El mar, espejo de la literatura
- Periodista:
- Laura Garaglia
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Se sabe que el significado de la palabra Biblia es “los libros”. Es un plural latino que remite a las escrituras sagradas, el libro de los libros o los libros en el libro. Quitando lo de “sagrado”, se podría decir que estamos ante un libro que merecería llamarse “los libros”. Nosotros, los ahogados, vastísima novela épica, cúmulo de relatos incrustados en uno verdaderamente extenso, biografía de un pueblo y de un país, registro del cambio del mundo, de la muerte de una época, y de un modo de producción, buceo en los archivos marítimos, relato histórico, ficción absoluta, tiene casi 700 páginas y fue escrito en 2006 por el danés Carsten Jensen.
El autor es hijo de un capitán de buque de carga, y oriundo de Marstal, pueblo costero de Dinamarca, eje y epicentro de las de narraciones e hipotéticos hechos que se desenvuelven en esta novela que lo convirtió en un destacado representante de las letras de su país.Acometer una novela tan desmesurada suena a empresa similar a aventurarse en el océano, con embarcaciones precarias, antiguas, con instrumentos insuficientes para controlar la furia del mar, su naturaleza intempestiva, su arbitrariedad. La novela va recorriendo la formación de un pueblo costero, en principio, tal vez apoyando la tesis de que la familia es el germen de la sociedad, comenzando en la historia de la familia de Laurids Madsen, marinero.
Y se aventura en las descripciones poéticas o filosóficas sobre el mar, la costa, el puerto, la noche, los animales, incluyendo y expandiendo toda literatura marítima precedente, desde los viajes de Jonás, pasando por Moby Dick y Arthur Gordon Pym. Además de registrar en un gran arco temporal, el cambio de los modos de navegar, las maquinarias, las señales, así como la formación de un pueblo que vive del comercio marítimo, y cómo es crecer y desarrollarse mirando al mar. La idiosincrasia de la gente, y la relación con el resto del mundo. La guerra como algo personal, como algo que “puede iniciar uno solo”. Y frente a todo lo que puede acontecer en tierra, esos dos mundos móviles: el barco, una comarca específica, con leyes propias, y el mar, omnipotente, omnipresente, dios líquido y tangible.
En un momento de esta novela inmensa, estando en altamar, un hombre le dice a otro que no debe tener afición por mirarse al espejo. Y, tomándolo de la mano, lo pone frente a sí y le dice: “Eres tú. Así eres tú para mí. Soy yo. Así soy yo para ti. Así nos vemos el uno al otro.” Un hombre como espejo del otro, el mar como espejo de la literatura.