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Michon: el silencio de los espacios infinitos

Periodista:
Pablo Chacón
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En El origen del mundo el escritor francés Pierre Michon construye un protagonista y una suerte de trama, pero las mesetas calcáreas del macizo central galo son el escenario donde el deseo, ese impulso viviente, se despliega con la misma violencia supuesta de quienes lo habitaron y lo representaron en cuevas como las de Lascaux, durante el paleolítico.

 

El libro, publicado por el sello Anagrama, muestra a un escritor en el cenit de sus recursos, trabajando el lenguaje como un artesano la piedra, una a una, palabra por palabra, sin completar jamás un todo, acaso porque el todo es un sueño absolutista.

 

Michon nació en Cards en 1945. Estudió letras en Clermont-Ferrand, pero recién a los 37 años publicó su primer libro, Vidas minúsculas, una serie de historias "regionales" de personajes anónimos, que jamás se aclara si son o no son una invención.

 

Publicó, entre otros libros, Rimbaud el hijo, Señores y sirvientes, Cuerpos del rey, Los Once, El rey del bosque, El emperador de Occidente y Mitologías de invierno.

 

Son volúmenes relativamente cortos, a medio camino entre la ficción y el ensayo o entre el relato poético y el ensayo de especulación que no cede el ritmo o el fraseo a la tiranía del concepto, para mayor densidad filosófica.

 

El origen... recuerda -es de rigor- a los textos de Georges Bataille sobre las cuevas de Lascaux, donde se encontraron los primeros trazos de representación antropomórfica. Y al documental de Werner Herzog sobre el espacio dibujado más antiguo de la historia, descubierto por una casualidad geológica.

 

Bajo la excusa de un flechazo amoroso, se anima un relato que convoca al deseo en su vertiente más placentera y más dolorosa, la que precede a la extinción de la pasión, fin de un mundo y origen de otro que habrá que construir con paciencia de estoico, si se consigue desplazar ese silencio.

 

Ese silencio de las cuevas paleolíticas es el silencio de una verdad enterrada que se hace lugar cuando el movimiento tectónico fuerce las cosas. El estoicismo es el placebo que permite aguantar la herida de París, dice sin decir Michon.

 

En la estela de Pascal Quignard, Félix Guy Duportail y Jean Echenoz (su íntimo amigo), el autor de El origen... reconoce en la música de Mozart y en la poesía de Mallarmé un acento de Casanova: a la manera del último Philippe Sollers.

 

Si la reflexión de los apasionados corre por un riel que los terminará dejando inermes, el lenguaje de esta novela, despojado, preciso, precioso, desnuda a unos cuerpos para los que la única garantía es la intemperie. El resto es el matrimonio, el contrato, la seguridad jurídica del nombre del Padre.

 

"Eran los sollozos del estilo excelso, cuando, por casualidad, una vez en la vida, la gracia te concede el don de volcarlo en la página", escribe Michon.

 

Y agrega: "Los sollozos que la frase cabal te arranca mientras te arrastra hacia adelante; los que te estremecen cuando el ritmo cabal te empuja rabiosamente por la espalda, y entonces, deslumbrado, entre ambos, decís lo verdadero, expresás el sentido, es lo verdadero; sos un hombre insignificante diciendo lo verdadero".

 

Como todos, como ninguno, nadie, nada, nunca, raras veces aparecen esos ejemplares que como Michon, desesperado de piedad atea, contempla el cielo estrellado y escribe sobre los espacios infinitos y las rocas sueltas que giran abandonadas en el espacio vacío.

 

© Pablo Chacón, Agencia de Noticias TELAM