El padre, el hijo y Adolf Hitler
- Periodista:
- Andrés Hax
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En el 2004 Karl Ove Knausgård, con 36 años, era un autor noruego bastante exitoso. Recién había publicado su segunda novela. Tanto esa, como la primera, habían ganado numerosos e importantes premios nacionales. Para su próximo libro quería escribir sobre la muerte de su padre. Comenzó a hacerlo pero pasó un año, y otro, y otro, y otro más y no pasaba nada. Estaba trabado. Estaba aislado en un momento que, seguramente, transita cualquier autor que mina su propia vida para hacer ficción. Estaba atrapado entre el impulso lírico de escribir sobre la Vida –con mayúsculas– y la cruel realidad de que su experiencia de vida consistía principalmente de banalidades, aburrimiento y frustración. Estamos escribiendo esta nota porque Knausgård le encontró una vuelta a la encrucijada. Lo que decidió hacer es escribir no más, rápidamente, sin autocensura; escribir torrencialmente sin preocuparse por ideales de belleza o la angustia de las influencias. Y lo que resultó es insólito. Una autobiografía novelada que se titula Min Kamp –el mismo título, en noruego, de la autobiografía de Adolf Hitler, Mein Kampf. Son seis volúmenes (y en total más de 3.500 páginas) que se escribieron y publicaron en menos de dos años. En octubre se publicará en la Argentina el primer volumen de esta saga verborrágica, solipsista y cuasi-prousteana, con el título La muerte del padre (en Noruega se llamó, simplemente, Min Kamp: Libro 1, 2, 3, 4, 5 y 6).
En su propio país el éxito de Min Kamp fue parecido al de una telenovela. Se convirtió en un best-séller leído tanto por literatos como por oficinistas. Todos los personajes mencionados en el libro salieron en los medios. Al ser traducido al inglés, críticos literarios perezosos lo compararon con Marcel Proust y Thomas Mann. Generó debates en The New York Times y Knausgård hasta llegó a hacer una lectura pública en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. El excéntrico, pero muy riguroso sitio literario, The Complete Review, le dio un puntaje casi perfecto.
Aunque Knausgård habla de sus seis volúmenes como una novela es realmente una estricta autobiografía confesional. Cuenta su vida con un nivel de detalle abrumador. La primera “novela” arranca con una breve reflexión sobre la muerte, enfocándose en los cuerpos muertos: lo extraños que son cuando, en realidad, la muerte es la cosa más común y corriente imaginable. Después relata su niñez y adolescencia. No pasa nada. No hay gran lirismo, no hay trucos literarios. Es un relato llano y mundano. Para un lector no-noruego, contemporáneo de Knausgård, es fascinante, tal vez, ver cómo su vida es extraña y a la vez parecida a la de uno. Será que su adolescencia ocurrió en el auge de la globalización neoliberal que empezó a homogenizar la cultura planetaria (por lo menos en Occidente). Si hay un tema central en el libro ese es la angustiante relación que Knausgård mantuvo con su padre. Pero nada fuera de lo normal.
Lo que hace a éste un texto extraordinario es su último episodio, que ocupa el tercio final del volumen. (El lector que no quiera conocer detalles, que deje leer esta nota ahora). Ya adulto, pero no llegado a los treinta, el padre de Knausgård se muere. El autor llevaba tres años sin verlo y en ese período el padre estuvo viviendo con su madre, la abuela del autor. Knausgård llega con su hermano a la casa de la abuela para encargarse del entierro. Lo que encuentra, al entrar a la casa, es catastrófico. Su padre llevaba tres años suicidándose a paso lento con el alcohol. Todos los pisos de toda la casa estaban cubiertos con botellas vacías de vodka. Los sillones estaban defecados. Las habitaciones estaban infernalmente inmundas. Y en el centro de este cuadro estaba la abuela, tranquila, como si todo fuera normal. Knausgård describe la limpieza de la casa con la misma meticulosidad con la cual describió su juventud, pero ahora el peso de la descripción tiene la fuerza de una alucinación. Y a su vez, lo que antes parecía aburrido y mundano, se reconfigura.
Le mandamos un correo electrónico a Karl Ove Knausgård pidiéndole una entrevista. Nos contestó (en inglés): “Gracias por su correo. Tengo que admitir que no supe que el libro se publicaba en la Argentina, pero me da gran placer saberlo. De hecho, el titulo provisional para el libro era justamente ‘Argentina’”.
Por teléfono Knausgård es amable pero tímido. En parte, quizá se deba a su inseguridad hablando en inglés. Pero también podría deberse al agotamiento de una persona que ha contado la intimidad de su vida como casi nadie lo ha hecho y que ya quiere pasar a hablar de otras cosas.
-¿Cómo es que el libro iba a titularse “Argentina”?
-Es un poco raro, en realidad, pero el libro básicamente trata de las trivialidades de la vida cotidiana y el conflicto con querer hacer algo grande, algo importante. Y yo siempre tuve un sueño sobre la Argentina. Toda mi vida. Nunca estuve allí, para mí es casi como una fantasía. Aunque no sé nada sobre el país, para mí la Argentina es literatura. Por eso estaba usando ese título.
-Cuando el libro se publica en otros países le debe permitir ver cómo funciona más bien como literatura, ya que no pueden captarse ciertos elementos escandalosos que lo hicieron popular en su propio país.
-Sí, es verdad. Es una experiencia muy diferente verla traducida. Y es muy extraño para mí, porque cuando comencé a escribir este libro lo escribí en soledad y no tenía un lector en mente, de ninguna manera. Simplemente escribía sobre mi propia vida. Pensé: esto es tan local, tan pequeño que no va interesarle a nadie. En mi mente esto ni siquiera era literatura. Después, resulta muy extraño ser traducido a otros idiomas y ser testigo de la reacción de los lectores. Pero creo que tiene que ver con lo que se encuentra en el interior de cada una de las personas. Y la literatura es un género íntimo. Sólo es un lector y un escritor.
-Entiendo que en el último volumen cierra con un ensayo sobre el libro ‘Mein Kampf’ de Hitler. Ya que todavía no podremos leerlo, ¿podría describir ese cierre?
-Uso mi intuición cuando escribo, no pienso cuando escribo. Un amigo mío mencionó el libro Mein Kampf y me dijo: “Ese es tu título”. Y supe, instintivamente, que eso era así. Por lo tanto tuve que leer Mein Kampf mientras escribía mi propio libro. Y al hacerlo me di cuenta de que tenía que escribir sobre eso. Entonces, en el sexto volumen, escribí un ensayo sobre Adolf Hitler, el cual creció a unas cuatrocientas páginas; escribí sobre la vida de Hitler antes de escribir Mein Kampf. Es la única parte del libro que no está situada en el presente –sirve como un espejo para todo lo demás, para todo lo que aparece antes. Simplemente leo su libro y analizo a Hitler como lo hago conmigo mismo en mi propia vida.
-¿Y cuál es su punto de vista sobre ese libro de Hitler? ¿Esas reflexiones sirven como una clave secreta para los seis volúmenes de su “Mein Kampf”?
-No, clave secreta no. Pero sabes que escribí y publiqué todo al mismo tiempo. Cinco de esos volúmenes fueron publicados en un año. Entonces todo de lo que he aprendido de esa experiencia sobre el ser y la sociedad y los límites entre ambas, lo utilicé para analizar Mein Kampf de Adolf Hitler. Y analizo su libro desde la partícula social más pequeña, que es el ser y el Yo y el Tú. Y nosotros. Y cuando escribí sobre eso sucedió la masacre en Noruega, entonces usé también ese acontecimiento dentro de las reflexiones sobre Hitler. Estoy básicamente interesado en el ser y en la relación entre el ser y la sociedad. Y esa es una forma relevante para ver lo que pasó en Alemania en los años 30 y 40. Esto es muy difícil de explicar sin hablar en noruego...
-Acá los títulos saldrán mucho más lentamente de lo que salieron en Noruega. ¿Eso podría ir en contra del espíritu de la obra? ¿Es una obra que se debería leer rápidamente?
-Cuando se publicó en Noruega, la gente la comparaba con una serie de televisión de seis episodios. El espíritu de eso era muy importante para mí porque intenté no pensar demasiado: simplemente escribir. No me interesa el lenguaje literario, ser habilidoso o nada por el estilo. Simplemente quise intentar llegar al corazón de las cosas y decir las cosas como yo creo que son. Y la velocidad fue la clave para ese proceso. Publicar el primer libro mientras escribía el segundo, editando el segundo mientras escribía el tercero... Fue tremendamente intenso para mí.
-¿Cómo cree que influirá ese método en los libros que escribirá de aquí en adelante? ¿Descubrió algún secreto sobre cómo escribir con fluidez?
-No puedo usar esta experiencia otra vez. No puedo escribir de la misma manera una vez más. Tengo que hacer algo completamente diferente. Si supiera ahora lo que pretendo hacer no podría hacerlo. Escribir tiene que ser una aventura hacia un lugar desconocido.
-Como lector me pasó que el último episodio reconfiguró todo lo que había ocurrido antes. ¿Le pasó eso mismo al escribirlo?
-Fue muy orgánico, en realidad. Supe que iba a escribir sobre la muerte de mi padre, pero no sabía cómo. Entonces después de cuatro años descubrí esta manera de hacerlo, empezando por escribir sobre mí mismo. Pero entonces no supe cómo enfrentarme con el tema de la muerte. No funcionaba simplemente empezar por ese evento desde el principio. Tuve que hacer otra cosa. Entonces escribí y escribí. Y de repente, de la nada, apareció esta historia simple sobre tener dieciséis años e ir a una fiesta. Y cuando escribí eso lo odiaba. Pero al mismo tiempo sabía que había algo, porque por más que no pasaba nada me parecía que transmitía la sensación de tener dieciséis años. Tenía la sensación de mostrar cómo la vida siente de verdad. No hay trama. Allí pude escribir sobre la muerte, una vez que conseguí ese lenguaje para describir las cosas que nos rodean. La banalidad. A partir de allí pude escribir sobre la muerte en la misma forma.
-¿Y usted llegó a una comprensión sobre la muerte? ¿Qué piensa que pasa después de la muerte?
-No lo sé. En toda mi escritura estoy buscando algo espiritual o algo inmaterial. Mi libro, antes de esto, fue sobre ángeles y estaba situado en tiempos de La Biblia. Entonces estoy interesado en escribir sobre esos temas. Pero no sé. Creo que la muerte es algo físico. Es simplemente un fin.
-Una pregunta inevitable. ¿Cómo se encuentra su relación con la bebida? Escribir esa larga escena cuando descubre cómo dejó su padre la casa de su abuela, ¿cambió en algún aspecto su relación con el alcohol?
-No, la verdad que no. Pero tengo mucho cuidado con el alcohol estos días. Pero no por lo que le ocurrió a mi padre. Creo que eso sería imposible que me sucediera. Creo que lo que él hizo fue suicidarse lentamente.
-Esta novela, por lo que entiendo, fue fruto de una lucha por escribir, que es un deseo que tuvo desde que era adolescente. Si pudiera regresar en el tiempo para hablar consigo mismo a los dieciocho años y darle un consejo, ¿qué le diría?
-Cuando tuve dieciocho años escribía con libertad. Pero era inmaduro, por lo tanto lo que escribía no era bueno. Después fui un año a una escuela de escritura y allí aprendí tantas cosas que no pude escribir. Porque comencé a leer literatura de verdad y ver el espacio entre eso y lo que yo era. Eso me hizo imposible seguir escribiendo. Pero esas inhibiciones son buenas porque hay que luchar contra ellas, hay que sobrepasarlas. Eso es bueno. Tienes que ser libre cuando escribes, tienes que ser absoluta y totalmente libre. Pero al mismo tiempo creo que tienes que saber que lo que haces no sirve para nada. Cuando estás escribiendo no puedes evaluar lo que estás haciendo. Tienes que ser humilde para poder saber que te va a llevar toda tu vida y aún así, posiblemente, no lograrás lo que pretendes lograr. Puedes intentarlo, nada más. Esa es mi visión de la escritura.
© Andrés Hax, Revista Ñ, Clarín