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Aventuras otoñales del comisario Montalbano

Periodista:
Felipe Fernandez
Publicada en:
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País de la publicación:
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Crédito foto: Antonello Nusca (La Nación)

"Dicen que en muchos casos la muerte es una liberación -apunta con ironía Andrea Camilleri en La edad de la duda -. Para quien muere, naturalmente, porque para quien sigue vivo casi siempre es una complicación de cojones." Esas complicaciones y otras más deberá enfrentar el comisario Salvo Montalbano en esta nueva entrega de la exitosa serie policial que protagoniza.

Como de costumbre, la acción transcurre en Sicilia, donde se halla la ciudad costera de Vigàta, en la provincia de Montelusa, dos nombres imaginarios que se corresponden respectivamente en la realidad con el Porto Empedocle natal del autor y la provincia de Agrigento.

Una mañana tormentosa Montalbano, ahora con cincuenta y ocho años, conoce a una misteriosa muchacha que dice llamarse Vanna Digiulio, huérfana y estudiante de arquitectura. La joven le cuenta que ha venido de Palermo para encontrarse en el puerto de Vigàta con su tía, Livia Giovannini, una viuda millonaria que se dedica a navegar por el mundo en un lujoso velero, también llamado Vanna.

Poco después le informan al comisario que el barco trae a un muerto. El cadáver, recogido de un bote, es el de un hombre de unos cuarenta años cuya cara ha sido reducida "a un amasijo de huesos y carne irreconocible". El cuerpo no presenta heridas ni cicatrices. Tampoco hay huellas dactilares que faciliten la identificación. La autopsia comprueba que la víctima fue envenenada y las corrientes permiten deducir que el bote salió del puerto.

Pronto Montalbano averigua que la joven le mintió y que la verdadera Vanna Digiulio murió unos años atrás. La reacción de la tía ante la mención de su falsa sobrina le despierta sospechas de que esas dos mujeres pueden estar relacionadas con el asesinato del desconocido.

Como en otros libros de la serie, al comisario lo secunda su fiel equipo de colaboradores: el subcomisario Domenico Augello (Mimì), los inspectores Fazio y Gallo, y el periodista Nicolò Zito. Salvo mantiene sus habituales conversaciones sarcásticas con el forense Pasquano, y continuamente es sobresaltado por los "¡Dottori! ¡Dottori!" del atolondrado recepcionista Catarella, incapaz de corregir los cómicos errores en su manera de hablar.

Augello -a pedido de Montalbano- pone en práctica sus dotes de seductor para sonsacar alguna información a Livia Giovannini. A este procedimiento tan peculiar, propio del estilo investigativo muy sui géneris del comisario, se le suman otras actitudes que caracterizan su personalidad, como el aborrecimiento de la burocracia y un conflictivo trato con sus superiores, a quienes no duda en mentirles descaradamente con tal de eludir una tarea tediosa que lo priva de acudir a una cita amorosa.

A este hombre de buen comer no le faltan ocasiones para saciar su apetito. Se da sus usuales atracones en la trattoria de Enzo y disfruta de los suculentos platos que le prepara su asistenta Adelina. También le gusta el whisky, fumar y leer. En su heterogénea biblioteca conviven novelas como La soledad de los números primos, de Paolo Giordano, y el Cancionero de Petrarca. Su memoria literaria, al recordarle el nombre del protagonista de un libro de Georges Simenon, le proporciona una pista clave para poder desentrañar el enigma de la identidad del individuo asesinado.

El asunto se complica cuando uno de los tripulantes del Vanna aparece ahogado y el forense descubre que la causa real de la muerte fue un golpe en la nuca. La nueva víctima es un magrebí que previamente había sido interrogado por un anónimo agente, en apariencia perteneciente a las fuerzas antiterroristas.

Aunque Montalbano tiene una novia, Livia, que vive en Génova, mientras profundiza sus indagaciones se enamora como un adolescente de la teniente Laura Belladonna, una hermosa mujer mucho más joven que él. Las reacciones de la teniente, que pasa del apasionamiento a una frialdad elusiva, desorientan al comisario. Sin embargo, esta distracción sentimental no le impedirá resolver un caso con repercusiones internacionales. La edad de la duda propone un desenlace a sangre y fuego para la trama policial, pero deja un final abierto para la cuestión romántica.