Una trama disparatada y provocadora
- Periodista:
- Juan Manuel Mannarino
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Javier Pérez Martínez - Revista Ñ
Es evidente que a Martín Caparrós le preocupa la forma. Una estructura narrativa que genera desconcierto pero potencia el relato. En algunas de sus crónicas, por ejemplo, rompe la linealidad con inserciones de textos ajenos (puede ser un poema, una nota). En el caso de Los Living, ganadora del Premio Herralde de Novela 2011, ese rompimiento antecede (y complementa) el relato que construye la trama como parte de un ambicioso tejido narrativo. Un juego temporal en el que arroba con humor la pesadez de la melancolía y en el que dos relatos al parecer complementarios, ambos con el mismo protagonista pero en distintos momentos y posiciones, confluyen paralelos aunque con voces y tiempos narrativos diferentes hasta que coinciden y acaban por fundirse.
Caparrós empieza desconcertando, pero a la vez situando al lector en el tema de su “farsa trágica”: los muertos. “Sabe, en este caso, sin ir más lejos, que si le dijera convencer a todos esos muertos, Carpanta lo llamaría delirante, infradotado o quizá rastacuero porque los muertos –él lo sabe, cualquiera lo sabe- son los sujetos más increíblemente testarudos: que nadie es más difícil de convencer que un muerto”. Puro desconcierto. Aparente sinsentido. Una ruptura disparatada y provocadora. Así es esta especie de capitulación alternativa (titulada con un ML más una numeración sucesiva) que se intercala con una identidad tipográfica propia –el empleo de cursivas- y una carencia de indexación. Algo así como escenas fantasma que buscan su acomodo en la línea argumental hasta que por fin se alcanzan. Caparrós emplea la tercera persona para que el narrador pueda analizar en estos apartados, distanciada pero juiciosamente, incluso los pensamientos que el protagonista es incapaz de manifestar. Y todo en un presente distinto al de la narración principal, que se hilvana a partir de un largo flashback.
El protagonista de Los Living –ese término para designar la sala de estar pero que al mismo tiempo parece guiño hilarante a la condición zombi- es el pequeño Nito, a quien el autor de Contra el cambio somete a un nacimiento minimizado. “Esa mañana, mientras yo nacía, se murió Juan Perón, y todos querían mostrar a quién sabe quién que nada más podía importarles”. Esa mañana era la del 1º de julio de 1974.
Caparrós, encima, bautiza a Nito (en realidad uno de esos sobrenombres que suelen imponerse por costumbre hipocorística) como el general que gobernaba la Argentina. “Bobby” me contó que mi padre me había puesto Juan Domingo como un chiste torcido, su forma de celebrar que aquél día la Argentina se había ‘librado del tirano’: como quien dice ahora Juan Domingo es otro”.
Nito relata su propio tránsito de la infancia a la adolescencia con una ingenuidad impostada que desde su presente como narrador apostilla ese pasado infantil salpicándolo de reflexiones. “Los verdaderos inteligentes son los que disimulan. Los que parecen inteligentes son los tontos pretensiosos que tratan de mostrar lo que no tienen”. O bien: “Crecer –pensé cuando, por suerte, podía creer que ya había crecido- es un despojo intolerable: un camino que se estrecha y se estrecha hasta que al fin uno no pasa, se atora, queda ahí”.
Se muestra así la conocida capacidad narrativa del autor para hilvanar el relato que va transitando de la normalidad de la vida común de Nito a su fama como predicador, enfatizando en el sinsentido pero sin perderse en él. Y conforme crece el protagonista, el autor puede mirar junto con él, de manera general, a la Argentina de los años 70, 80 y 90 y relacionarla con la realidad que retrata.
El autor insiste en que no hay referencias a los desaparecidos en Los Living. Incluso el protagonista se desilusiona porque la muerte de su padre no esté relacionada con esos casos terribles. Aquí lo político, si lo hay, tiene que ver con el desencanto, con el ilusionismo (o con la necedad de la ilusión, como se lee en algún momento), con ese dejarse llevar como sucede con la escena en la Plaza de Mayo cuando se anuncia el inicio de la Guerra de las Malvinas.
En la última parte de la novela, el autor aprovecha este arrastre colectivo que ha dibujado: Nito, en contubernio con el Pastor Trafalgar, se dedica a hablar de muertes futuras a diferentes vecinos seleccionados e investigados por el Pastor para activar su iglesia. De puerta en puerta, suelta sus historias preparadas, “diez, doce historias que había escrito con dedicación y mucho esfuerzo…”. Su fama crece y se convierte en una especie de rockstar de la desgracia hasta que revienta. Entonces entra en escena Carpanta (que en realidad aparece todo el tiempo) y entonces confluyen los relatos.
Caparrós también ironiza sobre las vanguardias artísticas para centrarse en el mundo contemporáneo, donde clarifica el desconcierto inicial del Movimiento Living (esas secciones ML en cursivas): “Una cosa es saber que cuando te mueras te queman y te tiran, y otra que vos mismo, tu propio cuerpo, vas a estar ahí embalsamado, pimpante poderoso, querido por los tuyos”. Con un capítulo “A manera de epílogo”, Caparrós guarda distancia y sitúa definitivamente a Los Living en un ambiente deprimente que parece un retorcido relato fantástico que, de algún modo, dota de cierta belleza, cierto aire artístico, a esos muertos que ya deambulan por la ciudad de Buenos Aires.
Porque “¿Qué quieren, habitualmente, las personas de la muerte? ¿Les importa cómo llegan a la muerte o sólo les importa -y desconsuela y aterra- estar llegando? ¿Con qué excusas se entregan?”. Acá no están las respuestas, pero sí una exploración a la vez trágica y divertida.