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Gimnasia y esgrima del amor

Periodista:
Claudio Zeiger
Publicada en:
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Es más que evidente que con los relatos que componen Mentiras de verano Bernhard Schlink vuelve al territorio de Amores en fuga. Historias de amor que se despliegan como “casos” con su premisa, sus conjeturas misteriosas, sus interrogantes tan profundos como desgarradores y una resolución que suele apartar a los seres humanos unos de otros, pero manteniendo intacto el hilo tenue de la memoria. Siete relatos extensos, como en el libro anterior. La gran diferencia con Amores en fuga: no se trata aquí de la confrontación entre generaciones de alemanes (los que vivieron la guerra y sus hijos y nietos; no se trata aquí del “gran tema” del nazismo y sus secuelas, ni de la vida partida en dos por el muro, la vida occidental y la vida oriental como dos posibles versiones de un mismo ser. Salvo quizás –y de refilón– en “Johann Sebastian Bach en Rügen”, donde se narra la imposible reconexión aunque no exenta de reconciliación entre un padre y un hijo. Pero esto no quiere decir que en Mentiras de verano no se pueda aplicar la frase que Schlink utilizó para hablar del gran tema: “Pienso que no existe una memoria en estado puro”. Y si no hay que llegar al gran cuento final, “El viaje al Sur”, donde una mujer descubre el autoengaño al que la sometió su memoria en estado puro.

 

 

¿Y qué son, a todo esto, las mentiras de verano? Bueno, pues unos relatos, unas versiones que uno suele tener de sí mismo a mano para afrontar una relación que prevé pasajera, que no tendrá mayores consecuencias aunque después todo se enrede, todo se tuerza. Las mentiras del verano son lo opuesto a las confesiones de invierno. Un vino blanco chispeante frente a un espeso cabernet introspectivo. Schlink plantea casos afectivos como casos policiales o judiciales, pero hay que decir que en este volumen todo es más maleable, más poroso que en, por ejemplo, su último libro El fin de semana. Podría decirse que Schlink ejerce la gimnasia y esgrima del amor: una combinación entre algo mecánico, contundente, seriado, y algo sutil y curvo, un hundirse en un colchón de preguntas interminables donde cada respuesta abriría otra puerta que desemboca en otra puerta. Esas puertas son las de la conciencia. La conciencia y el desigual combate por mantener la intimidad a resguardo de todo son grandes temas de Schlink. Como la necesidad, o el deseo secreto, de estar solos, de que necesitamos estar solos para “resolver” los casos individuales que se llaman “una vida”. La soledad irreductible es uno de los grandes temas de Schlink.


Los primeros tres relatos (“Temporada baja”; “La noche en Baden-Baden”; “La casa en el bosque”) marcan una escalada exasperante en los vínculos entre hombres y mujeres. Todo parece indicar que las mujeres son más difíciles e insoportables de sobrellevar hasta que llegamos al último de los tres, una versión entre graciosa y dramática de Misery, pero donde la escritora es ella y la enfermera loca resulta ser él. Luego es el turno del que quizás –algo rupturista del conjunto– sea el mejor texto del libro, “Un extraño en la noche”, que para lectores latinoamericanos podría tener resonancias bolañescas; una alocada noche donde Bolaño y Graham Greene vuelan por el aire en un viaje fantasma mientras un ser alucinado despliega una historia delirante cuyo centro fue el secuestro de su bella esposa en Kuwait. Pero lo terrible es que toda su historia podría ser verdadera. A su turno, “El último verano y “El viaje al Sur” introducen la nota otoñal del verano. Problemas de senectute donde los jóvenes ya son los nietos y los balances están mucho más a la orden del día que los proyectos.

 

En fin, es difícil dar cuenta de todos los matices y planos que entran en juego en un libro de cuentos y en éste en particular. Schlink nos simplifica la tarea dando siempre una férrea línea conceptual a sus volúmenes de relatos, desplegando una narrativa tan opuesta a lo misceláneo y lo fragmentario pero sin dejar de admitir el costado vital, contingente y caprichoso de los destinos humanos, el gran asunto de las vidas posibles, o sea, aquellas que no vivimos. Como esa obsesión del alemán occidental por su hermanito oriental perdido. Pero esta vez con ecos más psicológicos, más existenciales.


“Alguna vez he escrito que las decisiones vitales no son acertadas o equivocadas, sino que llevan a vivir vidas distintas. No, no creo que tu vida haya sido un fracaso”, le dice un hombre manco a una mujer que creyó que él la había abandonado.

 

© Claudio Zeiger, Radar Libros, Página 12