Identidades dispersas
- Periodista:
- Diana Fernández Irusta
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En la Bienal de Venecia de 2009, el argentino Tomás Saraceno presentó Galaxias formándose a lo largo de filamentos, como gotitas en los hilos de una telaraña, deslumbrante filigrana de formas geométricas tensada contra las paredes de una sala de los Giardini que, bajo la mirada de la crítica Graciela Speranza, se vuelve tanto síntesis de las búsquedas del arte contemporáneo como sutil eco del libro donde se la analiza: Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes. Dispositivo abierto y flexible, prodigio de levedad y tensión, la obra de Saraceno es la creación de un artista nómade: estructura inmensa que, tras ser desarmada, entra en una valija, lista para conocer nuevos horizontes.
Speranza la ubica en la tradición de la Escultura de viaje de tiras de cuero que Marcel Duchamp trajo a Buenos Aires en su equipaje, allá por 1918, o en la de Boîte-en-valise, "museo portátil" del mismo creador. Huellas de un arte destinado a forjarse en las itinerancias, nutrido de una mirada extrañada -extranjera mas no exótica-, y promotor de una identidad dispuesta a "interiorizar lo propio y matizarlo con lo ajeno". Así, en un ensayo de declarada vocación "portátil", la autora ahonda en estas formas errantes y registra cómo, de la mano de artistas como Alÿs, Kuitca, Jaar, Orozco, Porter o Amorales, es posible interpelar la creación del continente y su lugar en una era marcada por el conflicto.
Pero hay otro aspecto que la ensayista rescata en Galaxias. El enorme dispositivo radial da lugar a esferas que, a su vez, son origen de más redes; se trata de un sistema sin distinciones rígidas entre "interior" y "exterior", ni relaciones jerárquicas que establezcan un todo global al que deban referirse los órdenes locales. Speranza ve aquí una sugerencia para el arte de América Latina: la posibilidad de "redefinir su lugar en la red de la cultura mundializada sin subsumirse sin más en la esfera global jerárquica que aloja a las culturas periféricas anulando las tensiones, sino complejizando la red con relaciones flexibles que preserven la autonomía relativa de la esfera propia y al mismo tiempo aumenten la tensión y la variedad de los enlaces".
El luminoso trabajo de Speranza, finalista del premio Anagrama de Ensayo 2012, se aboca, precisamente, a incidir en esta suerte de programa. "Si bien es cierto que en las últimas décadas el Sur entró por fin en la escena del arte contemporáneo, la ampliación del mercado global parece deberle más a la voracidad del mercado que a las cruzadas teóricas democratizadoras del poscolonialismo, el multiculturalismo y los estudios subalternos", señala la autora, a quien no terminan de satisfacer esas reediciones del condescendiente culto al Otro exótico que, más de una vez, terminan siendo las muestras dedicadas al arte de la periferia.
Como toda cartografía, el Atlas portátil. prescinde de las lecturas ordenadas o cronológicas; ofrece diversas entradas y deja a gusto del lector la elección entre un seguimiento lineal o un abordaje más aleatorio. Los recortes teóricos son sustratos que recorren el texto sin asomo de ostentación; las revelaciones, en todo caso, están a cargo de una cuidada articulación entre las observaciones de la crítica, los hallazgos de la creación visual y -aquí reside una de las mayores riquezas del ensayo- las indagaciones de la literatura.
La autora recurre al montaje (ese fecundo recurso de la expresión moderna) y, por ejemplo, hace dialogar una obra del artista brasileño Vik Muniz con un fragmento de una novela del escritor argentino Carlos Busqued. O a la artista mexicana Teresa Margolles con el escritor chileno Roberto Bolaño. En los intersticios entre palabra e imagen, disquisición teórica y ambigüedad poética, busca la posibilidad de un pensamiento que no quiere discurrir sobre el arte, sino más bien acompañar "la potencia irreductible de la imaginación artística".
La conflictiva e incompleta modernidad del continente; lo inasible de sus ciudades, lo incontenible de su violencia: en el corpus de instalaciones, mapas intervenidos, registros de performances y textos que los traducen Speranza encuentra, además, un inesperado y secreto elemento. Son las redes de un "surrealismo clandestino" que, a despecho de las posturas que lo consideran un episodio histórico cerrado en América Latina, late en el llamado a volver al desarraigo, en el gusto por las formas lábiles y en la pulsión por trastocar límites y fronteras. "Déjenlo todo, nuevamente. Láncense a los caminos", escribió Bolaño, recreando a Breton. Speranza encuentra en este gesto (así como también en la declarada adhesión del escritor chileno a Borges y a Cortázar, puntos extremos entre la denostación y la reivindicación del surrealismo) la punta del ovillo de una expresión que crea en la marcha y la dispersión, liberada de la obsesión identitaria y, quizá, capaz de construir el mundo globalizado "en cada geografía y cada situación".
© Diana Fernández Irusta, ADN La Nación