Una lectura de "Una forma de vida" de Amelie Nothomb
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- Patricio Zunini
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Estructurada como una novela epistolar —en pleno siglo XXI—, Una forma de vida de Amélie Nothomb, comienza con una brevísima carta de un soldado dirigida a la propia Nothomb: «Soy soldado de segunda clase del ejército norteamericano, mi nombre es Melvin Mapple, pero puede llamarme Mel. Llevo más de seis años destinado en Bagdad, desde el principio de esta jodida guerra. Le escribo porque estoy sufriendo como un perro. Necesito un poco de comprensión y sé que usted me comprenderá. Respóndame. Espero que me escriba pronto.» Aunque dude de la autenticidad de la carta —lo auténtico y lo falso es un tema clave de la novela— e incluso se incomode por haberla recibido —«¿tenía derecho a escribirme aquellas cosas?»—, Nothomb persona-personaje, fiel a su política de no dejar cartas sin responder, la contesta y comienza así el asombroso intercambio con este asombroso hombre que dura varios meses.
Melvin, que fonéticamente se acerca a Melville, encarna la ballena blanca de la perdición. La fucking war desencadenó un trauma que lo lleva a comer compulsivamente. La comida como una droga más perversa que cualquier estupefaciente: «Una guerra moderna no puede soportarse sin estupefacientes. En Vietnam, los nuestros disponían del opio, que, digan lo que digan, provoca una dependencia muy inferior a la que hoy mantengo con los bocadillos de pastrami». Melvin llegó con 80 kilos y aumentó otros 130. Si «100 kilos es el peso de una persona enorme», él, entonces, en estos años se comió una. La obesidad, dice Nothomb, no es rara en Estados Unidos: sólo es ridícula. A la espera de la orden que lo envíe de regreso a casa, que un soldado vuelva con un cuerpo de 200 kilos es, más allá de una enfermedad, un hecho político. El peso del ridículo cae, aplastante, sobre un gobierno que inició una guerra con la mentira de la presencia de armas de destrucción masiva. Melvin se reconoce cómplice de ese Estado invasor que cometió crímenes de guerra y de lesa humanidad. Intenta que su cuerpo tenga un sentido: por los gastos que provoca en comida, alimentación, salud, se considera a sí mismo como un saboteador del ejército. (Un saboteador estadounidense bien podría equipararse a un terrorista iraquí).
El primer cuento de Quieres hacer el favor de callarte por favor, de Raymond Carver es “El gordo”: un gordo llega al restaurante y engulle un plato tras otro, uno más grasoso que el anterior. Come ante la mirada entre atónita y fascinada de la camarera. Es un cuento desolador. Al final, ella regresa a casa y acepta sumisa que su pareja la obligue a tener sexo. En la oscuridad de la noche se piensa gorda y siente que algo en su propia vida va a cambiar. El efecto que provoca el obeso soldado Melvin en Amélie Nothomb persona-personaje es también desolador. Sin (querer) darse cuenta, con una sensación ilusoria de superación y desapego, la autora de, entre otras novelas, Higiene del asesino y Biografía del hambre, termina involucrándose sin escapatoria hasta que ya sea demasiado tarde. No hacen mella ni siquiera las falsedades que puedan aparecer en el relato de Melvin: la única verdad es la realidad escrita.
Una forma de vida es, a la vez, una reflexión sobre el cuerpo, el arte, la verdad, el sentido de la literatura. Es también una novela inmensa que, libre de grasa, ocupa un cuerpo de 146 páginas.
© Patricio Zunini, Blog Eterna Cadencia