricas que hacen una reconstrucción (muy cercana al invento) de un pasado y en las que el aliento literario es lo que menos importa. Son libros que curiosamente, o no tan curiosamente, venden mucho. Por suerte, en Anagrama tuvimos bastantes proyectos que se convirtieron en best sellers, sin la necesidad de publicar best sellers premeditados. Es el caso, por ejemplo, de Antonio Tabucchi: su excelente libro Dama de Porto Pim es una pequeña joya de cuentos que vendió respetablemente. Luego, con Sostiene Pereyra, esa novela con aliento épico, ya se convirtió en un autor mayoritario.

 

 

¿Cuáles fueron sus últimos tres mejores descubrimientos?
Las literaturas que más ha seguido Anagrama son las angloamericanas, la francesa y la italiana. En el último tiempo acabamos de publicar un libro excepcional que se llama De vidas ajenas de Emmanuel Carrère. Un libro de una fuerza y una dureza impresionantes que está consagrando a su autor en la primerísima línea de la literatura francesa. Acabo de leer en francés su nuevo libro, Limonov: gira en torno a la figura de un escritor y tiene un aire de novela picaresca totalmente enloquecida. Es de lo mejor que he leído en los últimos años. Luego, a Niccolò Ammaniti: acabamos de publicarle una novela que se llama Que empiece la fiesta, que también salió hace muy poco en la Argentina. Una sátira, que se va volviendo cada vez más y más disparatada, de la Italia de Berlusconi. Desopilante y, al mismo tiempo, muy crítica. Este escritor de cuarenta y pico de años en Italia es una de las máximas figuras. En España tuvo mala suerte; Mondadori lo había publicado hace unos cuantos años pero el autor quedó descontento con esa edición y después, pasó a nosotros. Además, dentro de poco, publicaremos No tengo miedo, con la que dio el gran salto, en el 2001, que es la historia de unos niños en un pueblo muy pobre de Italia, la historia de una infancia desolada en la que también aparece un secuestro y la figura de un mafioso. Una novela excepcional. También, estamos por sacar lo último de Siri Hustved, la esposa de Paul Auster que estuvo hace poco en Buenos Aires, que se llama El verano sin hombres, una novela autobiográfica que está teniendo un éxito espectacular en Francia. Y, para 2012, tendremos novelas de los franceses Patrick Mondiano, Jean Echenoz y Pierre Michon.

 

Así como existió el llamado “british dream team”, el boom de escritores ingleses en los años ochenta que Anagrama impulsó, ¿cree que existen rachas literarias?¿Se dan por regiones, países? ¿Cuál es la actual?
Creo más en el azar de las cosechas que en la posibilidad de programarlas. Pero, a veces, hay booms que irrumpen sin que se los pueda anticipar. Hace unos quince años, hubo un boom que se presentaba como el relevo del latinoamericano, sobre todo, por el éxito de tres grandes libros: Hijos de la fortuna (de Salman Rushdie), Un buen partido (de Vikram Seth) y El dios de las pequeñas cosas (de Arundhati Roy). Por estos tres libros y muchos otros se decía que la literatura angloindia estaba por convertirse en un boom pero, finalmente, no lo fue tanto. El problema, para mí, son estos intentos de prefabricar booms. Creo que las verdaderas rachas surgen porque hay escritores en un país que trabajan cada uno por su cuenta y la crítica es la que los encuentra, etiqueta y potencia. 

 

 

¿Cuál es el secreto de la editorial para mantener el alto nivel de calidad y que se sustente económicamente?
Por un lado, bastante suerte. Pero también mucha tenacidad, lo cual sería la forma simple de resumirlo. Creo que nuestro mayor “activo” ha sido perseguir la fiabilidad en el catálogo. Eso hace que cuando publicamos autores absolutamente desconocidos haya siempre una secta, más o menos numerosa de lectores porque confían en nuestro criterio.

 

¿Quiso alguna vez tener algún escritor y no pudo?
Si te dijera que no, mentiría. Aunque también tengo que decir que, con la cantidad de buenísimos escritores que tenemos, la bulimia está bastante sosegada. Ahora ya es una obviedad, pero en los años sesenta, cuando en España era difícil conseguir obras de Borges, yo las fui persiguiendo. Durante años fue mi autor de cabecera. Me hubiera gustado mucho publicarlo pero nunca pude. A pesar de su fama, yo tengo muy buena relación con Andrew Wylie, en una oportunidad le escribí para saber si quedaba algún libro de Borges inédito. Pero no tuve suerte. También me pasó con Witold Gombrowicz, que era uno de mis favoritos en los sesenta. Ya estaba casi todo copado pero pude sacar tres Cuadernos Anagrama, una colección de los años setenta que eran libritos de ochenta páginas. Y también publiqué Testamento, sus memorias, y Transatlántico pero siempre me quedaré con las ganas de haber publicado La seducción, Cosmos y, sobre todo, la gran Ferdydurke, la que escribió en Buenos Aires. Otro de mis autores favoritos de los sesenta era Nabokov. No fue nada fácil pero pude publicar sus títulos más significativos y ésa fue una de mis mayores satisfacciones como editor.