Camilleri hace hablar a los muertos
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FOTO: POR ANTONELLO NUSCA
El título de la novela, La edad de la duda, es promisorio e intrigante. En tiempos tan dogmáticos, de supuestos odios, de posturas fijas, en fin, de blanco o negro, nada mejor que una buena duda. El descansado y sabio gris de la incertidumbre.
La edad de Montalbano ayuda. Es un hombre maduro, casi como Wallander, el detective de Henning Mankell. Y sí, la duda parece ser un beneficio tardío. Salvo no sólo duda de la historia que le es contada; también duda de sí mismo.
La novela comienza con una mentira y un cadáver. La mentira corre por cuenta de una mujer que se presenta desahuciada, escasa de atributos femeninos -por lo tanto, más creíble-, desamparada y, sobre todo, muy preocupada. El cadáver es puro cuerpo: su rostro está desfigurado. Imposible identificarlo. ¿Cómo descifrar una mentira y hallar la identidad de un muerto irreconocible? Como en otras novelas de Camilleri, Salvo Montalbano, mesurado y elocuente, aparece para resolver el misterio. Pero esta vez tendrá que vérselas consigo: además de investigar un crimen relacionado con una red de traficantes de diamantes africanos, también buscará comprender el alcance de sus enigmáticos sueños.
En esta franja onírica de la novela, Camilleri propone una vuelta de tuerca sobre el género policial: el deseo del muerto por hallar al causante de su muerte. Así como desde Poe el detective fue cambiando de lugar, primero más aristocrático y racional, luego oscuro e instintivo en la novela negra, hasta aproximarse cada vez más al ímpetu del asesino, el sueño de Salvo plantea un testimonio insólito: el del muerto, único capaz de develar al verdadero culpable. Il morto qui parla. No es una propuesta real (no podría serlo), pero como producto de un sueño, resulta plausible y apunta a la pregunta acerca de lo que puede o no ser contado. ¿Qué se le puede sonsacar a un muerto? Hay algo imposible de narrar. El muerto es aquel que no puede contar el cuento. Quizá por ello, Montalbano se sueña muerto y reclama desde allí la posibilidad de averiguar la verdadera causa de su muerte. La escena (del sueño) es desopilante: Montalbano pregunta desde el ataúd: "¿Cómo he muerto?". El doctor le responde que tiene que esperar los resultados de la autopsia. Entonces se entabla un diálogo entre el detective y el jefe superior de policía:
-¡Montalbano, usted no puede investigar su propia muerte!
-¿Por qué?
-No sería correcto. Está demasiado implicado personalmente.
La novela extiende los límites del policial: la implicación del muerto. Montalbano despierta intrigado por el significado de su sueño, que no sólo incide en la trama, sino también en el ánimo del detective. "La melancolía, en vez de pasársele, había aumentado hasta transformarse en un estado de ánimo sombrío. El ánimo sombrío del ocaso." Un policial soñado.