La moda tiene lógica
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- Rogelio Demarchi
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Crédito de la imagen: Frédéric Godart
Cuando alguien pronuncia la palabra “moda”, de una u otra manera pensamos en cuestiones frívolas relacionadas con el consumo. Una vestimenta determinada, colores y texturas que cada temporada distinguen lo que está “in” y condenan lo que está “out” . Calzado. Formatos de relojes o de anteojos. Accesorios. Todo parece depender del dictamen de la moda y todos los sectores sociales, desde los más pudientes a los más pobres, tomamos nota de ello, lo admitamos o no, le hagamos caso o no. Nadie está a salvo.
En Sociología de la moda (Edhasa, 2012), Frédéric Godart le pone números al asunto: la industria de la indumentaria y el lujo representa el seis por ciento de la producción mundial, mientras que la industria del automóvil no llega al cuatro por ciento y las telecomunicaciones y los servicios conexos no superan el tres por ciento.
Y va más allá y detecta un segundo significado del término: la moda también “se puede definir como un cambio social específico, regular y no acumulativo, que se despliega, más allá de la indumentaria, en múltiples sectores de la vida social”. Cortes de cabello, de bigote o de barba. La depilación masculina. Comidas. Bebidas. Nombres para bebés. Estilos arquitectónicos. Razas de perros. Barrios. Lugares para veranear. ¿Cómo pensar y entender este otro costado del asunto?
“La moda es una actividad económica porque produce objetos, pero es a la vez una actividad artística en cuanto produce símbolos. No se contenta con transformar una tela en un atuendo. Es creadora de objetos portadores de sentido”.
Por lo tanto, la industria de la moda se vincula con la industria cultural; relación, dice Godart, que permite analizarla como un hecho social total; puede abarcar la totalidad del sistema social y sus instituciones, “es un hecho social total, ya que es simultáneamente artístico, económico, político, sociológico… y afecta el tema de la expresión de la identidad social”.
Desde esa perspectiva, propone analizar este fenómeno a través de seis principios básicos. El primero es el principio de la afirmación, según el cual los individuos o los grupos sociales “se imitan y distinguen, usando señales indumentarias o ligadas a la indumentaria”, para comunicar su identidad. “Los individuos señalan su diversidad social mediante signos identitarios, entre los cuales la ropa es un elemento central pero no único, ya que las prácticas culinarias, turísticas, e incluso lingüísticas son otros tantos signos identitarios”.
El último es el principio del imperio, que pone el acento en lo que está más allá de la esfera tradicional de la moda; así, se entiende a la moda como “un proceso que se caracteriza por un movimiento a la vez organizacional, con el surgimiento de conglomerados del lujo y de la moda; y social, con la extensión de las dinámicas propias de la moda a otras esferas de actividades de la sociedad”.
Con sencillez, muchos ejemplos y en pocas páginas, Godart encontró la manera de explicar cómo la moda, con cierta lógica, aun si nació burguesa y elitista, se volvió masiva y popular para seducirnos a todos por igual.