El Matadero, en cuidada reedición
- Periodista:
- Juan Pablo Cinelli
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Esta nueva versión del relato viene acompañada por el trabajo de dos importantes artistas plásticos: Marcia Schvartz y Fernando Bedoya. Sus ilustraciones, en impactante blanco y negro, son un trabajo de montaje realizado a partir de adaptaciones gráficas del cuento de Echeverría que otros realizaron previamente. Dichos trabajos conforman un arco estético que incluye a artistas muy disímiles y que va de Alberto Breccia y Héctor Germán Oesterheld a Honorio Pueyrredón o Juan Carlos Castagnino, entre otros. El resultado es una masa claroscura que consigue revivir, quizá por primera vez, el clima empastado y sudoroso de aquella Buenos Aires como un pantano; el aire irrespirable del matadero, saturado de sangres arrancadas de manera bestial. Y, sobre todo, el ominoso clima político que, aunque desde una perspectiva claramente clasista y despectiva, representa una de las miradas posibles sobre el período rosista.
A estas imágenes Schvartz y Bedoya las agrupan bajo el nombre de Trans-Grafías, objetos gráficos que de algún modo vienen a representar para la vista aquello que tan bien ha descrito Echeverría con palabras. Manchar, cortar, invertir, desgarrar, borrar, tachar, superponer, pegar, son algunas de las operaciones y técnicas que Bedoya reconoce en su breve texto de presentación para describir el trabajo realizado. El lector no puede sino sentir que todas ellas anticipan el relato salvaje de los acontecimientos que componen el cuento.
El Matadero cuenta de manera realista la historia ocurrida durante la Pascua de algún año de la década de 1830, en una Buenos Aires azotada por una inundación que provocó una escasez de carne, alimento que, aunque prohibido por la Iglesia en esos días de recogimiento y penitencia, sin embargo era consumido sobre todo por las masas populares. Echeverría no ahorra ejemplos, con la ironía como principal recurso, para hacer evidente la tensión entre federales y unitarios, relacionando a los primeros con la Iglesia, institución ya por entonces cuestionada por la otra facción, de raíz claramente liberal. Un emergente de la famosa dicotomía entre civilización y barbarie, sobre la que pocos años después profundizará Sarmiento en su Facundo.
Luego de detallar con evidente desprecio el clima popular que reinaba dentro del matadero, donde todo es descrito de manera atroz, donde abundan las consignas federales entonadas a viva voz y el hambre de las clases populares es visto como una manifestación animal (trabajadores, mestizos, negros y mulatos todo el tiempo son igualados a los perros, con quienes se disputan las sobras de la faena), el relato llega a su punto de quiebre. Un joven pulcro y elegante que acierta a pasar por el lugar es identificado por la gente del matadero como unitario, en virtud de su aspecto “cajetilla” y su barba en forma de “U” (la misma por la que se lo puede reconocer a Echeverría en los retratos que se conservan de él). Atacado sin más razón aparente que esos detalles cosméticos, el joven es agredido y humillado pero mantiene su dignidad con actitudes de desprecio hacia sus agresores.
El Matadero es eficiente en mostrar con precisión, aun en su absoluta parcialidad, desde la simpatía o el rechazo, los perfiles de las partes en pugna. De igual modo, el destacado trabajo de Marcia Schvartz y Fernando Bedoya resulta un complemento perfecto para dar relieve a aquellas escenas del relato que pueden resultar significativas para notar cómo, con más de 170 años de historia como abismo, la literatura sigue siendo hoy el más valioso de los retratos.