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Amélie Nothomb: "Estamos vivos gracias a la risa"

Periodista:
Miguel Mora
Publicada en:
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Nueva novela de la escritora belga-japonesa residente en París. La número 18 en 19 años (empezó a publicar en 1992), se titula Una forma de vida (Anagrama y Empúries), es la primera que tiene forma epistolar y se lee de un tirón entre sonrisas, asombros y tristezas. Un soldado americano llamado Melvin Mapple y destinado en Irak ha leído todos los libros de una autora famosa, llamada Amélie Nothomb, y empieza a cruzarse cartas con ella. El epistolario arranca animoso pero poco a poco se va enredando hasta convertirse en una trampa para osos y atrapar como una droga letal a los dos redactores, narradores y protagonistas. La fama, la apariencia, el body-art y la identidad, la soledad de los monstruos, la verdad y las mentiras y la necia ligereza contemporánea desfilan ante el lector a toda pastilla, y todo el tiempo se le hace difícil saber si está en un mundo de ficción o en la realidad.

 

 

Nothomb bucea entre brumas y veras por los vicios y achaques del presente y radiografía el drama humano de la incomunicación con grácil naturalidad, sin miedo al peligro ni al ridículo. El pavor y la necesidad del otro, la compatibilidad sin amor, los malentendidos y la superación de las fronteras (mentales y físicas) son algunos de los temas del libro, que tiene la rara virtud de olvidarse pronto y regresar de repente desde la médula a la memoria con mucha precisión.

 

La cita para la entrevista es en su editorial francesa, Albin Michel, en el barrio de Montparnasse. Hace una mañana húmeda y gris sin aguacero, y el bulevar Edgar Quinet está pavorosamente desierto. El periodista Juan Peces, que solo unos días antes ha entrevistado a la novelista francesa menos francesa de todas aunque sin duda es la que más libros escribe, publica y vende en Francia, se ha chivado de que le encanta el champán y ha sugerido que con un Dom Perignon del año de la tos Nothomb abrirá su corazón sin sacacorchos.

 

 

Pero son malos tiempos para estos gestos heroicos y las diez de la mañana una hora inapropiada para acarrear botellas por el metro de París. A la hora en punto, Nothomb está ante la puerta de cristal de un oscuro chiscón en la planta baja, cerca de la recepción. Cuenta que su editorial decidió cedérselo hace unos años para leer y responder a las decenas de cartas que recibe cada día. Y señala unas estanterías forradas de sobres. “Recibo muchísimo correo. Entre 20 y 40 cartas cada día desde que salió mi primer libro hace 20 años. Salió el 1 de septiembre y el día 3 me llegó la primera carta. No sabía que eso pasaba y me pareció formidable. Las recibo con mucha gratitud, pero me he metido en un engranaje enloquecido, abrumador. Tengo un serio problema. Necesitaría dos vidas. Una aquí, con las cartas, y otra fuera. Y parece que tiene tendencia a empeorar. Aquí solo escribo cartas, no consigo escribir novelas”.

 

Quedamos instalados cara a cara (literalmente) en ese armario sin ordenador. Nothomb no va a parar de hablar durante una hora. Sus respuestas son rápidas, imaginativas y sabrosas, pero al final casi se agradece haber prescindido del alcohol: pocos entrevistados habrá tan locuaces, entregados, expresivos, sinceros y automáticos. La irónica verbosidad de sus libros no tiene nada que envidiar a la que pone en juego en la vida. El estilo también se parece, en los dos casos es fresco y autobiográfico, hiperrealista y surrealista a la vez, cubierto por un velo de perplejidad o tristeza que compensa con un sentido del humor muy fino, bastante feroz consigo misma, y con una candidez inteligente. Acaba muchas respuestas con una disculpa: “No puedo hacer más”, o “eso no es culpa mía”.

 

 

Viendo el lugar donde trabaja, parece más una amanuense que una escritora del siglo XXI. De hecho, contesta a las cartas como escribe sus novelas. A mano. “No escribo ni e-mails, soy una mujer del siglo XIX. No tengo móvil, ni ordenador, y suspendí cuatro veces el carné de conducir; siempre llevo ropa fea, y me gustaría pasar el día cosiendo cueros en la cueva y poniendo a cocer el mamut”.

 

Se ha dicho que las ideas de sus libros proceden de las videoconferencias que mantuvo con un hombre italiano, entre los últimos años ochenta y los primeros noventa. Para no romper esa leyenda, le pregunto si se ha escrito alguna vez con un soldado desde Irak. “Melvin Mapple no existe, si existiera no tendría derecho a revelar nada. Las cartas son un género muy especial. Muy a menudo la gente me habla de sus problemas, sus confidencias, y me piden que participe en sus vidas. Es muy emocionante, casi un consultorio sentimental. Pero yo no soy así, tengo problemas en mi vida y no puedo resolverlos. La cuestión espinosa es que cuando te cuentan dramas no puedes no contestar. ¿Qué puedo hacer yo?, me digo emocionada. Pero enseguida me doy cuenta de que no puedo resolver nada”.

 

 

Nothomb nació en Kobe, Japón, en 1967, aunque se crió de mudanza en mudanza con su padre diplomático y sus dos hermanos. Ha vivido también en China, Nueva York, Laos, Birmania, Bangladesh, y a los 17 años decidió que era belga. Quizá la causa de tanta carta, tanta vitalidad, tantas ganas de darse a los demás y tantas palabras esté en el hecho de que, como su hermana, Amélie Nothomb fue una adolescente anoréxica. “Mi hermana ha seguido sufriendo la enfermedad, pero yo la he superado escribiendo”, cuenta.

 

Nothomb escribe con la tenacidad de una abeja obrera, sin tiempo para bromas, con la compulsión de una bulímica. Como una excéntrica metódica, escribe cada día de cuatro a ocho de la mañana, o de tres a siete. Y tiene un don indiscutible para mostrar que la vida es un asunto misterioso y jodido, y que la literatura ayuda, todavía, a tolerarlo mejor. Es también una lectora empedernida. Va vestida de negro de pies a cabeza, y abre los ojos de par en par cuando escucha. Cuenta que lleva años llenando cuadernos mientras los demás duermen. “Ya he escrito 75 libros desde que empecé, a los 21 años. Escribo todos los días del año, sin excepción. Fue una curación, ahora también es un problema. Hago muchas cosas que no merecen ser publicadas. Pero tengo una necesidad fisiológica incomprensible”.

 

 

“¿Exhibicionismo? No creo. Tengo la impresión de que comparto mucho de mí misma, pero muchas partes no las doy. Tengo un pudor muy hábil y me guardo muchas cosas. Hago autobiografía ficticia, lo sagrado está bien custodiado. Lo que siento es una necesidad de comunicación muy grande. Cuando llegué a Europa no podía ni comer y los libros me integraron. No sé hacer otra cosa, salvo ser japonesa. En Japón, si no eres japonés no puedes integrarte. Estás siempre como la película Lost in Translation. Yo nací allí, tenía un novio, hablaba el idioma, y sin embargo sentía un malestar monumental”.

 

Desde que publicó Higiene del asesino, ha sacado a la luz casi un manuscrito por año. Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Antichrista, Biografía del hambre, Ni de Eva ni de Adán… Su obra se ha leído en todo el mundo. Pero muchos otros textos se los guarda para sí misma, y jura que no piensa enseñárselos a nadie ni permitir que se publiquen cuando no esté aquí para impedirlo. “Mi escritura es muy instintiva, pero a la vez es muy cerebral. En cierto modo es automática, porque el pensamiento me va muy rápido. A veces me desprecio porque no tengo la menor relación con la tecnología, y sé que Internet es fantástico, pero no me conviene nada. Tengo una tendencia adictiva y prefiero no entrar en eso”.

 

 

Hablamos ahora del cuerpo, tan presente en su vida y en Una forma de vida. “La novela tiene una parte de reflexión sobre el body-art; el problema del cuerpo es muy interesante; escribir es un acto físico y el cuerpo surge siempre en medio de la escritura. Muchos bulímicos y anoréxicos, y otros adictos de todo tipo, me escriben pidiéndome consejo. Una joven escribió su tesis sobre su propia anorexia. A veces funciona convertir el cuerpo en objeto de arte. Es difícil, pero el arte ayuda a resolver esos problemas”, dice. “Yo tuve anorexia desde los 13 años hasta los 21. Es normal que dure mucho tiempo. Por suerte me curé completamente, y es el único mensaje de esperanza que puedo dar a la humanidad. Mi hermana no salió. Es misterioso. Por amor de hermanas, hicimos la enfermedad juntas. Es una especie de rechazo del mundo adulto. Quizá fue porque vivimos en Bangladesh, un sitio con mucha mezcla. O quizá es un problema de feminidad e identidad. No lo sé”.

 

Sobre la identidad, Nothomb también es una gran especialista. Nómada a la fuerza, reivindica su condición belga. “Es un país raro, donde la identidad es un gran problema, y yo además soy hija de Romeo y Julieta, de valón y flamenca. La crisis del Gobierno belga me ayudó a saber que soy belga, me abrió los ojos a ese principio de dualidad floja, incomprensible, rara. Me siento completamente belga. Y espero que todo el mundo tome ejemplo de los belgas y acepte su identidad rara, porque la identidad no tiene por qué ser sólida”.

 

 

Desde 1987, Nothomb vive entre Bruselas y París. “El ambiente literario está en París, hay excelentes escritores belgas pero todos se difunden desde aquí. En Francia la miseria ha avanzado muchísimo con Sarkozy. Hay una precariedad muy grande, y vivo con mucha inquietud la posibilidad de que Marine Le Pen llegue a la segunda vuelta de las presidenciales. Eso significa que algo va muy mal en este país. Sarkozy ha legitimado su discurso, y ese es un error enorme. Estamos viviendo un repliegue nacionalista muy inquietante, espero que no acabe como los años treinta y se rompa Europa, no quiero ni jugar a imaginar eso. ¿Se ha fijado en que los franceses son increíblemente distintos de los belgas? Es más posible que Quebec se parezca más a Francia que Bélgica, nos separa un océano más grande todavía. Los franceses están obsesionados por la seducción. En Bélgica nadie piensa en seducir a nadie. Los políticos franceses intentan seducir a todo el mundo, y el donjuanismo es el principal motor de la sociedad. Es fascinante”.

 

Pero a la vez es uno de los países del mundo donde más tímidos hay, replico. “En comparación con los italianos son timidísimos, pero en comparación con los belgas no son nada tímidos. He vivido en Asia y en Estados Unidos y he ido dándome cuenta de que hay aspectos de identidad colectivos. Europa es la cultura de la pregunta. En Asia no se hacen preguntas, está mal visto, salvo en los filósofos zen. En Europa las preguntas son bien recibidas, pero no tenemos respuestas. Mucha gente me escribe haciéndome preguntas, pero raramente encuentro respuestas. El mundo es raro. Un arquitecto suizo me buscó locamente y me localizó en el registro de la propiedad de Bruselas para preguntarme cuál es el sentido de la vida. Es un malentendido que me sucede a menudo. Yo siempre contesto que la literatura puede ayudar mucho a entender el sentido de la vida, aunque no sé si la mía lo hace. Creo que es el humor, la pirueta, lo que nos salva casi siempre. Gracias a la broma, a la posibilidad de reír estamos vivos. Ese es el problema inmenso que se le plantea a la narradora de Una forma de vida. Puesta a elegir entre una cita a ciegas improbable y ser ingresada en Guantánamo, elige Guantánamo”.

 

 

El otro, la necesidad del otro, las diferencias con el otro, la guerra con el otro, la deriva hacia el otro y la huida del otro. La ruptura de la comunicación, la soledad. La conversación languidece, las preguntas y respuestas se van acortando, pero Nothomb sigue tan lúcida como hace una hora. “La comunicación humana es infinitamente difícil. Mi soledad era más grande antes, pero me queda mucho para resolverla. Proust decía que la maravilla de la lectura es que permite encontrar al otro sentado en un lugar solitario. Esa soledad es maravillosa, pero no todas lo son tanto”.