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Luminosa oscuridad

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Para los creyentes, la “intención” es la finalidad perseguida por una plegaria o un ritual. La novela de Consiglio tiene algo de eso, pero llevado a un punto máximo de inmanencia, porque la “intención” de los actos no ha sido obtener una gracia de ningún dios.

Estas Pequeñas intenciones, como se titula la novela, son gestos azarosos, gratuitos o inexplicables. El narrador en primera persona tiene una actitud difícil de definir. Por un lado, está completamente abierto al suceder de las cosas exteriores, a las que acepta sin alegría ni amargura; por el otro, manifiesta sus pequeñas intenciones para hacer posible una supervivencia trabada por la escasez y el desamparo.

Novela oscura y luminosa al mismo tiempo. Me explico: sólo excepcionalmente, en algunos breves momentos a lo largo de muchos años, lo que se narra muestra la realización de las “intenciones”; casi siempre, se fracasa, se consigue menos de lo que se ha pensado, se estropea o se pudre lo que se ha adquirido. Del lado de lo que se narra, la novela es triste, melancólica, penosa. La voz del personaje (la escritura de Consiglio) es en cambio diáfana, ordenada, precisa. Transcurre lejos de la oralidad ahogada de coloquialismos pintorescos y realistas; deja escuchar frases bien compensadas, que evitan tanto la autocomplacencia en el oficio de escribir bien, como ese desorden que se cree inevitable cuando se narran situaciones desordenadas o extrañas.  La novela, para mencionar un título del uruguayo Mario Levrero, es luminosa. Y recuerda a veces a Levrero, de la mejor manera, cuando el rastro de otro escritor no proviene de la imitación ni de la moda.

También Pequeñas intenciones tiene cualidades que la diferencian. No es una novela urbana ni es una novela suburbana, aunque transcurra, por lo menos dos tercios, en Haedo. No es, por lo tanto, novela de clima geográfico-cultural. Transcurre en Haedo y luego en un pueblito salteño, pero podría haber sucedido completamente en ese pueblito, o en el medio de la provincia de Buenos Aires, o en cualquier parte. Muy poco depende del escenario. Se priva, por lo tanto, de los modismos de lo “urbano literario” o de lo “suburbano literario” codificados en la literatura de estos años. El personaje anda a la deriva en el mundo, no en un barrio. Esa prescindencia de modismos culturales pasa a la escritura no como abstracción sino como relato sin ataduras con el pintoresquismo.

Lo mismo sucede con la edad del personaje. Comienza su historia con episodios que transcurrieron cuando tenía poco más de veinte años, pero se priva de los lazos identificatorios de una cultura juvenil. Conoce a una mujer de sesenta y a un hombre muy viejo y esos dos tampoco se definen arquetípicamente por su edad. La escritura no busca climas exteriores, no caracteriza la inmediatez de un presente. Esta lejanía de cualquier presente le da a Pequeñas intenciones una dimensión independizada de fechas demasiado precisas. El oficio del narrador podría ser de hoy o de hace medio siglo: arregla pequeños artefactos domésticos (si aparece mencionada la batería de un celular, de todos modos está también la intemporal heladera que no congela). Y sus lecturas también podrían ser las de un hombre de 1930: revistas técnicas, manuales científicos de divulgación.

La otra cualidad es que la narración en primera persona no permite suponer que haya restos autobiográficos. Puede haberlos, pero es imposible demostrarlo. Consiglio podría decir mañana que nada en la novela se aparta de su propia vida o de la de alguien que conoció. Pero su novela no habilita esa hipótesis. Distante del giro subjetivo, inhabilita la pregunta sobre la sombra autobiográfica. No hay una representación de escritor, ni siquiera en la figuración más cifrada. Si nos avisaran que ésta es la vida de Consiglio, ése sería, por completo, un dato exterior a la novela. Ni urbana ni subjetiva.

El tercer rasgo es que la novela permanece ajena a otras marcas bastante difundidas, como las de la industria cultural, aparte de algún programa de tango o folclore (se lo aclara deliberadamente porque se marca así la acronía del relato). También en este aspecto, podría transcurrir hace cincuenta años o ayer mismo.

Se preguntará entonces, de qué está hecha esta novela.  De la aceptación del fracaso de las pequeñas intenciones. Y también, sobre todo, de la obstinada coherencia que el personaje-narrador pone en aquello que hace. Su seriedad ante el mundo material: cuidar a un hermano retardado, plantar unos tomates para tenerlo contento, darle gatos en guiso cuando no tienen carne y el hermano, con la obstinación de los simples, reclama “algo rico”; luego dejarlo en un asilo, estibarlo con otros, no visitarlo pero tampoco olvidarlo. El mundo es una fuente infinita de trabajos que salen mal y de pequeñas alegrías, cosas bien hechas y catástrofes, un guiso perfecto y un incendio; una casa de Haedo que se valora y el despojo, justamente de ese lugar originario. La historia avanza hacia la pérdida: primero se abandona al hermano, después la casa; finalmente, el narrador viaja a Salta, donde perderá (seguramente) un terreno que le había dejado su padre.

Entre las desdichas, que son aceptadas sin esperanza y sin ira (porque “la esperanza es hija de la estupidez”), el narrador sigue contando su historia hasta que los sucesos del pasado confluyen con el momento en que se los está contando. Su oyente es Quispe, alguien que el narrador conoce por casualidad y que, en las últimas páginas, ya no está en condiciones de escucharlo.

Consiglio se atiene a sus elecciones con una coherencia que nunca resulta artificiosa. Nombra a su interlocutor como “usted” y sólo llegando al final nos enteramos de quién es y de cuál es el lugar donde la narración fue comunicada por el personaje a ese interlocutor casual, que se le acerca en un bar. Nadie: la figura del oyente como alguien que no va a entender lo que escucha, que no escucha porque no le interesa, y que termina no oyendo el final. Un perfecto fracaso.

Grandes escenas: el narrador prepara un guiso de pescado, arroz y apio, lo envuelve en un trapo y lo lleva al hospital donde está Rawson, el viejo de cuya enfermedad fatal es responsable. Sentados juntos, con la incomodidad con que se enfrentan un enfermo y quien lo visita, comen ese guiso, con buen pan fresco, hasta que el enfermo se cansa. La que evoco es una escena característica: una pequeña intención que queda así en el medio entre su fin y su comienzo. Hay muchas escenas donde ese carácter a la vez acabado (la acción se realiza) e inacabado (la intención no llega a su objetivo) se postula como la marca misma del acontecer. Para serlo, es necesario que estén perfectamente narradas, a su ritmo, con sus detalles. En un mundo de hombres sin importancia, esos detalles son la única cualidad de la vida.

Lejos de las ondas, es extraña la novela de Consiglio. Tiene algo de excavación en el tiempo. No huye del presente sino que lo considera de modo desacostumbrado.