Ropa limpia, negocios sucios
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Por Martín Pérez - Página 12 (Radar Libros)
Cinco horas, no tres. Ese es el tiempo que finalmente les toma a las empleadas de L’Inmaculade, una de las empresas de limpieza más antiguas de la ciudad de Caen, limpiar los bungalows de un camping llamado Le Cheval Blanc. Y no es que no hayan intentado hacerlo en el tiempo pautado. Han forzado la marcha, se han tirado de cabeza al piso si era necesario, procurando cumplir con los irreales términos del contrato. “Sabíamos que nunca lo conseguirían”, les confesarán con una sonrisa de satisfacción las responsables del camping, que saben que el pago de las horas extras trabajadas está fuera de discusión. No fueron ellas las que exigieron realizarlo en ese tiempo, después de todo. Así se comprometió L’Inmaculade, y por eso la empresa obtuvo el contrato. Pero durante esas cinco horas –o al menos durante las primeras tres, cuando aún había algo en juego– las limpiadoras han sido acosadas de un lado por el apuro de sus empleadores, queriendo que hicieran el trabajo a tiempo, y por el otro por las exigencias del camping, que no querían resignar calidad a cambio de rapidez.
Cuando a Florence Aubenas le preguntaron por la escena que más le gusta recordar de los meses que se pasó trabajando de limpiadora para escribir El muelle de Ouistreham, la integrante de ese pequeño batallón de L’Inmaculade sacrificándose en Le Cheval Blanc eligió el momento en que una de sus compañeras, a pesar de las presiones, decidió tomarse unos minutos para fumarse un cigarrillo. “Aquello era el infierno, y sin embargo ella se lo fumó con una sonrisa en el rostro. Para mí fue algo heroico”, aseguró Aubenas, periodista estrella en Francia, con más de veinte años de carrera durante los que fue cronista en Ruanda, Kosovo e incluso llegó a estar secuestrada durante casi cinco meses en Irak, pero que nunca se alejó tanto de su hogar como cuando decidió mudarse a apenas dos horas de París para contar la vida de un desempleado intentando dejar de serlo.
“Decidí marcharme a una ciudad francesa con la que no tuviera ningún vínculo para buscar trabajo desde el anonimato”, explica en el prólogo del admirable libro en el que resume sus experiencias en Caen durante la primera mitad del 2009. “La idea era muy simple, muchos otros periodistas la han puesto en práctica antes que yo, y con sobrado talento”, asegura esta discípula confesa del alemán Günter Wallraff, autor del ya clásico Cabeza de turco (1985). Si Wallraff fue un inmigrante en Alemania, Florence asegura que no tenía idea de en qué se convertiría. Era una recién divorciada de más de cuarenta años de edad, sin experiencia laboral, que necesitaba buscar trabajo. “Mi propia ingenuidad me asalta bruscamente”, escribe apenas comienza el libro, cuando se da cuenta de que, sin antecedentes y con semejante perfil, no califica para ningún trabajo. “Estaba dispuesta a todo. Imaginaba que las condiciones de trabajo podían ser miserables, pero la idea de que nadie me ofreciera nada era la única hipótesis que no había barajado.” Para poder realizar su trabajo de campo en Caen, Aubenas pidió medio año sabático en su trabajo en el semanario Le Nouvel Observateur y les dijo a sus conocidos que se iba a escribir una novela a Marruecos. Su regla básica fue que la investigación duraría hasta que pudiese conseguir un trabajo fijo.
Crónica de los seis meses que le costó a Aubenas alcanzar ese objetivo, El muelle de Ouistreham permite asomarse al día a día de esos trabajadores ubicados casi al margen del mundo del trabajo, donde la asistencia social es manipulada por los centros de empleo franceses. Luego de que le aconsejan especializarse en limpieza (“la carrera del futuro”), comienza un devenir que llevará a nuestra protagonista primero de curso en curso, y luego de la limpieza nocturna de oficinas al infierno del camping, o al muelle que da título al libro, desde donde operan los ferrys que cruzan el Canal de la Mancha, que dentro del rubro son considerados como el peor de los trabajos posibles.
El gran logro de Aubenas es narrar esa cotidianidad sin ningún esteticismo, y sin pretensión de protagonismo, descubriendo toda clase de personajes memorables en un entorno desconfiado y apolítico, donde –salvo algunos deslumbrantes aunque siempre fallidos vestigios de épocas más sindicales– todos votan siempre en contra y no a favor, llegando incluso a creer que la crisis es un invento para seguir despidiendo gente impunemente.
Salvo por la llamativa ausencia de inmigrantes ilegales –Aubenas asegura no haberse cruzado con ninguno–, su libro es un pequeño milagro tanto periodístico como literario. Sorpresivo best seller en Francia cuando apareció a comienzos del año pasado, podría considerarse como el primer gran retrato de una crisis que, lejos de terminar, recién parece estar comenzando.