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Un gran fresco sentimental

Periodista:
Armando Capalbo
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Por Armando Capalbo, ADN Cultura

 

Construida a partir de frondosa documentación, El contable hindú marca la continuidad del estadounidense David Leavitt (Pittsburgh, 1961) en la senda de la novela histórica, al recrear el desconcierto del círculo intelectual de Cambridge durante la Primera Guerra Mundial, lo que le permite revisar las tensiones socioculturales surgidas del colonialismo, el elitismo y la mentalidad prejuiciosa y represiva.

 

 

Cuando Godfrey Harold Hardy, importante profesor y eminente matemático del Trinity College en Cambridge, recibe una carta de un joven empleado contable de Madrás, Srinivasa Ramanujan, un genio de la matemática completamente autodidacta y casi sin ninguna educación superior formal, acerca de sus aproximaciones teóricas sobre números primos, el catedrático, contra viento y marea, decide ayudar al indio y consigue por fin que se traslade a la Inglaterra de la segunda década del siglo XX, poco antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Para Hardy, el innato y abrumador talento de Ramanujan debe ser encaminado a la demostración de las hipótesis que angustiaban a los científicos matemáticos de aquel tiempo, en especial, de la hipótesis de Riemann. Con su colaborador Littlewood y el matrimonio de Eric y Alice Neville, ambos colegas, enfrenta a la elite universitaria para que su protegido acceda rápidamente a cargos y reconocimientos, mientras cada mañana recorren juntos fórmulas y ecuaciones en pos de dilucidar la compleja hipótesis.

 

El estallido de la Gran Guerra, sin embargo, lo transforma todo. Hardy, lo mismo que varios de los "Apóstoles", refinada sociedad secreta universitaria que integran, entre otros, John Maynard Keynes, Bertrand Russell, George E. Moore y Lytton Strachey, se hace pacifista y rechaza cualquier tipo de participación en la guerra, aunque también disiente con la militancia activa de Russell, cuyas convicciones, por la intolerancia política del período, lo conducen a la cárcel. A su vez, la esposa de Neville intenta un acercamiento íntimo a Ramanujan, demasiado preocupado por haber dejado en la India a su joven mujer y a su madre y por adaptarse a un mundo desconocido y en gran medida hostil, apabullado además por el declamado ateísmo de los intelectuales que frecuenta, siendo él tan creyente que atribuye sus conocimientos matemáticos al generoso don de una diosa. Mientras varias instalaciones de Cambridge se convierten en improvisado hospital para atender a los muchos combatientes que regresan gravemente heridos de las trincheras en el continente, Hardy se da tiempo para iniciar una relación homosexual con uno de los soldados lastimados pero no acierta a comprender el motivo por el cual la endeble salud de Ramanujan se deteriora día a día sin que los médicos sepan si se trata de un cáncer de hígado o tuberculosis, sin contar su creciente impulso suicida.

 

 

La perspectiva narrativa predominante es la del personaje de Hardy, auténtico protagonista del relato, quien comenta en primera persona los pormenores del fenómeno de Ramanujan en Cambridge durante una imaginaria conferencia sobre él, muchos años después, en 1936; hay además un narrador en tercera persona que va interrumpiendo la inexistente conferencia (que por momentos es una confesión) para tomar la posta desde una óptica similar aunque menos subjetiva. Una misma mirada desdoblada que demarca un paisaje sociocultural donde el autodidacta indio llega para evidenciar las arbitrariedades, prejuicios e hipocresías de una época de injusticias sociales, de enfoques colonialistas del mundo, de flagrante elitismo en la educación y en la cultura y de un estado de ánimo por el cual la percepción del irreversible final de un imperio se prefigura y padece, más allá de la victoria en la guerra. Esta misma y horrorosa conflagración no alcanza para disimular el áspero choque cultural entre lo británico y lo indio, del que Ramanujan es víctima -por momentos sin darse cuenta- y mucho menos para desvirtuar la tajante diferencia entre la atmósfera teórica de la elite de los matemáticos de aquel entonces y la triste depreciación de la vida cotidiana, sobre todo de las ilusiones, en el contexto de un mundo que parece derrumbarse. Así, la obsesión por demostrar la hipótesis de Riemann se convierte en un nudo simbólico que cubre y descubre al mismo tiempo la precariedad anímica o la desolación sentimental.

 

Novela inteligente y de largo aliento, El contable hindú se aparta de los anteriores ejercicios de Leavitt, de singular combinación histórica y ficcional, no sólo a partir del fuerte subjetivismo desplegado por la visión del protagonista, sino también por la recuperación de algunos temas trabajados en su primera etapa de relatos sobre la identidad gay en el vértigo estadounidense de fines del siglo XX, como Baile en familia (1984), El lenguaje perdido de las grúas (1986) o Un lugar en el que nunca he estado (1990). Regresan -quizá con más énfasis- la fragilidad de los afectos, la vulnerabilidad de todo (falso) equilibrio y el hostigamiento de las pautas sociales y culturales que asfixian a personajes en tránsito identitario y emocional. A su vez, la espléndida reconstrucción de la elite universitaria británica y el fresco sentimental de una Londres, por la guerra, atónita y flemática a la vez complementan lo mejor de Mientras Inglaterra duerme (1993), controvertida novela de Leavitt que en su momento fue acusada de plagio (el poeta británico Stephen Spender probó que seguía demasiado de cerca sus memorias, World Within World , publicadas en 1951).

 

 

En una trama en que abundan los detalles intimistas, se destaca también la hábil utilización de las celebridades históricas que aparecen como personajes secundarios: los mencionados Russell y Strachey, junto con David Herbert Lawrence y Ludwig Wittgenstein. Es notable el cálido homenaje y la presencia velada de textos de aquella misma época como "Los muertos", de James Joyce, y Maurice , de E. M. Forster, autor que es referido junto con sus amigos del grupo Bloomsbury, y del que además se revisan contenidos centrales de su Pasaje a la India . En ciertos aspectos, Hardy y Ramanujan rememoran en El contable hindú a Fielding y Aziz, la pareja protagónica de aquella novela. Resuena además significativamente Alicia en el país de las maravillas en la alusión del escape a la fantasía de un matemático: Lewis Carroll.

 

Como la esquiva felicidad que escapa a todos los personajes, Ramanujan, objeto y símbolo en la novela, siempre se está escabullendo sin dar explicaciones, sumido en su nostalgia, su genialidad y su exotismo, incluso cuando lo designan profesor de Cambridge, honor inusual para un indio. Leavitt ha logrado mejor que nunca articular la homosexualidad como clave para la comprensión crítica y la recuperación emotiva de una época fascinante y como motivo de introspección que desnuda el perplejo revés de la racionalidad, parangonable así al devenir errático del Imperio británico y a la desolación de su ambiente intelectual y aristocrático. Aun en su aparente gelidez y su pulcro ateísmo, Hardy se dirige en secreto a Dios y se hunde en frecuentes visiones alucinatorias de un antiguo amante suicidado. Él y todos en El contable hindú terminan comprendiendo no sólo que la ciencia y la pasión no son antagónicas sino también que toda seguridad del mundo es irremediablemente ilusoria.