Retrato de un conservador revolucionario
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El filósofo francés Alain Badiou, autor de El ser y el acontecimiento, y la historiadora del psicoanálisis Élisabeth Roudinesco sostuvieron dos encuentros en que discutieron la figura de Jacques Lacan. Aquí se reproduce un fragmento del primero de ellos, que fue coordinado en 2011 por Martin Duru, de Philosophie Magazine.
P. M.: Hablemos de política, justamente. ¿Le parece a usted, Alain Badiou, que el pensamiento de Lacan tiene un alcance político? El problema se plantea con más razón desde que el mismo Lacan prohibió cualquier forma de apropiación ideológica o partidaria de su enseñanza.
A. B.: Para mí el psicoanálisis lacaniano está inserto en un contexto político significativo. El sentido profundo de la cura mira, según ya lo hice notar, al desatrapamiento -a intentar desatrapar al sujeto en relación con su estado original de impotencia-. Sin embargo, este proceso puede adquirir una dimensión colectiva. Para mí, el campo de la política corresponde a la liberación de las posibilidades de vida que determinada situación bloquea, tornándola imposible. La opresión se define entonces y siempre por la esterilización de las capacidades individuales y colectivas.
Desde este punto de vista la cura lacaniana, aun siendo totalmente apolítica en su ejercicio propio, propone una suerte de matriz política al pensamiento. Yo veo una continuidad entre el pensamiento de Lacan y una conducta de tipo revolucionaria, que reabre una disponibilidad colectiva que estaba estancada en la repetición o frenada por la represión del Estado.
P. M.: El mismo Lacan llegó a presentarse como "el Lenin del psicoanálisis"?
A. B.: Sí, desde luego; es una formulación que, por mi parte, gustosamente hago propia. Lacan se asimilaba a Lenin, dentro de la comparación de Freud con Marx. Con estas aproximaciones un tanto metafóricas, lo que se quiere subrayar es que Freud se sitúa dentro de la lógica médica de la curación, y Marx en una postura de promesa. En cambio, Lenin ya no promete el comunismo: decide, se mueve, organiza. Y Lacan, por su parte, no busca la curación como Freud; es un adversario empedernido de una visión adaptativa del psicoanálisis, que se contentaría con elevar al animal humano para conformarlo con su ambiente social, transformarlo en un animal sometido a los valores dominantes, que ya no tendría más razones para encajar los padecimientos psíquicos de la no conformidad, de la excesiva originalidad.
La apuesta del psicoanálisis es para Lacan algo mucho más radical. Se trata de un vector de emancipación, aunque se presente con argumentos explícitamente apolíticos. Lacan con su visión de la cura ha sido para nosotros, los jóvenes -aunque quizá él no veía para nada las cosas de este modo-, uno de los operadores de la gran movilización habida entre el 68 y los años ochenta.
Éste era mi análisis ya en mayo del 68: yo vi allí un acontecimiento que -así como la confrontación con lo real en la cura- nos permitía volver a desplegar una nueva libertad, en aquella circunstancia una izquierda radical, para promover las emancipaciones locales contra la maquinaria capitalista anti-igualitaria. Lacan, lo sabemos, era francamente mucho menos entusiasta?
É. R.: ¡Eso es poco! Para él, mayo del 68 era un engaño que no expresaba una voluntad general de liberación, sino, al revés, el deseo inconsciente por parte de los insurgentes de servidumbres más feroces aún.
A. B.: "En cuanto revolucionarios, ustedes a lo que aspiran es a tener un maestro." Cuando dijo esta famosa frase en Vincennes, la pastilla era difícil de tragar. Pero, a fin de cuentas, ¡ni el mismo Hegel habría pensado bien la revolución proletaria del discípulo Marx! Cuando murió Lacan, yo mismo escribí que él era nuestro Hegel. Si el maestro considera que sus discípulos están desvirtuando su doctrina dirigiéndola en una dirección impropia, es una prueba de que su pensamiento está vivo.
É. R.: En el fondo Lacan estimaba que la única verdadera revolución, la única deseable, era ¡el psicoanálisis freudiano! La agitación izquierdista sólo podía llevar, según él, a la restauración del despotismo.
Más allá de mayo del 68, la relación de Lacan con la política impone cierto recordatorio fáctico. Provenía de una familia católica de derechas: ahí estaba la vieja Francia chauvinista e intolerante, con todo lo que eso encierra de detestable. Y él se fue construyendo en contra de esa genealogía. Su tendencia natural lo llevó hacia la centro-derecha, encarnada en esa época por hombres políticos como Pierre Mendès France, y presente en semanarios como L'Express . Esto le valió un odio pertinaz por parte de los ambientes de derecha. Públicamente, Lacan se ha mantenido toda su vida como una esfinge impasible. Nunca se comprometió, como sí lo hacía Sartre. Nunca firmó manifiesto alguno. Se mantuvo apartado voluntariamente de las más ardientes luchas de su tiempo. No participó en la resistencia. No está claro, a pesar de su visceral aversión al racismo, que haya sido militante del anticolonialismo. Aunque acompañó el proceso de descolonización dando su apoyo, concretamente a Laurence Bataille, la hija de Sylvie y Georges Bataille, cuando con su primo Diego Masson entró en una red de apoyo al FLN. Al ser detenida en mayo de 1960 y luego encarcelada en la prisión de la Rouquette, él le llevó las hojas dactilografiadas de su Seminario sobre la ética del psicoanálisis , más precisamente las páginas consagradas a Antígona.
Pero esta falta de compromiso militante no le impidió interesarse de cerca por la actualidad política y captar los movimientos de fondo de la vida cultural francesa. Por ejemplo, comprendió que la Iglesia Católica representaba una fuerza política mayor, y quiso reunirse con el papa en 1953. El mismo año entregó su informe a Maurice Thorez, que dirigía el PCF (Partido Comunista Francés).
Estaba bien lejos de ser comunista, pero como yo lo era -habiéndome adherido en 1971 hasta 1979- me llamaba con frecuencia para enterarse de las evoluciones y de los debates internos del partido. Había comenzado en ese entonces la fase de desestalinización que Lacan seguía con atención. Él veía tanto en la Iglesia como en el PCF potenciales peceras para reclutar gente para su propio movimiento. En cuanto analista, no rechazaba a nadie. Le ocurrió que tuvo que seguir y defender a personas de color, a veces poco recomendables o fuera de la ley. Pero me parece que al comportarse de ese modo -y yo no fui la única en tratar de cuestionar delante de él sus posturas extravagantes-, él evitó que algunos de sus pacientes y alumnos de mi generación cayeran en extremismos. Lacan ha sido un verdadero baluarte contra el terrorismo que se imponía entonces en Alemania e Italia. Supo neutralizar tales aspiraciones fiándose únicamente de la práctica psicoanalítica y rechazando obstinadamente, en efecto, ser acaparado políticamente. Jugó el papel de parapeto simbólico adoptando una postura que podría formularse así: Síganme; esto es mejor que la revolución o que el extremismo activista . Sí, es cierto que determinada extrema izquierda y, en concreto algunos maoístas, se lo han adjudicado. Si bien a Lacan le fascinaba Mao como figura significativa de su época, no tenía ninguna simpatía -más bien lo contrario- por el maoísmo. Cuando leo, aquí y allá, que Lacan era maoísta, me caigo de sorpresa? No deja de ser notable que los lacanianos maoístas, por su lado, muchas veces se han convertido al liberalismo de derechas.
P. M.: ¿Pero es así como se definiría Alain Badiou?
A. B.: Lo que se puede decir hoy en día es que Mao forma parte de la gran historia revolucionaria, como Robespierre, Saint-Just, Blanqui, Trotski, Lenin y tantos otros. Dicho esto hay que explicar por qué la gran mayoría de los jóvenes intelectuales lacanianos de los años sesenta han sido maoístas después, en los setenta. ¿Casualidad del destino? ¡De ninguna manera! Precisamente pasa por el concepto lacaniano de sujeto, al cual no es necesario, pero sí del todo coherente, conferirle mediante la filosofía una dimensión política subversiva. Entre Lacan que dice "no ceder al propio deseo", y Mao que dice "tenemos razón en rebelarnos", el recorrido, para nosotros, resultaba claro.
É. R.: Sin embargo no era ni un jefe revolucionario ni autoritario, sino más bien un monarca constitucional, muy identificado -no lo olvidemos- con el modelo político inglés. La EFP [Escuela Freudiana de París] era un lugar de libertad y no un partido o una secta. Ciertamente Lacan ejercía sobre sus pacientes y alumnos un influjo transferencial. Pues si bien se le sometían, era por propia iniciativa. Se hacían libremente sus discípulos, pues eso es lo que querían. La idea de un Lacan totalitario es ridícula; tanto más cuanto que Lacan, favoreciendo la sumisión, no respetaba nunca los epígonos y, por eso mismo, valoraba a quienes se resistían a su seducción.
En cuanto al fondo, siempre he mantenido mis reservas con las tentativas de dar una significación política a la radicalidad lacaniana. Lo que es radical en Lacan es su visión sombría del intercambio entre los hombres. El único lugar donde el maleficio de la pluralidad humana podía parcialmente levantarse era, según él, la cura. No veo cómo fundar una política revolucionaria sobre tal base.
Para resumir, es evidente que Lacan no era un progresista, en sentido clásico y político, pero tampoco era un pensador reaccionario, como a veces nos lo quieren presentar. Algunos psicoanalistas se han referido a él para oponerse al matrimonio gay y a la homoparentalidad, argumentando que estas medidas quebraban la función simbólica del padre. Pues he ahí un grave contrasentido. Ya Lacan fue uno de los primeros en admitir como pacientes a homosexuales, sin querer cambiarles su orientación, y autorizándolos a ser psicoanalistas. La susodicha función simbólica del padre puede ser asumida tanto por un hombre como por una mujer. En una pareja homosexual, por cualquiera de los dos. ¡Hay tantas maneras posibles de formar familias que no debe excluirse ninguna a priori!
Cuando le preguntaron a Lévi-Strauss sobre una hipotética legislación sobre el matrimonio homosexual, respondió, en esencia, que existen tantas formas de organización de la familia en las sociedades humanas que eso no le chocaba para nada.
Lacan siempre rechazó plantear la diferencia de sexos bajo el solo ángulo de la determinación biológica. El tema de la familia lo ocupa desde el principio. En Los complejos familiares , un texto de 1938, desarrolla y asocia el nacimiento del psicoanálisis con la declinación de la autoridad paterna. Sostiene entonces que se debe revalorizar la figura del padre caído, sin por ello hacer una llamada para restablecer la omnipotencia patriarcal. En éste y en los otros temas, Lacan pareciera ser en el plano político un conservador iluminado, a la manera de Freud.
Traducción: Aníbal Díaz Gallinal.