Entre la vida y la muerte
- Periodista:
- Willy G. Bouillon
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Las costumbres ancestrales cincelan buena parte de la vida cotidiana del pequeño pueblo de Soreni, en Cerdeña, donde se desarrolla La acabadora , que transcurre en la segunda mitad del siglo anterior. Tres de esas arraigadas usanzas configuran el eje de la narración: la file'e anima (hija del alma), la petición de gracia y el oficio de la acabadora. Las dos últimas son complementarias, porque la petición la formula un enfermo en etapa terminal -o sus parientes, si él no está en condiciones de hacerlo- para que entre en acción la acabadora, que es quien, tras una escenificación ritual, será la encargada de poner fin a una vida. No se trata de otra cosa que la llamada eutanasia o muerte digna, de sostenido debate últimamente.
La historia se inicia cuando, debido a la pobreza de una familia que ya no puede mantener a sus cuatro hijos, una madre decide aceptar una solicitud de adopción. Así, a los seis años y sin ninguna explicación, que por otra parte no podría haber comprendido, Maria Listru cambia de apellido y empieza una nueva vida. Se habían asociado para ello aquellas dificultades económicas de sus padres y el deseo de Bonaria Urrai de paliar su soledad, que duraba ya veinte años. Sin embargo, la niña, para quien es imposible rechazar el acuerdo, encuentra compensada toda pena al descubrir que en la cómoda casa tendrá por primera vez una habitación propia y accederá al hasta entonces desconocido lujo de cuatro comidas diarias.
La anciana Bonaria tiene un buen pasar gracias a que es la única modista del pueblo, pero además de ese oficio desempeña otro, igualmente exclusivo, aunque de carácter indescifrable para la niña, pese a su aguda inteligencia y capacidad de observación de hábitos y actitudes. Un par de años después, empiezan a intrigarle las periódicas salidas nocturnas de su nueva madre , vestida de negro, y cuyo regreso recién tiene lugar al alba. Durante el día, se entera de que siempre alguien ha muerto en el horario en el que Bonaria estuvo ausente. Sin poder precisar exactamente qué es lo que hace, termina por relacionar una cosa con la otra y más aún cuando, ante su insistencia en obtener una respuesta, Bonaria le dice algo aparentemente enigmático, pero que no lo es: "Siempre hay alguien que nos ayuda a nacer y siempre alguien nos ayuda a morir".
Nada más habría que decir de los episodios que se desarrollan en esta obra, de sus detalles y de la perfecta e inquietante circularidad que exhibirá al final. Sí puede señalarse un aspecto de otra índole: el innegable talento literario de Murgia -nacida en Cerdeña en 1972-, que luce poderoso y envolvente, y la sitúa entre los grandes autores actuales. Por su capacidad para articular elementos, episodios, diálogos y personajes, su modo de ajustar magistralmente las piezas y de instalar, en forma subyacente, una reflexión sobre la muerte cuya originalidad resulta poco habitual en textos ficcionales que han tratado el tema.