La fascinación de lo cotidiano
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- Martín Lojo
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En el comienzo de "Fidelidad", una de las cuatro nouvelles de Ha dejado de llover (Anagrama), una adolescente reflexiona sobre la inadecuación de la literatura a la vida. Mariana acaba de iniciarse en el sexo, pero la experiencia ya le permite constatar "lo lejos que estaba el placer físico, la parpadeante expresión de aquel juego ineficaz y acariciante, de cualquier expresión literaria que hubiese leído nunca en ninguna novela". Andrés Barba (Madrid, 1975) escribe como si su misión fuera corregir esa inexactitud. Sus nouvelles practican un realismo meticuloso en el que cada detalle es analizado en busca de una verdad última.
Aunque en relatos anteriores -La hermana de Katia (2001), Versiones de Teresa (2006), Las manos pequeñas (2008), Agosto, octubre (2010), entre otros- se ocupaba de personajes excepcionales, en las nouvelles de su nuevo libro decidió observar lo extraordinario de vidas ordinarias: "Tomé gente absolutamente normal. Son relatos sobre la disolución de un problema en apariencia irresoluble, porque está implicado en lo que crees tu naturaleza, tu carácter o tu historia. La expresión 'Mi madre me resulta insufrible' se refiere a un conflicto que requiere un proceso de comprensión. Me interesaba recorrer conflictos comunes, pero con un grado de conciencia mayor que el de nuestra dispersión cotidiana. La historia de cualquier persona contada con precisión en toda su ambigüedad es fascinante. En cierta medida, ésa es la base del realismo, que apela a una emoción básica del lector: reconocer la vida con toda su complejidad en la literatura."
Con esta premisa, los relatos de Ha dejado de llover narran pequeños dramas familiares, en busca de lo que Barba llama la "herencia espiritual genética". "Se trata de comprobar hasta qué punto heredamos la frustración de nuestros padres y cómo ésta nos determina. Por eso las novelas decimonónicas empezaban con la biografía de los padres del protagonista." En "Paternidad", un joven ex músico de rock lucha por establecer una relación con su hijo, fruto de una pareja fallida, y a quien ha visto muy pocas veces. "Me interesa el desamparo con que se vive la paternidad -dice el autor-. La gente conservadora es monolítica, siempre igual en todas las épocas, pero nuestra generación, que, a mi juicio, es más o menos liberal y vivió de modo más descalabrado, debe crear su propia paternidad. Sólo existe un modelo de paternidad en culturas con un principio masculino de autoridad fuerte. La maternidad está marcada biológicamente. En cambio, la naturaleza de la paternidad no sólo es cultural, sino que además, en nuestra cultura, es casi individual. En general cada uno está solo frente a su paternidad y debe inventarla."
"Astucia" es el relato de una mujer que debe enfrentarse a la enfermedad de su madre y evitar que su vida se derrumbe en el intento. Para evadirse de sus emociones se obsesiona con Anita, la sirvienta colombiana que cuida a su madre. En "Fidelidad", una adolescente se inicia en el sexo y el amor al mismo tiempo que descubre una relación clandestina de su padre. Finalmente, en "Compras", una mujer acepta su propia posición de víctima ante el carácter dominante y expansivo de su madre. "Me interesan literariamente las personas caníbales, pero quería contarlo desde el punto de vista del devorado. Hay una pregunta que éste se hace tarde o temprano: ¿deseaba ser víctima o no? Ella reconoce que el deseo de su padre de someterse a su madre era su verdadero valor. Ser víctima también es encarnarse."
Cada relato conduce a un momento de iluminación en el que los conflictos desaparecen, pero no se explicita en qué consiste esa comprensión. No hay respuestas. El cambio de los personajes surge del entramado sutil de la acción, del análisis de sus conciencias y de la inmersión en la complejidad de las relaciones. Los personajes aparecen bajo una nueva luz, evidente para el lector pero sin causas explícitas, acaso porque están fuera del lenguaje.
Captar ese núcleo evasivo es la propuesta del realismo de Barba: "Creo que hay dos tipos de escritores, ninguno mejor que el otro. Uno es el escritor estilista, preocupado por la literatura como una materia moldeable. Esa materia se relaciona con otros mundos: el saber, la historia... pero el trabajo se centra en la forma. El otro tipo, al que creo pertenecer, se interesa menos por la literatura que por la comprensión de la vida. La escritura en ese caso es un instrumento de observación, representación o comunicación. Aunque hablar de 'lo verdadero' hoy despierte carcajadas, creo que una experiencia de lo real no necesita confirmación, produce una inmediata reacción afirmativa, como pensaban los tomistas. La literatura permite que la experiencia subjetiva, ambigua, incomunicable, llena de sombras, aparezca en palabras impresas en un papel. Esa corroboración del mundo produce un enorme placer".
-¿Por qué elige la nouvelle como género para esta experiencia de escritura?
-Me encuentro muy cómodo en el formato. Aunque he escrito novelas largas, soy demasiado impaciente para estar dos años trabajando en un texto. A la vez, me llevo mal con el cuento. Todo en él me parece una ocurrencia, como si fuera el siguiente grado del chiste. El formato de las cincuenta páginas me parece interesante porque, si está bien formulado y resuelto narrativamente, al final se tiene la misma sensación que produce una gran novela. En la novela los personajes secundarios y subtramas generan espacios estancos que permiten volver a la trama principal con más energía, mientras que en la novela corta tienes que pensar bien el tema y haber recorrido sus vericuetos para exponerlo con la mayor eficacia. En realidad, hacia allí va la novela en el presente. Me parece cuestionable que se pueda leer una novela de quinientas páginas en un e-book. Necesitamos textos acordes a los cortos tiempos que tenemos para leer, pero queremos tener la misma experiencia. Si algo puede ser dicho en setenta páginas, no debe decirse en ciento cincuenta.
© Martín Lojo, ADN La Nación