La salud de los enfermos
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El holandés Herman Koch es célebre en su país como guionista y actor cómico de televisión, y naturalmente también como escritor. Saltó a la fama internacional con el multipremiado y multitraducido La cena, donde se narra una reunión culinaria entre dos matrimonios para abordar (y encubrir) el crimen cometido por los hijos de ambos. En la misma línea de crítica a los pequeños desencantos de la burguesía, y cerrando una suerte de trilogía que arrancó con un libro previo no traducido aún (Odessa Star, de 2003), Casa de verano con piscina plantea una nueva mirada sobre la clase alta del país bajo, ahora desde la perspectiva de un médico descreído de su profesión, resentido con sus pacientes, cínico respecto de su país y, como nos enteraremos irremediablemente tarde, psicópata.
El libro empieza con un monólogo descarnado del médico de cabecera Marc Schlosser hablando de su profesión, de sus pacientes y del sistema de salud de Holanda. El discurso llega hasta la vida moderna en general y termina con los artistas en los que casi involuntariamente se ha ido especializando Schlosser, en parte por sus diagnósticos benignos (aunque el paciente se esté muriendo), en parte por su flexibilidad a la hora de recetar drogas (la lista de versiones de obras de Shakespeare con puestas “locas” a las que se ha visto sometido por aceptar invitaciones de estos artistas es para aplaudir de pie). Discípulo de un profesor de Biología médica abiertamente misógino y homofóbico, nuestro guía narrativo (al que no sin alguna razón se ha comparado con los de Houellebecq) nos pinta en las primeras cincuenta páginas un panorama bastante oscuro de su cotidianidad como médico y de la medicina moderna en su conjunto, aun la que se practica en el continente más rico y avanzado del planeta.
Pero si bien esta introducción constituye la parte más destacable del libro, la novela como tal recién arranca después, cuando la mujer del médico conoce a un famoso actor, Ralph Meier. Meier los invita a pasar el verano en su casa con pileta y allí van con sus hijos, luego de que el médico, al principio celoso, quede prendado de la mujer del actor. A esta pequeña orgía de personas mayores que ocultan sus deseos y de niños que los exteriorizan demasiado abiertamente se suman un director de cine entrado en años y su bella amante menor de edad llamada Emanuelle (inspirados, como terminó de aclarar Koch en las entrevistas, en el affair Polanski). La comedia, sin embargo, comienza de a poco a oscurecerse, como suele ocurrir cuando el costumbrismo, aun el más malévolo, llega a sus límites naturales y necesita recurrir a algún “tema fuerte” que le confiera una supuesta profundidad. La noche cae sobre la novela boreal cuando desaparece la hija del médico, que desde ese momento pierde todo su cinismo para convertirse en un férreo defensor de la familia y las buenas costumbres.
El personaje central de su novela es un cínico, una característica que comparte con otros narradores de otros libros suyos. ¿Cuánto hay en ellos de usted y de su visión del mundo actual?
–Yo mismo no soy un cínico. Sólo creo que algunos cínicos (los que tienen sentido del humor) a veces dicen verdades que nosotros no nos atrevemos a decir o a pensar.
¿Tiene miedo, cuando va al médico, de que le toque uno como el de su novela?
–Siempre he pensado que los médicos sienten un poco de asco por sus pacientes. Los entiendo perfectamente.
¿Cómo se preparó para adoptar la voz científica de este médico?
–Nada de preparación. Todo es pura fantasía. Me imagino que las cosas puedan ser así, y a menudo tengo razón, aparentemente, por lo que me han dicho algunos médicos.
Casa de verano con piscina. Herman Koch Salamandra 352 páginas
¿En quién se inspiró para las partes misantrópicas del profesor del médico, Herzl?
–En nadie en particular. Sólo que en los años ’70 hubo aquí en Holanda un criminólogo que quería investigar el cerebro de los criminales. Fue expulsado de la universidad. Herzl es un darwinista, y proviene de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial.
En su novela dice que las tesis de Herzl ahora están en boga. ¿A qué se refiere específicamente?
–Que ahora sí está permitido investigar si la agresividad, por ejemplo, puede ser causada por un gen o por un defecto biológico.
Su libro plantea una fuerte crítica al sistema médico europeo. ¿Y el resto? ¿Cuál es su visión de la crisis que atraviesa el continente en este momento?
–Creo que algo está cambiando para siempre. La confianza de la gente en todas las instituciones. Si no la sufres directamente, esta crisis tiene algo muy interesante. Pero es demasiado pronto para criticar al sistema, primero hay que ver cómo acaba todo esto.
Su visión de los artistas es muy oscura. ¿No son ellos los que nos salvan de la mediocridad? ¿O son los médicos que hacen bien su trabajo?
–También hay muchos artistas mediocres, que sólo por ser artistas piensan que son mejores seres humanos que otros. Es un poco tabú hablar abiertamente de eso, creo.
¿Cuál es su lector ideal?
–Alguien que lee muy despacio (como yo), que quiere acabar el libro cuanto antes, pero a la vez tiene miedo del momento en que lo ha acabado.
Estudió idiomas eslavos, habla alemán. ¿Cuántos otros idiomas domina? ¿Es un apasionado de las lenguas?
–Me interesa mucho poder hablar con la gente en su propio idioma. Hoy, sin embargo, ya estoy demasiado perezoso como para aprender algún idioma más.
Su esposa es española, pasan mucho tiempo en España. ¿Qué significa para usted ver su libro en español?
–Muchísimo. Sobre todo porque mi suegra al fin entiende que sí, tengo algún trabajo.
¿Qué le gusta de la literatura española y en castellano en general?
–Ahora hay un poco demasiado esta tendencia de escribir best-sellers históricos en España, que a mí no me gustan nada. Pero hay muchos escritores interesantes, como Eduardo Mendoza, Javier Cercas y Roberto Bolaño.
¿Se atrevería a escribir una novela en este idioma?
–No. Es un paso demasiado grande. Hablarla con un poco de gracia es mi única ambición al respecto.