Una aceitada máquina cultural
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- Alejandro Bellotti
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Crédito de la imagen: Roderick Field
Conocimos a Zadie Smith (1975) hace una década, cuando la editorial Salamandra publicó en castellano Dientes Blancos; en ese entonces, la escritora británica regurgitaba en el lecho candente de la joven guardia londinense junto a Monica Ali, Kiran Desai y Tash Aw. Algunos años después llegó la celebrada Sobre la belleza (Salamandra, 2006), y con ella el impulso que necesitaba para despegarse del grueso de sus coetáneos. En cualquier caso, hablamos de una novela salpicada por altas dosis de humor y finísimos toques de destreza intelectual que daban muestras de la capacidad de la autora para trenzar en una misma puntada vigor narrativo y erudición, sin derrapar en la pastosa jerga académica. Reconocida en 2003 por la revista Granta como la Mejor Novelista Joven de Inglaterra, en 2006 llegó a formar parte de la selecta nómina que año tras año prepara la revista Time para conformar “Las cien personas más influyentes del planeta”. Desde entonces, los artículos de Smith nutren las páginas de actualidad cultural en publicaciones de calibre como The New York Times, The Guardian, The New Yorker, McSweeney’s, etcétera. De hecho, buena parte de las 17 piezas de no ficción que componen Cambiar de idea (Salamandra) –reportajes, conferencias, crónicas, críticas literarias y cinematográficas, perfiles–, fueron publicadas en algunos de los medios recién mencionados.
Nombrar el mundo. Un mundo cubierto de lenguaje. Un lenguaje que nos constituye. Interpelar los relatos que circulan, por millones, que pululan como hormigas, imperceptibles para el resto, y subvertir el sentido, torcer su esencia; adscribir a la lógica kantiana de la verdad: no se “puede” conocer, pero se “debe” pensar. Vamos: para componer un mosaico de ensayos espinosos como los aquí presentados hay que tener en funcionamiento una aceitada máquina cultural. Como cabe a toda selección, algunos textos consiguen deslumbrarnos; otros son algo pálidos. El dedicado a Katherine Hepburn, por ejemplo, es una goma de mascar que Smith dilata, contorsiona, con la intención de transmitir algo que no termina por concretarse. Un ensayo sin tren de aterrizaje: levanta, sí, con algunos pasajes logrados (“Su público norteamericano de los tiempos de la Depresión no captó las referencias shakesperianas; tenía otras preocupaciones y no estaba dispuesto a ceder mucho espacio en el cerebro a las posibilidades homoeróticas de Katherine Hepburn vestida con gamuza verde”), pero cae de punta. En otro de los trabajos, para nada novedoso aunque le aplique cirugía reparadora, rastrilla con precisión microscópica los contrapuntos entre Franz Kafka y la interpretación que de él se hace. Es el ensayo más difícil de digerir –por sus múltiples citas, no por sus elucubraciones. En F. Kafka, hombre corriente, Smith practica la demolición: “Ya no queremos leer a Kafka a la manera de Brod, como hicieron los norteamericanos de la posguerra con tanto entusiasmo”. Max Brod fue el primer biógrafo de Kafka, su albacea, promotor del difundido enlatado didáctico kafkiano, tomado por el cuello por Zadie.
Mención especial para el texto que recupera pasajes de The BBC Talks of E.M. Forster. 1929-1960 (2008), un libro que aglutina las charlas radiofónicas que E.M. Forster brindó durante más de treinta años en la BBC (no está aún traducido al castellano). Dice Smith: “Forster tiene algo de anfitrión nervioso en una fiesta: teme que los invitados no hablen entre sí a menos que él esté presente para facilitar las presentaciones. A veces su imagen del lector medio es demasiado general para resultar reconocible”. En otro ensayo titulado Releer a Barthes y Nabokov, establece un contrapeso de lo más intenso entre Vladimir Nabokov, quien resucita al autor que Roland Barthes había asesinado en 1967 (“El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”). Smith se interpone y explica que al leer Pnin de Nabokov comprende que es, en realidad, el autor quien gobierna las operaciones del lector.
Con virtuosismo, Zadie Smith se posiciona como un faro que dice qué autores leer, de qué modo, determinar textos, combates. En el último apartado hay un texto descollante sobre el novelista norteamericano David Foster Wallace –amigo de la autora y suicida. Se detiene en Entrevistas breves con hombres repulsivos, ese libro multiforme de 23 cuentos que muestran la brillantez de un escritor atormentado, marginal y sin duda uno de los más geniales que ha dado la literatura norteamericana en los últimos años. Smith llega hasta la raíz y se interna en la fascinante isla literaria de Wallace. Es un artículo entusiasta, que patina sobre el ejercicio de la escritura, la actividad literaria como ritual creador, que busca las claves para desentrañar la desesperada batalla de un hombre arrinconado por su propia lucidez.