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Una particular supervivencia

Periodista:
Laura Cardona
Publicada en:
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País de la publicación:
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Me muevo con danza espástica. Parezco un muñeco con la cuerda rota, una máquina fuera de eje, un desecho. De todas maneras, me muevo, quizás demasiado para mis expectativas." Así se define el narrador de Pequeñas intenciones , rengo a raíz de un incendio del que fue a medias responsable, un sujeto indolente, carente de expectativas, que procede según pequeñas intenciones a fin de moverse en un mundo también pequeño, que se ha ido reduciendo cada vez más. Mientras se desencadena la tormenta de santa Rosa, en la habitación de un hotelucho en Nacanto, Salta, el narrador le cuenta su vida a un reciente conocido, un tal Quispe. Este artificio al que el relato recurre para decirse se irá desdibujando y dejará asomar cada tanto alguna alocución cuya única función es recordar ese pacto inicial, esa escucha. El interlocutor recién se vuelve personaje hacia el final del relato, que retoma la situación del comienzo. Con esta estructura circular, Jorge Consiglio ha tramado la historia del narrador, huérfano de madre desde niño, a quien le tocó hacerse cargo de su hermano con síndrome de Down tras la muerte de su padre. Su otra hermana, Nuria, se casó y se fue a vivir a España. Desde allí vendrá el sobrino Fernandito para desalojarlos de la casa familiar de Haedo, donde han crecido y subsistido solos, el narrador y Rodolfo, su hermano. ¿Qué han heredado de la familia, además de la casa que funciona como una isla, un reducto que los pone a salvo del mundo? Dos mandatos: resistencia y resignación. El narrador desarrolla el arte de la supervivencia de un modo particular, con cierta alegría y sensaciones contradictorias, sin hipocresías y con desfachatez: "La hipocresía supone una moral, una conciencia de que ciertos actos son malos, mientras que la desfachatez desconoce valores".

Lector de divulgación científica interesado en la óptica geométrica, subsiste gracias al ingreso que le procuran algunas "changas" y los cursos de cocina que el joven da en la iglesia el último miércoles de cada mes; a veces los hermanos comen gatos de carne amarga o gallinas del propio corral, o rescatan saquitos de té usados. Las situaciones cotidianas se viven con sentimientos cercanos a la felicidad: el crecimiento de un tomate, aprender a cocinar nuevos platos, las conversaciones con Rodolfo, el enorme y blando hermano preocupado por tres temas: los sapos, los camiones y los pies de las mujeres. No obstante, el acontecer de la vida es una deriva, como si la existencia exigiera una voluntad enorme y el narrador no dispusiera de la energía necesaria, sino apenas la que le permite sobrevivir sosteniendo el peso del hermano discapacitado, de la orfandad. Todo parece llegarle con cierta extemporaneidad, el lapso suficiente que marca un destiempo con la propia vida, para habitar "la pausa de la resignación".

En su inercia, las relaciones crecen como los yuyos, "fruto de la casualidad y el abandono". Así le sucede con una mujer mayor, que habla como si tuviera miedo de perder la dentadura. Sujetos marginales, desechos de una sociedad que los expulsa hacia los bordes, los personajes de Pequeñas intenciones comparten el deterioro que imprime el paso del tiempo. Sin embargo, aun en su crudo realismo naturalista, resplandece una prosa diáfana, poética. El texto tiene innumerables frases que uno quisiera subrayar y retener por su sabiduría, agudeza y, sobre todo, por su belleza. Consiglio construye, además, una relación fraternal difícilmente olvidable. Pequeñas intenciones para pequeñas felicidades, entre ellas las de sus lectores.