El filo de la historia
- Periodista:
- Fernando Bogado
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Había un paralelo, uno sólo, que detenía a más de un autoproclamado patriota frente a la decisión impostergable. La idea tenía un solo nombre, fatal, determinante: regicidio. El paralelo era la Revolución Inglesa que, en 1649, se llevó la vida de Carlos I y desembocó en la dictadura de Cromwell. Esa sombra, ese fantasma, perseguía a los muchos reunidos en torno del problema del destino de Luis XVI, hasta ese momento, un recluso más envuelto en una complicada situación luego del asalto al Palacio de las Tullerías del 10 de agosto de 1792. Encerrado y separado de su familia, la decisión es tomada casi con el mismo gesto con el que se inicia un ritual sangriento, estrictamente, de golpe, sin miramientos. El 20 de enero de 1793 se le comunica a un resignado Luis XVI que al día siguiente, por la mañana, los patriotas han resuelto que se procediera a su ejecución. Este tipo de eventos, repletos de dramatismo, cargados del peso de la historia, llenan la crónica histórica de David Andress, El terror, Los años de la guillotina, obra en la que se hace un recuento de la época más sangrienta de la Revolución Francesa.
Concentrarse en el período conocido como “El Terror” implica ubicarlo dentro de una línea histórica muy particular, que va desde septiembre de 1793 (momento en que la Convención determina el comienzo del Terror como política oficial de la República), hasta el fin de Maximilien de Robespierre, “El Incorruptible” –figura emblemática del proceso, en alguna medida, su líder– y el comienzo, en 1795, del Directorio y el definitivo giro del proceso revolucionario hacia la derecha.
David Andress, londinense, profesor de Historia Contemporánea de Europa en la Universidad de Portsmouth, es un especialista de la Revolución Francesa que lleva varios títulos publicados en torno de temas semejantes; La clara ventaja de El Terror –aparecido originalmente en 2006– es que, preocupado por los ámbitos sociales antes que por los grandes acontecimientos, se aleja del constante debate que se abre en torno de la citada Revolución en la academia francesa, en donde el revisionismo de los textos históricos inaugurado en las últimas tres décadas del siglo XX (con figuras como las de François Furet) presenta un cariz de derecha que vuelve a poner en debate el hecho de que la historia de este proceso estuvo en las manos de “jacobinos” como Albert Soboul.
“El Terror”, argumenta el autor, no sólo fue un manantial de sangre que brotó de las mismas entrañas del citado proceso, sino que también estuvo acompañado por una serie de concepciones teóricas y disposiciones políticas que, en su momento, fueron consideradas por muchos como necesarias para permitir que la República logre sobrevivir.
Esa sensación de temor a la revancha, que tuvo sus cuotas de paranoia social, fue conocida con el nombre de “gran miedo” (“La Grande Peur”) y permite tener una idea del oscuro presentimiento que se apoderaba de las masas populares en los momentos inmediatamente posteriores a 1789.
El miedo frente a los contrarrevolucionarios (reales o no) y la aparición de políticas que tendían a solventar el bienestar general de la República son considerados, desde la perspectiva del propio Andress, como las dos fuentes del Terror republicano, distanciando así su relato de la perspectiva anglosajona del siglo XIX (digamos: el Dickens de Historia de dos ciudades) que encuentra en el proceso sólo una gran masacre institucionalizada. El autor de este libro, al mismo tiempo, hace un fuerte énfasis en el “contra-terror” surgido como respuesta a las prácticas que culminaban en la guillotina una vez instalados en la cúpula del poder los termidorianos: nadie puede levantar la mano y declararse como una simple víctima en un acontecimiento que involucró definitivamente a toda la población, a todos los ciudadanos.
No solo El Terror, sino toda la Revolución Francesa, de 1789 hasta 1799 y la aparición en escena de Napoleón Bonaparte, presenta aún en la actualidad un interés insoslayable, interés que no sólo marcó la importancia del hecho para los grandes filósofos del siglo XIX, como el propio Marx o, incluso, el joven Hegel, sino que aun en nuestros días pone en debate la manera en que pensamos una república, las consecuencias que pueden tener las decisiones tomadas en torno de tal o cual problema o la actualidad de concepciones como el “terrorismo”, lleve el adjetivo que lleve.
La urgencia de textos como el de David Andress, milimétricos en sus aproximaciones, es evidente: el terror como política de Estado, sea de izquierda o de derecha, esté donde esté, es el fantasma que atosigará siempre a cualquier planteo republicano, ya desde su mismo nacimiento.