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Sometidos por la naturaleza

Periodista:
María Eugenia Villalonga
Publicada en:
Fecha de la publicación:
País de la publicación:
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Una mañana, los tres pequeños hijos de la familia Malaquías descubren que han quedado huérfanos después de que un rayo matara a sus padres. Con esta escena definitiva comienza la novela con la que su autora ganó el premio José Saramago 2011, en la que reescribe, con voz propia, la tradición del realismo mágico.

—Malaquías es el nombre de los protagonistas, que evoca al Melquíades de “Cien años de soledad”. ¿Qué relación establece esta novela con la literatura latinoamericana?
—Qué interesante, no me acordaba de Melquíades, pero es evidente que anda por ahí... en ese lugar donde desembocan todas las lecturas seminales. Es imposible no mencionar a Cortázar, la sola lectura es una lección de escritura. En cuanto al realismo mágico, me interesa su tratamiento de lo fantástico, como si estuviera dotado de la fuerza de un meteorito que cruza el cielo. Uno de los autores que honran esa tradición aquí en Brasil es Murilo Rubião, un cuentista que en realidad reescribió más de lo que escribió, un auténtico orfebre. La división de la literatura por género o época camufla diálogos vivos. Lo que podría considerarse una manera de retomar una tradición no es sino una conversación y una producción todavía inconclusas. Yo creo que aún tengo un largo camino que recorrer; es posible que dentro de treinta años ya no esté haciendo realismo mágico o haya devenido adivina (un viejo sueño).


—El libro está dedicado “a los personajes de esta historia” y la mirada sobre ellos es de mucha ternura, con un acercamiento muy respetuoso. ¿Cómo fue el proceso de construcción?
—Sí, siento una inmensa ternura cuando trato con personajes que son reales y que además son mis parientes. Ese fue el riesgo más grande: cómo dosificar el homenaje sin perjudicar la estética literaria... que cuanto más se aleja de ese vínculo más libres deja a los personajes. Después de publicar Los Malaquías, me di cuenta de que el realismo mágico había sido una forma propicia para resolver eso. La distancia es posible gracias a las capas de metáfora, que embozan las escenas reales que constituyeron mi principal fuente de inspiración.

—La naturaleza como espacio vital está al mismo nivel que los personajes y sus motivaciones. ¿Cómo lo relacionás con la literatura “regionalista” brasileña?
—Soy la persona menos adecuada para evaluar la literatura regionalista brasileña, precisamente por falta de conocimiento para trazar un mapa. Por ejemplo... Gran Sertón: Veredas, de Guimarães Rosa, tal vez podría considerarse una novela regionalista... pero es muchísimo más que eso, es algo inmenso. Viajé al lugar donde Guimarães se inspiró para crear sus personajes y están todos allí; por eso Gran Sertón... no deja de ser un retrato, aunque pintado con el pincel universal de ese autor. Creo que cuanto más se expone la naturaleza humana, más se aproxima a esa naturaleza extrema... hasta el punto de quedar, ambas, a la misma altura.

—La instalación de una central hidroeléctrica genera situaciones fantásticas, desapariciones inexplicables de los personajes, metamorfosis. ¿Es una lectura sobre el proceso de modernización en Brasil?
—Claro, y también sobre cómo la identidad sufre cambios en ese proceso. Tengo tías que hasta hoy se dedican a tejer en la zona rural de Minas Gerais y no saben encender la computadora... pero sus hijos conocieron a sus novias por internet, novias que circulan por la misma pequeña ciudad que ellos, a las que podrían haber conocido en una plaza. En este sentido, diría que es una modernidad que hizo que ocurriera lo que de cualquier modo habría ocurrido. Claro, ése es un aspecto muy menor de la modernización, pero es un detalle muy valioso. La central hidroeléctrica puede desterrar a los habitantes de una región para inundarla, pero no puede desterrar con la misma velocidad los deseos humanos... como el deseo de partir, por ejemplo.

—Los lugares se transforman en no-lugares, los personajes, en su doble y hasta triple, como si la realidad y su reverso fueran el tema de esta novela. ¿Cómo conjugaste esta dimensión con el realismo de la historia social de comienzos de siglo pasado?
—La historia, escrita en un lenguaje realista, fue fundamental para trabajar el género fantástico. Tengo una fuerte tendencia a la prosa poética. Si me lanzara a ese discurso sin ninguna clase de freno, las imágenes fantásticas perderían toda su fuerza. Creo que cuando el lenguaje es realista y el contenido fantástico, lo fantástico se vuelve más plausible.

—¿Cuáles son tus próximos planes?
—Acabo de terminar una novela: es breve y también pertenece al género fantástico, pero esta vez transcurre en el centro de una ciudad. Tengo dos borradores para un nuevo libro, y tengo más ganas de escribir que nunca. Pero hoy por hoy necesito imponerme una disciplina militar para poder ocuparme de un bebé de seis meses y responder al nivel de entrega que exige la escritura. Pero el bebé no es un problema: la maternidad... y, más específicamente, su fuerza generadora renuevan y revitalizan mi escritura.