Poder, erotismo y lenguaje
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- Elvio E. Gandolfo
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Michael Moorcock es un narrador inglés de prodigiosa variedad. En los últimos años, el lector en castellano conoció sobre todo capítulos diversos de sus sagas de espadas y brujería, siempre por encima del promedio. Y hace unos cuantos años conoció el cuarteto de novelas de Jerry Cornelius, tangencialmente relacionadas con la ciencia ficción. Mientras se espera con paciencia que alguna vez se traduzca “Mother London”, de 1988, considerada su obra maestra, hay que agradecer que aparezca al fin “Gloriana” (1978), anterior en una década.
Por la tapa, y por la lectura de sus primeras páginas, puede sonar a una prodigiosa novela histórica, donde a la reina Isabel I le llaman Gloriana, y a Inglaterra, Albión. Brilla un lenguaje rítmico, envolvente y sostenido, a la vez minucioso hasta la exasperación, con bruscos ramalazos de erotismo, violencia o sutileza extrema. El modo en que se van construyendo los ambientes infinitos de un palacio casi metafísico hacen recordar a otro creador de delirios imaginarios, también teñidos por la melancolía o la crueldad: Mervyn Peake, creador de la trilogía “Gormenghast” (Minotauro), amigo y mentor de Moorcock.
El mundo que se va despegando es un fresco sobre la naturaleza del poder, con una mirada muy anglosajona, en la que se mezclan la fascinación y el rechazo, la entrega a los impulsos y a la culpa. Un motor doble de los hechos lo constituyen Lord Montfallcon (que cuida a Gloriana con un esmero rayano en la obsesión), y su sinuoso, imparable brazo armado, el Capitán Quire. Alrededor o entre ellos se mueven decenas de memorables personajes secundarios.
Moorcock podría haber tejido un tapiz fascinante, como en muchas de sus sagas fantásticas. Pero va mucho más allá. El reino parece a punto de caer en las garras de combates intestinos o internacionales, o de retroceder hasta su pasado bárbaro e incestuoso. El relato alcanza una altura de tono y una complejidad de desarrollo que convierten al libro en una de las grandes novelas de la literatura extraña: llamarle fantástica sería erróneo.
Cuando apareció, “Gloriana” fue atacada como misógina, pero defendida por Ángela Carter. Moorcock cuenta el proceso. Y agrega la versión original del penúltimo capítulo (donde Gloriana al fin queda satisfecha). Se enorgullece de que el libro nunca quedó “descatalogado” en las librerías inglesas. Lo merece ampliamente.