Viaje al fin de la noche
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Durante nuestra travesía del Atlántico a bordo del Anna C., yo debía de tener poco más de un mes de vida.” Son las palabras de quien reconstruyó ese camino de vuelta de los protagonistas de una novela que para ella era el de ida. Hay en Los pasajeros del Anna C. (Edhasa) una historia de otros que no deja de ser nunca la de la propia autora; una historia muy original que narra un lugar imaginado muchas veces, pero contado pocas.
Todo comienza con un viaje. El de iniciación. Hacia el destino sudamericano que significaba Cuba parte un grupo que serán conocidos como “los cinco de La Plata”. Allí están Manuel y Soledad, son pareja y serán padres poco antes de que el periplo concluya. El faro ideológico cubano está encendido y hacia allí se dirige este grupo a formarse ideológicamente y a entrenarse militarmente para la Revolución a mediados de los sesenta. Pero no es algo abstracto, hay una misión que los espera y hay un fantasma que los convoca desde la clandestinidad: el Che. Una especie de existencialismo revolucionario, una espera interminable, una misión que no llega, que no se concreta, que fracasa.
Para hacer este libro, Alcoba usó un grabador de periodista y así entrevistó a los protagonistas de esos años, por lo menos los que pudo hallar; por lo menos los que estaban vivos. Y también tuvo un par de encuentros con una figura mítica, el filósofo francés Régis Debray quien fue arrestado en Bolivia después de encontrarse con el Che, apresado y fusilado poco después. En París habló con Alcoba y la primera cuestión que le planteó a la autora fue la imposibilidad de acceder a la experiencia de quienes vivieron el momento de la formación insurgente en la isla. Debray le planteaba que si nadie había hablado ni escrito (salvo él mismo en unas pocas páginas) lo que en esos “cursos” ocurría, mucho menos alguien, que no había estado allí, iba a poder narrarlo. La autora aceptó el desafío y devolvió un libro que es una narración impecable. No sólo por la prosa desplegada sino también por la reconstrucción de una cosmogonía sesentista que no había sido abordada desde ninguna óptica.
El texto cruza con virtuosismo caminos reales y recreados donde triunfa el abordaje literario. Hay un retrato de la época que ubica en primer plano el tráfico ideológico imposible de eludir en esos momentos y también dibuja un fondo fundamental en el que surge con nitidez la ruta veloz que lleva de la adolescencia a la adultez sin escalas. Hay una juventud que se extravía por el ritmo intenso que la Historia les impone. Ellos aceptan ser protagonistas pero, al menos en este capítulo sesentista, van a ser postergados. Ese grupo de La Plata después se va a encontrar con otros jóvenes de raíz católica que van a ser, a pesar de su jóvenes años, figuras relevantes de la primera aparición montonera. Ese encuentro no va a ser fácil y precipitará el desenlace. Después vendrá la muerte del Che, de quien estaban esperando su llamado y el retorno a la Argentina. Todo volverá a empezar.
Y así vuelven los iniciados desde Cuba, vía Europa, en un barco que zarpa en Italia y los trae de regreso a Brasil y desde allí rumbo a La Plata. Soledad con su beba en brazos: la narradora de la historia. Hay un puente autobiográfico muy definido entre este libro y su primera obra La casa de los conejos (ambos traducidos por Leopoldo Brizuela) que une con sus extremos la historia personal de Laura Alcoba a través del protagonismo de sus padres en gestas revolucionarias.
Sin embargo, el rompecabezas familiar no está terminado. Abrir la puerta del pasado le trajo más preguntas que respuestas.