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Un novela que suspende la realidad para mirarla con microscopio

Periodista:
Mora Cordeu
Publicada en:
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País de la publicación:
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Del Fuego nació en San Pablo (Brasil) en 1975. Estudió filosofía, fue productora de cine y trabajó en televisión, en programas culturales. Es autora de varios libros para niños, que se han publicado en Brasil y en el extranjero.

En relación a esta novela (publicada por Edhasa), ganadora del Premio Jose Saramago 2011 y finalista ese mismo año de los premios Sao Paulo de Literatura y Jabuti, Andrea del Fuego, contestó por mail las preguntas de Télam:

- En "Los Malaquías" pareciera que la fuerza de la Naturaleza opera sobre las personas, pero también "en" las personas ¿existe esa intención de borrar los límites? ¿De situarse en una perspectiva singular -pero no mágica- para contar este relato?

- ¡Exactamente! Quise diluir o borrar los límites entre los elementos de la naturaleza y los del recuerdo, por ejemplo, al describir a una muerta que continúa interactuando con lo real en forma de partículas; por eso mismo, en el caso de Geraldina, el recuerdo, la memoria tiene sustancia. Tuve sumo cuidado para no contaminar mi lenguaje con el realismo mágico, y por eso intenté describir esos fenómenos de una forma concisa y clara.

- La historia de los tres hermanos se desenvuelve principalmente en una geografía rural, donde se esbozan ritos y costumbres ¿se trata de una geografía real o imaginada?

- Es una geografía real, y está inspirada en un vecindario rural del sur de Minas Gerais, la región donde se criaron mis padres. En esas regiones se preservan las recetas de cocina y el arte de tejer durante generaciones. Mi abuela sabía tejer en telares de madera del largo de un "escarabajo" Volkswagen.

- Entre la fuerza de los elementos (el fuego, el agua, la tierra, el viento) se juega el destino de los hermanos y de las personas que tienen injerencia en sus vidas, siempre rodeados de una naturaleza que los marca, los incorpora a su sino ¿Cómo la búsqueda de una sabiduría o de una memoria atávica…?

- Una memoria celular y tal vez, por eso mismo, atávica. Esos elementos se vuelven más explícitos cuando los personajes están en el valle, en un aislamiento que aumenta las transformaciones, como cuando el agua dulce se transforma en agua salada al trasladarse de un valle a otro.

- Una idea que sobrevuela el libro es la experiencia de la muerte como algo vivido y que lleva implícita la idea de continuidad, de transformación, de algo que no acaba en la paz de los cementerios … ¿Quisiste subrayar esta unidad entre vida y muerte?

- Sí, quise que vida y muerte tuvieran el mismo peso, la misma perspectiva; quise hacer que la memoria continuara viva incluso después de que el cuerpo que había sido su morada hubiera sido comido por los gusanos bajo la tierra.

- ¿No subyace también la idea de que nadie se muere del todo?

- Comúnmente, lo que en cierto modo sobrevive a la muerte es el recuerdo. Ese recuerdo, esa memoria del muerto sólo es posible a través de un otro, de alguien que se acuerde de nosotros cuando todo haya terminado. Pero en Los Malaquías lo que sobrevive es la memoria, como si fuera una sustancia pasible de ser observada bajo el microscopio. No depende de un otro: tiene existencia propia.

- Ese sustrato ¿también puede ir ligado al rescate de una cultura?

- Por supuesto, creo que la cultura es aquello que conservamos para poder preservar una identidad propia. Sin identidad seríamos un todo sin rostro, sin contorno, una polvareda que nunca se asienta. Rescatar la cultura debe ser algo que hacemos incluso sin darnos cuenta, un impulso natural de buscar la identidad en el principio, en los ancestros.

- Otra variable que aparece -quizá personificada en el personaje de Julia- es la del tránsito, una cierta imposibilidad de llegar a algún lado. Ese deambular permanente, una constante en la vida de mucha gente, se perfila como algo muy contemporáneo...

- Estoy de acuerdo. Hoy estamos en tránsito aunque estemos encerrados en una habitación, gracias a la movilidad virtual; esa estela de información que producimos y compartimos es vertiginosa.

- Todo el libro está marcado por una fuerte impronta poética ¿tuviste esta intención al escribirlo, trabajaste en este sentido?

- Tengo tendencia a la prosa poética, a veces por demás. Mi tarea principal, a partir de la segunda versión, consistió en eliminar el exceso de imágenes poéticas, de metáforas interminables. Esos cortes hicieron que la poesía quedara localizada en la acción de los personajes. Tardé siete años en decidir lo que debía quedar y lo que no.

- Aunque la trama resulta extraña, también lleva implícita una cierta familiaridad, la idea de que el libro conecta de alguna manera con experiencias, temores y sensaciones comunes, no insólitas ¿tuviste esa impresión?

- Sí, creo que lo insólito, al suspender la realidad, puede incluso aumentarla, como una especie de lupa que puede distorsionar pero que también revela los detalles menos evidentes de la experiencia cotidiana.