Una historia inverosímil que logra enganchar al lector
- Periodista:
- Mora Cordeu
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Luego de veinte años de no verla, un hombre recibe una carta de su amiga Queenie donde le cuenta que está enferma de cáncer y se va a morir, le contesta pero al llegar al buzón sigue caminando y una extraña idea empieza a formarse en su cabeza: más que escribirle tiene que verla, y luego de pasar de largo por la oficina de correos comienza sin darse cuenta una larga travesía.
Un itinerario de 87 días y 1.009 kilómetros que se arma al azar, donde el protagonista de la novela -publicada por Salamandra- avanza y se va despojando de lo poco que tiene, para descubrir en su interior la fuerza necesaria para saldar cuentas con el pasado y transformar su vida, monótona, gris y sin expectativas.
Rachel Joyce es actriz de teatro y guionista de la BBC. Autora de más de veinte obras dramáticas para la Radio 4 (BBC) y responsable de adaptaciones de grandes obras para Classic Series y Woman`s Hour.
En 2007 ganó el Premio Tinniswood a la Mejor Obra de Teatro para radio. Esta es su primera novela, que ya ha cosechado un gran éxito de ventas en Gran Bretaña y Alemania.
Acerca de la estructura de la novela, en una entrevista que le realizaron, la autora contó: "Sabía que el azar iba a ser una parte importante del viaje de Harold pero me parecía importante que Harold no lo supiera, y por esta razón la novela está narrada en tercera persona", a su juicio una forma de narrar "más natural" por sus años de trabajo en la radio.
"Harold era un hombre mayor. No un excursionista, y mucho menos un peregrino. ¿A quien pretendía engañar? Habían pasado su vida adulta entre cuatro paredes. Su piel se estiraba como un inmenso entramado sobre tendones y huesos. Pensó en los kilómetros que lo separaban de Queenie y en Maureen (su mujer) recordándoles que sólo caminaba de casa al coche y del coche a casa", escribe Joyce.
A medida que avanza, sus pensamientos se hacen más intensos, se agudizan sus sentidos frente al paisaje y la gente con la que se cruza va dejando sus huellas y lo despeja para esa introspección sobre su propia vida que no tarda en llegar.
"Comprendió que el viaje que había emprendido para expiar los errores del pasado lo llevaría también a aceptar la extrañeza ajena -apunta el narrador-. Como transeúnte, ocupaba una posición desde la que todas las cosas, y no sólo el paisaje, se abrían ante sus ojos".
"La gente se sentiría libre de hablarle -razona- y él, libre de escuchas, de llevarse consigo una pizca de cada una de aquellas historias. Eran tantas las cosas de las que se había desentendido, que les debía aquel pequeño acto de generosidad a Quennie y al pasado".
Y con ese particular estado de ánimo continúa su caminata que le deparará más de una sorpresa, y cuanto más avanza las sombras de aquello que alguna vez pensó dejar atrás para siempre, sin atreverse a pasar por el mismo dolor, se corporiza de la forma más inesperada.
Es como si hallara la brújula de su vida y todo vuelve de a poco a cobrar sentido, a iluminar aquellas zonas ocultas que lo adormecieron por tantos años.
La narración se enriquece con el apunte psicológico de las personas que casualmente se cruzan con Harold o que forman parte de su intimidad, el caso de Maureen su mujer, que también crece en dimensión a lo largo de la novela.
Así como la tragedia que se cernió sobre la pareja, según se va descubriendo a través de una imagen -la del hijo ausente- que por momentos se enseñorea durante ese viaje que propone la novela, que se tradujo a treinta idiomas.
En una entrevista la autora afirma: “Mi interés estaba en averiguar cómo tener fe y cómo es esta fe si no perteneces a religión o iglesia alguna", frente a la necesidad de pensar a veces que "hay cosas que van más allá de nosotros".