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El ejército de hombres comunes que hizo girar la maquinaria nazi

Periodista:
Mora Cordeu
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¿Qué había hecho durante la guerra nuestro abuelo alemán?, fue la pregunta que el autor y su hermana se hicieron durante mucho tiempo hasta que en 1992, con su muerte, decidieron pasar de las sospechas a una rigurosa investigación cuyo objetivo fue develar el itinerario seguido por Bruno Langbehn (Prusia, 1906) antes de la irrupción de Hitler en el escenario político.


La verdad fue mucho más radical de lo que imaginaron ya que el abuelo se alistó en las filas del nacionalsocialismo cuando tenía 19 años, en una época en que muchos jóvenes sintieron como una traición la derrota de 1918, descreyeron de la democracia de Weimar y no titubearon en embarcarse en acciones violentas en pos de un futuro forjado por ese combatiente alemán, descripto por Ernst Jünger en "Tempestades de acero".


El libro El nazi perfecto. El descubrimiento del secreto de mi abuelo y del modo en que Hitler sedujo a una generación, que acaba de publicar Anagrama, decodifica -con el seguimiento de la vida de un hombre del montón- esa prolija ingeniería que dio por resultado al nazismo.


Cineasta y autor especializado en temas históricos y culturales, Martin Davidson es vicedirector de la BBC donde ha tenido a su cargo numerosos programas como "Albert Speer. The nazi who said sorry", "Leni Raiefenstahl`s Triumph of de Lie" y "The Nazis and `Degenerate Art`".

 

Davidson nació en Edimburgo de madre alemana y creció convencido que su abuelo era un dentista jubilado alemán, aunque desde muy temprano tuvo indicios de que había muchas zonas oscuras en su historia, sobre todo cuando alardeaba en las reuniones con sus ex camaradas de guerra (kriegskameraden).

 

"Bruno y correligionarios más tempranos aportaron la energía, la determinación y la violencia que contribuyeron a superar todos los obstáculos del camino hacia el poder", escribe Davidson en el prefacio.

 

"Formaron la columna vertebral del aparato de terror que garantizó la sumisión en el nuevo Tercer Reich -prosigue- y ocuparon su primera línea, combatiendo en la guerra que estalló seis años más tarde, a la que consideraron la gran expresión definitiva de los valores nazis y su proyecto más importante".

 

No le fue difícil al autor encontrar pruebas fehacientes de la militancia de su abuelo que vistió tres uniformes distintos: el pardo de las SA, el negro de las SS y el gris de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas Unificadas de la Alemania Nazi).

 

En su largo itinerario por el nazismo -22 años-, Bruno actuó como dentista, soldado, espía, ejecutor de directrices y agitador político.
"Había sido miembro de las tropas de asalto, camorrista callejero, ideólogo, intelectual de la acción, guerrero biológico, acólito, soldado, soplón, agente de la policía secreta, burócrata, árbitro de la acción social: en suma, un nazi perfecto", describe el autor.
Y nombra tres elementos esenciales para lograr el apelativo, que da título al libro: su devoción por Hitler, identificado con la lucha por conquistar -militar y racialmente- primero Alemania y después toda Europa; la asunción de la ideología del Weltanschauung nazi, una visión del mundo; y su condición de fanático.

 

Fueron personas como Bruno, "hombres (y algunas mujeres) que desde el principio proporcionaron el lastre para la organización del terror del Tercer Reich, las SA (Sturm Abteilung, sección de asalto del partido nacionalsocialista), las SS (unidades de elite, implicadas y juzgadas por crímnes de guerra), la Gestapo (policia secreta) y el SD (organización de inteligencia).

 

Leída en singular su historia es simple y mediocre, su incursión en la guerra pasó sin pena ni gloria -con una muñeca destrozada al caerse de un caballo desbocado-, se acomodó mucho mejor a las tareas burocráticas -que lo hicieron saltar más de un escollo- y cuando llegó el final, estuvo sólo seis meses de internamiento sin que nadie advirtiera su ex pertenencia a las SS.

 

Durante dos años permaneció en una ciudad dormitorio cerca de Berlín, adonde regresó para reinstalarse y en poco tiempo pudo retomar su verdadera identidad, sin que nadie descubriera en ese dentista anodino al encarnizado perseguidor de judíos y comunistas.

 

Al final del libro, Davidson afirma que la historia de su abuelo "quizá resulte cuando menos útil como un relato aleccionador, un ejemplo vivo del daño que pueden causar hasta los hombres normales en épocas de locura histórica. Era, en efecto, el nazi perfecto, pero no en el sentido en que él hubiera empleado el término".

 

© Mora Cordeu, TELAM