Por fin un best seller que huele bien
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Crédito de la imagen: Quedeflores.com
No siempre son libros para desdeñar. Según las épocas, los más vendidos se han convertido en clásicos, como las historias de Dickens o Conan Doyle.
Distinguirlos entre tantas publicaciones no es tarea sencilla, pero hay un rasgo que los destaca: la escritura. La mayoría de los estipulados best sellers (con las características flúor antedichas) están mal escritos, responden a una receta de emociones básicas. Dicho de manera musical: suenan mal. Por eso la curiosidad me surge cuando una de estas novelas es traducida a varios idiomas. Esto no siempre responde a un criterio de voracidad del mercado. La multiplicidad de traducciones puede ser indicio de la plasticidad con la que una novela fue escrita en su idioma original. Y es lo que sucede con la novela recién editada en español, El lenguaje de las flores , de Vanessa Diffenbaugh (Salamandra). Es la primera novela de una joven autora norteamericana que vive con sus padres en Massachusetts. Eso no dice mucho. Tampoco que haya sido elegida el mejor libro del año por la revista Elle . Sin embargo, la velocidad de traducción -y su proyección a treinta lenguas- da cuenta de una escritura seductora. Con estilo clásico, casi florido (y vale la apuesta, dado el tema de la novela), Diffenbaugh plantea una narradora impulsiva, autodestructiva y, al mismo tiempo, con ganas de dar. El comienzo es incendiario, la identidad arde en llamas y, en la humareda del desamparo, se gesta una forma distinta de ser, desraizada. Como el musgo.
Más que una novela voluminosa, es una novela con volumen. Su adjetivación tiene peso, hay un abanico de sensaciones bellamente ligadas: "El azul se filtraba en las colinas secas, se reflejaba en el tejado de zinc y en las pupilas de Elizabeth. Aquel color parecía ineludible y tan pesado como el repentino silencio de Elizabeth". La cuota de romanticismo viene por el lado de las flores y la maternidad. Y sí, es una novela con muchas flores y mujeres, a pesar de su sesgo duro ("inspiré hondo y mis pulmones se llenaron de desilusión"). La autora (y Victoria Jones, la narradora) se sirve del código de las flores de Charlotte de Latour empleado por la sociedad victoriana en el siglo XVIII para discriminar los sentimientos según la especie botánica.
De allí el anexo: en las últimas páginas se transcribe "el diccionario de las flores de Victoria", que va desde la amapola ("extravagancia fantástica") hasta la zarzamora ("envidia"), abarcando cientos de flores y sus respectivos sentimientos.
¡Por fin un best seller que huele bien!