¡Vaya crímenes!
- Periodista:
- Fernando Baeta
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Así son los 'Crímenes' de Ferdinand Von Schirach (Ediciones Salamandra), un martillo pilón que sin darse cuenta va limando la falsa tranquilidad del desprevenido lector hasta que el desasosiego se apodera completamente de él sin enterarse.
Las 11 historias que componen este libro, cuyo germen son hechos absolutamente reales, rozan la perfección. Cada una de ellas, más el prólogo, que también cuenta y podría ser la número 12 recorre su propio camino, tiene vida propia; una vida mayoritariamente normal que en algunos casos sobrecoge, en otros horroriza, en otros sorprende, en otros turba, en otros agita, en otros nos hace pensar más allá de lo razonable y en otros nos reconcilia con el amor, con nuestra especie y hasta con la vida.
Son historias que, al contrario de lo que pueda parecer, tratan de ahondar en lo más profundo del ser humano. Ese ser humano que, cegado por una luz interior intensa y blanquísima, estalla definitivamente y acaba troceando a su mujer; ese otro ser humano, aparentemente reposado y sereno, que sólo quiere recuperar un antiquísimo cuenco de té que había pertenecido a su familia por generaciones aunque por el camino de la búsqueda del citado cuenco queden dos cadáveres: uno con dos dedos amputados, los muslos aplastados, dos clavos en la rodilla derecha y tres en la izquierda, un garrotte alrededor del cuello y la lengua colgando; y el segundo con un palo de escoba sobresaliéndole del ano, 117 heridas abiertas en cabeza y espalda y un total de 14 huesos rotos.
O la historia de Theresa, su violonchelo, su hermano Leonhard y el padre de ambos. Una historia que irradia humanidad y que concluye con Leonhard flotando en una bañera 'asesinado' por Theresa; ésta colgada de una sabana hecha tiras en una celda y con el padre de uno y otro quitándose la vida después de perder a sus hijos. Pero ¿por qué los perdió? ¿Fueron suyos alguna vez? Lean a Von Schirach y lo comprenderán. Como comprenderán la maravillosa inteligencia de Karim y su capacidad para querer parecer y seguir pareciendo el más estúpido de su familia.
O la historia de una prostituta a la fuerza llamada Irina y un sin techo llamado Kalle. Y en medio de estos dos personajes devastados que nunca hablan de su pasado y que cuando están a solas se abstraen del mundo, se funden en un abrazo y callan, un cliente al que le falla el corazón, una descuartización por amor, un final casi feliz.
Un final no feliz es el que sufre Stefanie, otra chica a la que la vida, y también el amor, acercan a la prostitución y que acaba con la cara completamente destrozada en la cama de un hotel con un culpable y un inocente que no parecen serlo. Tampoco hay final feliz para dos neonazis descerebrados que tienen la mala fortuna de hacer de neonazis descerebrados con quien no debían, un hombre sin nombre que acaba mandándolos al otro barrio en apenas unos segundos; un nombre sin nombre, hasta el final de la historia, del que nada se sabe pero todo se intuye.
También se intuye algo que no es en la historia del muchacho que veía a personas y animales como números. Y mataba ovejas porque les tenía miedo ya que para él representaban el 18, el diablo, el terror; entonces... una chica desaparece y... al final, como casi siempre, nada es lo que parece a simple vista, ni todos son simplemente números.
Otra más: la aventura equinoccial de Feldmayer es la de un vigilante, un hombre lamentablemente normal, un simple número a niveles contables, que durante más de 23 años trabaja observando la misma pieza artística de la misma sala del mismo museo, y acaba viendo lo que no existía y buscando lo que realmente no se veía. Y antes de llegar al fin de esta pequeña joya, dos historias de amor, de amor distinto y dispar, pero amor a fin de cuentas. Una de amor comestible y enfermizo, y otra sobre ese amor, gran amor, que nos salva de todo y de todos, hasta de nosotros mismos; una de ese amor (¿podemos llamarlo amor cuando solo parece ser hambre y locura?) que nos precipita al desastre, y otra de ese amor que nos guía a la salvación.
Para acabar por el principio, el prólogo y una frase entrecomillada del mismo que resume la esencia del libro: "La mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo". Von Schirach cree que nos pasamos la vida danzando sobre una finísima capa de hielo... que soporta a algunos y se resquebraja con otros. La frase de marras pertenece a la carta manuscrita que dejó a un buen amigo un tío juez del propio autor antes de meterse en la boca su escopeta de doble cañón y saltarse la tapa de los sesos.